Durante la última campaña presidencial, Alberto Fernández prometió que no iba a indultar a nadie. El actual mandatario aseguró que la justicia permanecería independiente y que él no sería el garante de la impunidad de nadie, ni siquiera de Cristina Kirchner, la candidata a vicepresidente de su espacio. A poco más de un año, el kirchnerismo duro ya copó por completo el Frente de Todos y la única agenda es la de la jefa.
El oscurantismo económico hizo pedazos el poder adquisitivo de la gente, las medidas delirantes espantan la inversión, la Justicia puede ser colonizada en cualquier momento y la política exterior pro Venezuela y anti Israel es una desgracia. Era más barato indultar a Cristina Kirchner y no prender en fuego al país por la impunidad de alguien.
Este es solo un planteamiento retórico, más allá del cálculo utilitario que, si lo tomamos en serio, llegamos a un punto de una pregunta demasiado incómoda. Sin embargo, vale la pena reparar en el hecho que un país, con un potencial único, se dirige a la perdición por la agenda particular de una sola persona, probablemente la más poderosa, claro.
CFK no tiene la agenda del clásico dictador. Su ambición política tiene que ver con una necesidad: la de garantizar la impunidad en su complicadísima agenda judicial. Claro que tiene una gran fascinación por la centralidad y ser la estrella. En varias oportunidades tuvo declaraciones delirantes que son prueba de ello. Por ejemplo, cuando se asumió como la reencarnación de un gran arquitecto egipcio.
Sin embargo, más allá de su deleite por el poder —patología típicamente peronista— ella ama sus carteras, zapatos, joyas y demás excentricidades. No tiene el fetiche dictatorial. Para ella, la dictadura, es decir, la desaparición de la independencia judicial y el control total del poder político, es la única garantía de poder salvar el pellejo propio.
Esa es la matriz de opinión, así como el eje de acción política que se cierne hoy sobre Argentina. Toda nuestra destrucción gira alrededor de tales intereses, solo por esa única necesidad. De nuevo, aunque sea un planteamiento teórico y retórico, al país le saldría más barato indultarla de absolutamente todo, darle abrazo, medalla y beso, y abocarse a una agenda medianamente normal. Por su edad, ya es poco probable imaginarla tras las rejas. En el peor de los casos, si cambia el signo político en dos años, podrá sufrir algunas condenas con prisión domiciliaria. Eso sería para ella absolutamente indignante.
Pero cuando le toque dejar el mundo, probablemente Argentina siga en ruinas o esté incluso peor. Todo producto del capricho y necesidad de una persona. Si a eso vamos, al menos tengámoslo claro.
Fuente: PanamPost