El ordenamiento de la ONU es resultado de conflictos catastróficos y la necesidad de luchar por la paz. Nace a raíz de la Segunda Guerra Mundial, por iniciativa de Franklin D. Roosevelt, Presidente de EEUU. Se convierte en organización en 1945.
Ha generado acuerdos sectoriales, entre ellos, el “Interamerican Treaty of Reciprocal Assistance” y la “Convención Contra la Delincuencia Organizada Transnacional”, alegadas por venezolanos y países amigos, que racionalmente no entienden cómo la comunidad internacional no ha iniciado una más determinante participación para acabar con a la miseria de un pueblo al cual faltan de recursos para su supervivencia.
Los estudiosos no entienden las causas, para que en el Siglo XXI, los países de América Latina sigan siendo víctimas de un populismo despreciable como el de Chávez y Maduro, Correa, los Kirchner, Fernández, Morales y Ortega que giran alrededor de pantomimas como el denominado “Foro de Sao Paulo” y el esqueleto invertebrado de algo obsoleto como la llamada Revolución Cubana. Pero con la gravedad que es una especie de espanto que visita con certera habilidad al continente, del norte al sur y del este al oeste.
El desasosiego es descomunal, por lo que se produce una alegría ante providencias creadoras de esperanza. Nos ilusionamos con el excelente reportaje de la periodista Frolalina Singer, conforme al cual la Comisión instituida al efecto, presentó a la Asamblea (ONU) un demoledor informe que establece responsabilidades individuales por delitos de lesa humanidad, a Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Vladimir Padrino López, Néstor Reverol, a los jefes de los servicios de inteligencia y otros 45 funcionarios del régimen. Preguntemos ¿Se esfumará la ejecución de la providencia en la conocida “burocracia internacional”, y qué ha de hacerse para evitarlo? Pero no descartemos, tampoco, que esté supeditada al resultado de las elecciones presidenciales en los EEUU, pues ello definiría, de una vez por todas, una determinante acción del “Gigante del Norte” para derrocar a la vergüenza de régimen que tiene tan cerca en el Caribe. Pero que es, además, una especie de satélite que deambula buscando dónde incubarse a fin de que la maldad germine.
La cuestión, por supuesto, no del todo sencilla, está ligada, asimismo, en lo que a su ejecución se contrae, a la condición de que si se aplica rigurosamente el ordenamiento internacional, aquella quedaría deferida a la Corte Penal International, ante la cual están legitimadas para recurrir únicamente los Estados Miembros. Pero no las personas físicas y jurídicas, ni las entidades internacionales.
El derecho a la lógica exacerbación del ánimo, como consecuencia de la alegría que ha generado la resolución, debe asimilarse en sus justos términos para evaluar las opciones, entre ellas, la capacidad para resistir al sufrimiento y a las adversidades y proseguir en la lucha. Estas interrogantes quizás sean pertinentes: 1. Es la providencia de la ONU un fallo definitivo, cuya ejecución supone la aprehensión de los sindicados, 2. Es imprescindible que Venezuela acuda, previo el cumplimiento de los requisitos adjetivos pertinentes, por ante la CPI, para obtener condenas con fuerza ejecutiva, 3. Son apelables las providencias de la ONU y de la CPI y ante cuál instancia, 4. De ser condenados, como se espera, irán esposados y en el mismo transporte, como el Chapo Guzmán o terminarán escondidos emulando a algunos cooperadores de Hitler, 5. Quiénes se apropiarían de los cuantiosos patrimonios mal habidos y 6. Se los embolillaría el propio sistema financiero que los esconde.
He analizado estas consideraciones con los destacados especialistas y amigos, Adolfo Salgueiro y Sadio Garavini di Turno, reafirmando que la aplicación del TIAR y de la Convención de Palermo está sometida a un régimen procesal riguroso, tanto en lo concerniente a la capacidad adjetiva para acudir a la CPI, fallos condenatorios y a la ejecución de los mismos. Pervive una inclinación al uso de la disuasión ante las intervenciones de fuerza y mucho más las militares. Estuvieron presentes, asimismo, los jóvenes abogados Luis David Benavides, Oscar Patino y Giulio Cellini, a quienes limitó el respeto profesoral. No me convencieron del todo, pero estoy obligada a expresarlo a ustedes.
Pienso que soy buena consejera, a pesar de mis 88 años. Joven me casé con un pariente de la esposa de Simón Wiesenthal, quien se dedicó a identificar a criminales de guerra del nazismo, llevándoles ante la justicia. Al Tribunal de Nuremberg, no deberían perderlo de vista. Hago la advertencia, pues han pasado tantas cosas que cabría preguntarse si condenados, Maduro y su combo sigan gobernando y los venezolanos en la lucha. Es necesario, desde otro ángulo, no menos importante, pensar en las reacciones de Putin, Xi Jinping, Mahmud Ahmadinejad y Bashar al-Assad, expoliadores, bajo una presunta cooperación, del mundo.
Mis estipendios por la conferencia os demando que sean destinados a crear una fundación, que tenga a su cargo las acciones necesarias para la condena de los indiciados a que se contrae la providencia de la ONU. Pero, también, para el rescate, con destino al erario público, de las gigantescas fortunas que han acumulado en unos de los robos más espeluznantes de la humanidad.
Me refiero, maldiciéndola, a la denominada revolución bolivariana. Tan humillante que ofende a las dos últimas palabras.
Soy Luzmila de Abraham, vivo en la Haya al lado de la Corte Penal Internacional, por lo que les informaré lo que suceda, entre otros detalles, si los llevan a audiencia, con esposas o sin ellas y, particularmente, si los condenan y a cuáles cárceles los trasladan y si estas tienen sillas eléctricas, ahorcamiento o inyecciones letales.
No perder la fe. Mantengan su indignación.
Venezuela será libre.