miércoles, septiembre 18, 2024
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OPINIÓN- Luis Beltrán Guerra: La defensa ¿los individuos y los pueblos?

Es de perogrullo que el ser humano nace, crece y muere. No obstante, salpicado de metodologías en lo concerniente a su crecimiento. En primer lugar, porque la racionalidad lo lleva “a morar miserablemente o ser “exitoso”. Lo último “materializar el máximo potencial”. Más denuedo que “retraso”.
Se encontrará con que en “estadios tradicionales de la complejidad de las leyes”, tenemos legitimación para defendernos ante lo que se imputa. Un juez, quien ha de proveer en qué medida soy sujeto activo de la transgresión. Mis opciones, condenado o absuelto.

Es la hipótesis de individuos aisladamente considerados, pero también a las entidades que creamos dada la legitimidad para asociarnos con fines lícitos. El escenario, en ambos casos, “la defensa en estrados”, camino a la justicia particularizada y bajo la máxima “Dura lex, sed lex”, que nos advierte con respecto a “la obligatoriedad”, pero, también, a la “generalidad de lo preceptuado”, por lo que ha de aplicarse y sin excepciones. Un sistema bien pensado. Su éxito no es 100 por %. Pero si un porcentaje aceptable. Si sustantivamos lo llamaríamos “defensa individual”.
Un análisis integral ha de comprender la propensión para conducir al “pueblo”, bajo las pautas organizativas, a estatuirse en “sociedad”, una especie de “ilusión”, principalmente, en lo referido al “Popolo”, poderoso al inicio, menos en el camino y hasta ignorado un poco más adelante, circunstancias aprovechadas por ofertantes que terminan gobernándole, para ser sustituidos por otros más esperanzadores. Las constituciones son, en el contexto las que más utilizan “el sustantivo” enarbolando “la soberanía” que aquel detenta. A manera de ejemplo, “Nosotros, el pueblo (EEUU, 1787)”, “Nosotros los representantes del pueblo (Argentina, 1953)”, “Es voluntad del pueblo (México, 1917)” y “La soberanía nacional reside (España, 1978)”.
En atención a esta consideración califiquemos a esa defensa “colectiva”, derivada, en principio, de la legitimización del pueblo para exigir “aquella  sociedad en la que deseamos vivir y construir para futuras generaciones, como se lee, “una petición subsumida en la carga genética de la humanidad y capaz de gestar los más grandes y sublimes movimientos de lo humano como también los más miserables y vacíos, lo cual nos enfrenta con nuestra cotidianidad y un futuro saturado de pura posibilidad (Paula Francisca Vidal, La teoría de la justicia social en Rawls)”. Persona, pueblo, asociación y sensibilidad, en la enredadera que es la propia vida. La dificultad, no restringida a entender lo que el pueblo es y ha de ser.

No sería útil, en ningún caso, convertir en una “trágala” la necesidad de que el mundo se organice, en atención a criterios equitativos en la distribución de bienes y servicios, camino al bienestar individual, cuya sumatoria determinaría si la justicia es una entelequia. La determinante para calificar, “el hambre, acceso restringido a la educación, carencia de fuentes de trabajo, deficiente sistema de salud” y pare usted de contar.

Las vicisitudes del concepto de pueblo prosiguen cercanas a la concepción formal contenida en los textos constitucionales, amarrada a la tendencia a concebirlo como titular de la soberanía y definirse a sí mismo. Para Cicerón, “la aglomeración de gentes en gran número, asociados según un acuerdo o consentimiento común en lo que respecta a la justicia y derecho y a la comunidad de ciertos beneficios”. Las angustias humanitarias, hoy agrupadas en la justificada preocupación con respecto a determinar hacia dónde vamos, demandan un sacudón a esa concepción, como categoría estrictamente constitucional, imponiéndose sin demoras materializar lo que realmente es y ha de ser.

En el libro “Il Popolo secondo Francesco, Una riletura eclesiológica”, Jorge Bergoglio afirma que la imagen que más gusta a la iglesia es la de “El santo Pueblo fiel de Dios”, apreciación que lo ubica en quiénes denuncian los privilegios y las consecuenciales manifestaciones de explotación. “Non e facile”, pareciera, saber en realidad lo qué es “el pueblo”, por lo que ha de acudirse al sentido que se le atribuya en cada supuesto.
La complejidad del mundo, alarmante. Causas, la desmoralización de lo lógico, la privacidad, la democracia, la salud y la seguridad, el calentamiento global, la crisis de las cadenas de suministro, China enfermando al mundo con su “acero sucio”, millones de latinoamericanos a ser desplazados por efectos del cambio climático, las constituyentes de moda para enderezar entuertos, golpes de Estado, el domino de los que tienen recursos con respecto a los que no y una regresión social cada día más fuerte.
Especial mención ha de hacerse en lo referente a “los mecanismos de la persona para acceder al bienestar”, con un mundo todavía dividido que es un rol del Estado, pero para otros del esfuerzo individual (gánate el pan con el sudor de tu frente). En la cúspide, un árbitro, el rey, emperador, gobernante, presidente, comandante, con virtudes, los menos y farsantes los más. Así anda el mundo y nosotros con él.
Finalmente, debería precisarse la legitimación ante las instancias foráneas, a las cuales tienen derecho los propios Estados haciéndose presentes ante esa plataforma que se ha mencionado tanto en las últimas calamitosas décadas, que no hay quien no repita que es “la comunidad internacional”. Sin desmerecer su importancia, los pueblos acogotados por perversidades poco creen en la eficiencia de la misma.
Los venezolanos, un ejemplo frente al Socialismo Bolivariano, para algunos académicos -aunque parezca mentira- fuente de esperanza para un “buen vivir”. Allá lo tenemos, a pesar de haber zarandeado a “La Comunidad de Naciones”.

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