Al Jefe de Estado argentino debería caérsele la cara de vergüenza. A semanas de las patéticas escenas en la Casa Rosada, en el marco del peligroso y absurdo velatorio a Diego Armando Maradona, Alberto Fernández se quejó de los descuidos que vio en Nochebuena y en la mañana del 25 de diciembre.
En el marco de un discurso plagado de lugares comunes populistas, el mandatario advirtió que el “coronavirus no está superado” y que vio con preocupación “tanto descuido en plazas y bares”. Con la soberbia que nos tiene acostumbrados, Fernández llamó a los irresponsables «a la reflexión”. Más que eso no puede hacer. Después del bochorno de la despedida de Maradona, el presidente argentino no cuenta con la mínima autoridad para reprimir a nadie.
Pero, aunque perdió toda la legitimidad, al menos por ahora, para volver a encerrar a los argentinos, Fernández todavía tiene el tupé de hablar de “ética”: “Este es el gobierno de la ética; por nuestra ética política estamos haciendo esto. Es la ética de todos nosotros”, aseguró.
La inoperancia de Fernández
Parece mentira que Fernández se horrorice porque un grupo de jóvenes pueda haber pasado la madrugada en una plaza sin tapabocas, luego de un año de encierro, después del caos que generó la improvisación e irresponsabilidad del “Gobierno de la ética”. La misma gestión que le impidió a sus compatriotas despedir a un familiar o a un amigo, convocó a un millón de personas a la Casa Rosada a despedir a un exfutbolista.
Aunque las autoridades se rasguen las vestiduras, el colapso era inevitable y el “distanciamiento social” en aquel evento era imposible. Para que todas las personas pudieran entrar a despedir el féretro, el número de asistentes (absolutamente predecible) requería un velatorio de entre una semana y doce días. La cuenta es simple: por minuto accedían al principio del evento 30 personas. Cuando decidieron ser más “laxos” en los controles, el máximo que pudieron hacer pasar fue de 150. Los números no cerraban por ningún lado. La familia ya había dado la orden que el evento no podía durar más de diez horas, ya que deseaban hacer el entierro al día siguiente y con luz natural.
En sintonía con el mal gusto del Gobierno, los voceros de Fernández terminaron echándole la culpa del caos a la exmujer y las hijas del fallecido. Disparates de los funcionarios de la ética, que hoy señalan con el dedo a tres o cuatro adolescentes que comparten una cerveza. La policía ya no les pueden mandar. La propia inoperancia de la gestión los limitó, gracias a Dios, al rol de comentarista chismoso.
Fuente: PanamPost