En España acaba de publicarse el libro “La sociedad justa. El laberinto de Ifigenia Fernández”. La protagonista en la obra afirma que al “mundo le falta poco para acabarse”. A su juicio, el gran culpable es “el homo sapiens” en dos niveles: “Los privilegiados en alto con poder y los de abajo discriminados”.
La preparación de Ifigenia la lleva a que seis universidades acuerden que dicte el seminario “The Influence of a just Society in the Humanitarian order”, (La influencia de una sociedad justa en el orden humanitario, en español), por lo que pasan a llamarla “profesora Fernández”.
Su separación de Nicanor Zubizarreta, novio desde los 16 años, la entristece, costándole predecir cuál de los escenarios le resultará más engorroso. Entre ellos destaca: “La debacle humanitaria, el dilema por componerla y la separación del amor de su vida”.
En el transcurso de la obra, Ifigenia Fernández se subsume “entre libros” para definir evidencias de que una humanidad ordenada, pacífica, democrática y sometida a la Ley no existe. Es más bien todo lo contrario, ello la hunde en el pesimismo.
Aduce que no tan lejano de agotarse el primer cuarto del Siglo XXI, saltan a la vista preguntas cruciales sin respuestas. Algunas de las más preponderantes fueron: ¿Por qué existen los regímenes atípicos? Y… ¿Cuál es la metodología para salir de ellos? Pareciera no haber una respuesta precisa, se contesta apesadumbrada. Cuestionándose… será acaso como asoma Vargas Llosa que “primero existimos, para pasar la vida cambiando nuestra esencia”.
Las discriminaciones la apenan. La racial, tipificada en el desprecio al negro, la de Adolf Hitler que comenzó con “la noche de los cristales rotos”, prosiguiendo con un asesinato masivo de judíos. Se refiere, también, a la tendencia discriminatoria que se observa en el presidente Donald Trump y que “el apartamiento revolucionario” es generador del privilegio para los que están con la revolución y la marginalidad de los que discrepan. Al igual como en lo relativo a las crisis financieras que enriquecen más a los ricos y hacen más miserables a los pobres. La última categoría, tipificada por la “consagración exponencial de derechos humanos, generándose un abismo entre los escriturado y ejecutado, lo que sucede asimismo en lo concerniente a los deberes. Acaso puede alguien negar que lo que existe es “la humanidad injusta”.
Para la ocasión se ha encontrado con Nicanor Zubizarreta, ratificándose un amor que había quedado pospuesto. El clima favorable al emparejamiento, “un ensayo” para matrimoniarse, los lleva a morar como “parejas. Es así como Nicanor se convierte en sujeto pasivo de Ifigenia en sus frecuentes, pero disciplinadas, lecciones para corroborar “la hecatombe humanitaria”. El largo elenco, entre otras: la Iglesia, la guerra, el hambre, la muerte, el dinero mal habido, una desenfrenada obra de filosofía política con respecto a la anarquía, la justicia y el multilaterismo y la política del reconocimiento. Se pasea por las probabilidades genéticas como causa del subdesarrollo, lo que la conduce a identificar que las abejas están exentas de tal limitación, por lo que construyen “un mundo perfecto”. Por lo menos, mejor que el humano.
Una mañana se despierta soñando que discursea con Albert Camus, quien le comenta “en vez de matar y morir para producir el ser que somos, hemos de vivir y hacer vivir para creer lo que somos”. Reacciones como estas, llevan a Zubizarreta, obviando que es evangélico, a una tertulia con Monseñor Julio Oliveros, quien concluye que Ifigenia es víctima de una posesión diabólica.
Nicanor se sorprende cuando su mujer manifiesta que deben residenciarse en Heidelberg, ya que siente admiración por Lutero por haber sacudido peligrosas prácticas del Papado. Analizan la tesis del teólogo, con las complicaciones de que ella es católica y el protestante, reclamo que hace a su pareja, quien le toma la mano, expresándole “el Espíritu Santo no lleva bien con el pesimismo, pues lo que a él le interesa es lo que pueda ayudarnos a seguir adelante”. Ifigenia responde irónicamente, pues ello es de la autoría del rector de la Universidad Católica de Argentina.
La ridiculez golpea a Zubizarreta cuando su pareja, armada con apuntes bien ordenados, le recita “la democracia decae, se lucha contra el autoritarismo, no logra identificarse al régimen deseable, amén de la utilidad relativa de las constituciones”. He de denunciar, por tanto, a quienes, incluyéndote, no se les percibe, ni siquiera, tremulentos. Le mira de cerca agregándole ser una falacia que “hay muchas cosas que el dinero no puede comprar”, pues hoy “todo es comerciable”. Lo denuncia el filósofo Michael Sandel, segura de que es la primera vez que escuchas su nombre.
Nicanor, cansado de las humillaciones asume un rol determinante. Vestido como académico se presenta ante Ifigenia, quien no sale de la sorpresa. “El expositor ahora seré yo, convencido de que entenderás lo bello que es la vida”. Te has enredado con analistas de “las enfermedades del alma”. Zubizarreta no duda de que el exorcismo ayudaría a su pareja.
El último, sin embargo, flaquea mentalmente, pues en un viaje aéreo acude al libro de Nietzsche “Humano, demasiado humano” y apuntando a un pasajero de la India, quien no deja de mirarle, le lee a viva voz “estudiamos todas las cosas con la cabeza y podemos cortarla, pero quedaría pendiente la cuestión de lo sería del mundo, si lo hiciéramos”. El capitán ordena regresar a sus puestos, lo cual hace Zubizarreta constatando que el de la India ha cambiado de asiento.
Toma un taxi indicando al chofer la dirección de su casa, equivocándose, pues al arribar constata que está frente a un hospital psiquiátrico, donde prueba “la camisa de fuerza”, que alguna vez pensó le colocarían a su mujer.
Cesar Vidal compara “la sociedad justa. El Laberinto de Ifigenia Fernández” con el mundo de Sofía.
Y una compañera de colegio de Ifigenia, quien leyera el manuscrito, escribe “este es el nuevo libro de Luis Beltrán Guerra G., autor prolijo, estudioso de la sociedad en sus diferentes enfoques. Es decir, filosófico, sociológico, político y legal. Y finaliza, surge una pregunta que nos queda como inquietud ¿Es acaso una utopía alcanzar una sociedad justa? ¿Es realmente un laberinto?
Fuente: PanamPost