El número “oficial” del acumulado inflacionario del 2020 es un escándalo. Ningún país serio se acerca al 36 % que reconoció el Gobierno argentino. Sin embargo, economistas como Steve Hanke aseguran que la realidad es mucho peor. El especialista, que criticó la medición en metodología y honestidad, dijo que el verdadero número es 120 %. Los jubilados y asalariados que deben hacer las compras sienten que el agujero en su bolsillo está más cerca de lo que dice el estadounidense que el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos.
No hay que ser un erudito para comprender que quienes más sufren la inflación son los más necesitados. Ante una moneda cuyo valor se deprecia constantemente, lógico que la persona que menos unidades monetarias percibe es quien más duro la pasa. Sin embargo, las distorsiones argentinas no hacen otra cosa que agudizar la situación. Una muestra de todo esto la tuve de primera mano en el Duty Free del aeropuerto al regresar al país la semana pasada.
Repasemos los números para poner en contexto. El dólar “oficial” ya anda por los 90 pesos, mientras que el del mercado libre superó los 150. Para desincentivar la compra de los 200 regulados y autorizados, el Gobierno le puso un impuesto al tipo de cambio “solidario” que, manejando subidas graduales, ya prácticamente igualan la compra al blue.
Pero el cambio oficial, además de servir para estafar a los exportadores pesificados de facto, nos ofrece un “regalito” a los que contamos con recursos para salir y entrar del país. Además de acceder a bebidas, perfumes, cigarrillos, tecnología importada —que difícilmente se encuentra en la calle— al “libre de impuestos” se le agrega un dólar barato.
Haciendo cuentas, se encuentran descuentos que van del 20 al 50 % si comparamos varios productos con sus tiendas oficiales, obligatorias para el resto de los mortales. La típica escena del Duty por estos días es la de la vendedora que se acerca al cliente y le recuerda el valor del dólar que pagarían en los productos. En el resto de los aeropuertos los que venden, venden el producto. Acá el tipo de cambio.
La pesadilla del supermercado
Para quien puede contar con una diferencia, cocinar en Argentina ya no es negocio. Atrás quedó esa época cuando ir al super por alimentos varios para preparar en casa era sinónimo de ahorro. Las góndolas de los supermercados han reflejado como pocos sectores el derrumbe del peso. Ante este drama que sufren la mayoría de los argentinos, las autoridades, lejos de atacar las causas de la inflación, responden con los fallidos y contraproducentes controles de precios.
Faltaban 45 unidades monetarias devaluadas más. Pensar que yo había elegido ese billete para irme del local con algo de cambio. Los billetes de 200, 500 y 1000 pesos, que vinieron a sincerar la situación y a reconocer que el de 100 no podía ser el de máxima denominación hace solamente un par de años, de a poco van sufriendo la misma suerte que los Roca y las Evita.
A ese lujo moderado se le agregó un litro de leche, algo de fruta, un jugo de manzana, un agua mineral y una manteca. El festín, que fue más un desayuno potente que un almuerzo, superó bastante los 1000 pesos. Es decir, el billete de máxima denominación.
Lo curioso es la comparación con la cena de la noche anterior en un restaurant más que digno, acompañado por dos personas. La cuenta luego de la entrada, la carne, el vino, la cerveza y el postre, arrojó como resultado 4200 pesos. Mi tercio igualó una cantidad que al día siguiente fue la compra del supermercado, que si bien puede servir para dos desayunos, el cálculo incita más a salir a comer afuera que a ir de compras.
El drama, lógicamente, lo tiene el padre que tiene que mantener a la familia con un salario de 30.000 pesos (200 dólares). Para él, afrontar el gasto para una cena familiar puede ser un privilegio de aguinaldo. Es decir, dos veces al año. El soltero de clase media, que puede cenar afuera con dos o tres amigos, amortizando un vino, compartiendo una tira de asado o un postre generoso, se vuelve acreedor de un beneficio al que la mayoría de los trabajadores no puede acceder.
Lo barato, caro y lo caro, barato
Aunque en los países normales, la hamburguesa del payaso de los arcos es sinónimo de salida económica, en Argentina ya se convirtió en un lujo. Por primera vez comienzan a ser parte del paisaje en Buenos Aires los Mc Donald’s cerrados.
Es que los combos ya superan los 700 pesos, siguiendo los precios internacionales. Hablando justamente de la conversión peso-dólar, vale la pena hacer un viaje mental a los noventa y recordar cuando los combos costaban 4,50 el pequeño, 5 el mediano y 5,50 el grande, en los años del “1 a 1”. La relación de la hamburguesería popular con una tradicional parrilla bufet de Puerto Madero era 10 a 1. Es decir 5 versus 50. En la actualidad la diferencia anda cerca del 2 a 1. Es decir, que para el que cuenta con el dinero para una cena en uno de los lugares más lindos de Buenos Aires, los restaurantes se han abaratado considerablemente. Pero el que estaba en el margen se cayó y ya no puede acceder a un Big Mac.
La falta de turismo por la pandemia, así como también la imposibilidad de trasladar a los precios la depreciación de la moneda, hacen que en este momento particular una cena soñada para dos en Argentina no supere los 50 dólares. Claro que las estructuras no podrán aguantar mucho tiempo más y en cualquier momento comenzarán los cierres de los establecimientos o la merma considerable en la calidad.
Mientras que en los supermercados los productos básicos para cocinar un puchero suben de precio todas las semanas, en las mejores parrillas de Buenos Aires los vinos de alta gama bajan. El otro día un mozo me comentaba que una de las grandes botellas de la carta, que cotizaba 18000 pesos, habían decidido remarcarla para abajo a los 12000. De a poco, estas etiquetas premium, que todavía están en stock, van igualando sus valores al de una vinería. Ya no es demasiado excepcional encontrar un vino en la carta de un restaurant que sea equivalente al del supermercado en la gama media.
Es claro que estas distorsiones no pueden perdurar en el tiempo para los argentinos que hoy las disfrutan. Si estos sitios sobreviven al coronavirus, y pueden volver a recibir turistas, los precios ya serán prohibitivos para el local, casi como ocurre históricamente en la Cuba socialista. Sino, como ya pasó con muchos bares de barrio, el futuro es de persiana baja y quebranto.
A pesar de la retórica oficial, y de todas las políticas fallidas que supuestamente vienen a ayudar a los que menos tienen, el Gobierno argentino lleva el país a la fundición total. Pero, en el camino, el peronismo le hace un mimo al segmento más pudiente, al que le otorga interesantes beneficios. Sin embargo, se trata de pan (o caviar) para hoy y hambre para mañana. En el fondo, todos sabemos que estamos disfrutando la orquesta en la cubierta del Titanic.
Fuente: PanamPost