No es la primera vez que el espacio político de Cristina Fernández de Kirchner pierde una elección. Cayó con Néstor en vida y perdió con la candidatura de la jefa en la provincia de Buenos Aires en el pasado. Sin embargo, en esta oportunidad hay una característica inédita que se diferencia de las experiencias previas: es la primera vez que el espacio de CFK es vencido categóricamente, con todo el peronismo dentro de la estructura. Ante este detalle no menor, no son pocos los analistas que se animan a vislumbrar nada más y nada menos que el fin del kirchnerismo.
Para CFK, el Frente de Todos fue una necesidad. El mal menor. Para una persona de su estructura mental, tener que rebajarse a ser una facción del poder político (aunque la más importante) habiéndolo tenido todo, no debió haber sido nada fácil. Pero con la justicia mordiéndole los talones, y con el kirchnerismo cuestionado por gran parte de la sociedad, no tuvo otra opción que pactar con Sergio Massa (su exaliado, pero también exverdugo que le quitó el sueño de reforma constitucional), así como aceptar que la Presidencia no podía ser para ella.
Aunque presentó una coalición heterodoxa, difícil de compatibilizar, el FdT parecía haber mostrado que, aunque Massa no pudo llegar solo, aunque Cristina no pudo volver hegemónica, y aunque Alberto haya aceptado ser un presidente débil, que el peronismo unido jamás será vencido. La teoría tuvo un breve apogeo en las ciencias políticas domésticas y anoche se derrumbó como un castillo de naipes.
El peronismo y Cristina nunca tuvieron una buena relación. Ambas partes vieron históricamente una necesidad en el otro. La estructura, muchas veces humillada por ella, aceptó la indignidad con tal de mantener el poder y sus redituables posiciones en todo el país. El Partido Justicialista (PJ) siempre supo que quedó vetusto para los tiempos que corren y necesitaba el tercio ideologizado que aportó siempre el kirchnerismo para ganar elecciones. Aunque representen políticamente a los que Perón, los echó de la plaza, tratándolos de “imberbes y estúpidos”. Ella siempre supo que aportaba los votos para hacer la diferencia, pero también sabía que al kirchnerismo en soledad no le alcanzaba. Todas las veces que el núcleo duro quiso jugar por afuera, con una boleta progresista diferenciada del justicialismo, no cosechó más que derrotas. Muchas de ellas catastróficas.
A partir de hoy, el Partido Justicialista se encuentra ante una disyuntiva. ¿Conviene esforzarse para tratar de remontar la situación para las elecciones de noviembre o vale la pena soltarle la mano a Cristina en pos de una renovación, que le devuelva la centralidad? La jugada épica es poco probable, ya que la ciudadanía parece haber sido contundente con el resultado. Pero la apuesta por un proyecto renovado tiene un horizonte demasiado lejano para la política argentina. Habría que construir y “dejar pasar” no solo las legislativas de este año, sino probablemente las presidenciales de 2023.
Falta ver cómo se acomodan las piezas. Por lo pronto, el peronismo perdió la centralidad. Ahora los reflectores están en la oposición, donde los desafíos tampoco son menores. Juntos por el Cambio no tiene un liderazgo claro y deberá aceptar que ya no es el único referente opositor. El liberalismo hizo una elección histórica y tendrán que lidiar con eso. Por adentro del frente, donde tienen más de un representante de las ideas, y por afuera, con un Milei y un Espert inamovibles en sus convicciones sobre las reformas que necesita la Argentina.
Por ahora no hay mucho para celebrar ni es momento de descorchar ninguna botella. Puede que se abra una nueva oportunidad. Nada más y nada menos. Una más, como las que arruinó el antiperonismo en 1983, 1999 y 2015. Habrá que ver si se aprendieron las lecciones del pasado. Al menos, ahora habrá más de un representante que las recuerde a los gritos dentro del parlamento.
Fuente: PanamPost