La decencia humana ha sido y es un largo camino entre la propiedad y la libertad, en una dura cruzada tipificada por los pellizcos de la última con respecto a la primera. Y muchas veces hostil. A “los propietarios” se les ha ubicado históricamente como “los ricos” y a los restantes “pobres y menesterosos”.
Es difícil negar que la tendencia a “la igualdad” ha sido una constante. Hoy los caminos para lograrla, más diversos, propio de una humanidad alborotada. Las gentes, no hay dudas, mucho más demandantes, tanto frente a los gobiernos, como entre unos y otros de quienes disfrutamos como seres vivientes.
A EEUU se ha calificado como el país más democrático del globo, para algunos dado su acertado federalismo, la observancia de la Ley, la preparación de sus gentes, el pragmatismo, la edificación de una idónea ciudadanía, la libertad empresarial y la seriedad del sistema judicial. Todo esto para aquellos que atraídos por tantas ventajas se proponen lo que en la jerga común se llama “El sueño americano” y unos cuantos alcanzan. En la lucha por la igualdad, habría de tener presente que esta Nación ha jugado un definido papel, a pesar de que todavía se le identifique con el capitalismo. “No es una vergüenza ser pobre, pero si es vergonzoso “no tratar de salir de la pobreza mediante el esfuerzo”. Así leemos, procurando encontrar “la vigencia de un camino” que ya lleva su tiempo y que no debería detenerse.
¿Es esta hoy la tendencia en el país que gobierna Joe Biden y apuestan a ello tanto republicanos como demócratas? La contestación, complicada.
Algunas facetas de la historia ilustran en lo relativo al largo proceso para alcanzar “un camino”. El sistema teocrático para anidar bajo un único Dios, incluyendo a los gobernantes, cuyo poder han de desempeñar como agentes de aquel. En la sabia Grecia, la democracia y la propiedad aparejadas, por lo que para participar en asuntos públicos había que ser propietarios. Se califica de idiotas a quienes por no poseer tierras no tenían acceso a la vida pública. La riqueza en contraste con la virtud, motivo para instituir a los de más experiencia (viejos y sabios) como “guardianes de la igualdad”. Roma deviene en república bajo los parámetros democráticos de Grecia, no obstante, Julio Cesar, en medio de patricios y plebeyos, reparte las tierras de los vencidos entre sus soldados. La influencia de las restricciones que limitan los poderes de los príncipes en las constituciones. La metodología de la tributación, alternativa para sufragar los gastos sociales. En el contexto, la carta de libertades en Inglaterra que otorga la de tránsito y de comercio, acompañada de una “administración de justicia” legitimada para restricciones a las facultades del propio reinado. El carácter permanente del derecho inglés, una ventaja con respecto a los particulares y sus propiedades. También, la posibilidad de disolver el parlamento, el llamado “pacto popular”, el” Instrument of government”, un Consejo de Estado y un parlamento. En EEUU, el intervencionismo del Estado, atenuación a los abusos de la sociedad industrial, limitando, entre otras medidas, las horas de la jornada laboral. Puede expresarse, consecuencialmente, que la pobreza ha venido actuando durante siglos como una especie de “serrucho” a esa madera gruesa que es la riqueza. Y algo le ha cortado.
Más que un proceso estático, ha sido dinámico, por lo que pareciera prudente pensar si el gobierno demócrata de Biden visualiza la impostergable necesidad de la intervención de las autoridades en el proceso económico, como lo advirtiera John Keynes a raíz de la crisis de 1929 (Gran Depresión) que afectó a los países capitalistas en el siglo pasado, fuente de la metodología puesta en práctica para superarla. Así se ha escrito y todavía se sustenta.
“The Biden package”, en apariencia 100% keynesiano, en medio de académicos y políticos, para algunos de los primeros determinante para los EEUU, entre ellos el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, no así para el exsecretario del Tesoro, Larry Summers, a quien preocupa que pueda ser “inflacionario y genere pérdida de recursos”. A juicio de senadores y representantes conlleva una determinante responsabilidad, lo cual demanda explicaciones referidas al cuantioso monto, destino de este y consecuencias. El programa para Biden evitaría el colapso de la economía, no así para su tocayo y compañero de partido, el Senator Joe Manchin, quien ha vendido sus aprobaciones “paso por paso”, amparándose en “el poder en la sombra” por la precariedad de la mayoría demócrata. Se ha opuesto, también, a iniciativas para restringir el derecho al voto. Es “defensor del bipartidismo” en lo relativo a providencias trascendentales, como el programa del Presidente. Le corteja en la estrategia el senador republicano Mitch McConnel, empeñado en detener el gobierno demócrata”, por lo que da la impresión de haber leído “The Shadow Party (How George Soros, Hilary Clinton, and sixties radicals seized control of the Democratic Party”, de David Horowitz y Richard Poe. La dificultad, no fácil de superar, pues Manchin es “el legislador más poderoso de esta era”. Además, “un ser particular” que se hospeda en un yate anclado en el Potomac durante los días que ha de estar en Washington DC. Para lo seguidores del Presidente, un alivio es que el Senador de Virginia Occidental pierda su rol central en las próximas elecciones parlamentarias, en las cuales ha de romperse el 50 % para cada partido, que reina en la actualidad.
En atención a las consideraciones, pudiera concluirse, por vía de resumen, que al mundo se mira lleno de extrañezas y en juego “la vigencia de un camino” portador de “la mayor igualdad posible”. Se puede ser optimista, pero negar la realidad no pareciera aconsejable.
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@LuisBGuerra