El 2 de enero de 1936, el con el presidente interino, general Eleazar López Contreras, decretó la suspensión de las garantías constitucionales. El 6 de enero, la medida se extendió a la prohibición de reuniones y de “discursos en las plazas, teatros, calles, campos y sitios accesibles al público”, así como divulgación de carteles y avisos sin permiso de las autoridades. Desde luego, ni hablar de manifestaciones y mucho menos de huelgas.
El 12 de febrero, en franco desacato a estas disposiciones, el diario La Esfera publicó un artículo de Hernani Portocarrero titulado ‘¿Democracia o dictadura?’ y al día siguiente, el 13 de febrero, el gobernador de Caracas, Félix Galavís, hizo llegar una comunicación a los directores de los periódicos para hacerlos responsables de los “artículos disociadores” que pudieran contribuir a “exaltar los ánimos”.
El 14 de febrero, en vez de achicopalarse por la circular de Galavís, La Esfera publicó una carta a López Contreras, firmada por Jóvito Villalba, secretario general de la FEV (Federación de Estudiantes de Venezuela), donde solicitaban la derogación del decreto de suspensión de garantías, la destitución y enjuiciamiento de los gomecistas que aún detentaban cargos públicos y la libertad de los presos políticos. Sin esperar respuesta, la FEV había convocado a huelga ese mismo día 14, a la que se unieron la ANDE (Asociación Nacional de Empleados), organización sindical fundada y dirigida por Alejandro Oropeza Castillo, el Gremio de Artes Gráficas, y la Asociación de Linotipistas.
En la mañana del 14, una multitud se congregó en la Plaza Bolívar. Algunos representantes de los huelguistas comparecieron con pancartas: “Queremos garantías, queremos prensa libre. No somos comunistas”. Entre los oradores se contaron Miguel Acosta Saignes, presidente de la Asociación de Escritores; el poeta Manuel Felipe Rugeles; Rolando Anzola, Ernesto Silva Tellería y Raúl Osuna. De pronto, de los balcones de la gobernación empezó a tronar el plomo. En el suelo quedaron seis muertos y decenas de heridos, uno de los cuales escribió con su propia sangre “Asesinos” en la fachada de la Casa Amarilla.
Trago largo, trago amargo
El poeta Andrés Eloy Blanco escribió un poema que recogió el dramatismo de aquellos hechos: «Cuando Juan Bimba era sute / le dio puntá de costao, / le dio calentura ‘e pollo, / le dio sarampión morao / y el doctor le recetó / quinina con bacalao / El 14 de febrero / se echó el cogollo de un lao, / cogió su guacharaquita / y el porteño encabullao… / Lo trajeron de la plaza / con el pecho atravesao. / -Ay mijo de mis entrañas, / ¿por qué me lo habrán matao? / Y Juan Bimba decía: / -No llore, mama, / trago amargo, mi vieja, / sin mirarlo; / tómelo, mi mama; / trago largo…».
En la tarde ocurrió algo increíble. En lugar de paralizarse por el miedo, la gente, que ahora no eran cientos como en la víspera sino miles (se llegó a calcular en 50 mil la asistencia), acató el llamado de la FEV y, saliendo de la Universidad Central de Venezuela, que entonces estaba en su sede de San Francisco, con el rector Francisco Antonio Rísquez a la cabeza, se encaminaron a Miraflores. Reclamaban la derogación del decreto, el cese de la censura y la promulgación de nuevas leyes de orientación democrática.
Después de 27 años de asfixia por el puño de Gómez, el nuevo gobierno no previó una erupción popular tan firme y multitudinaria. Pero el caso es que una comisión de los manifestantes ingresó al Palacio de Gobierno para reunirse con Eleazar López Contreras y este accedió a revocar, en 15 días, el decreto de suspensión de garantías constitucionales.
El 15 de febrero la huelga persistió, de manera que a López Contreras, que ya se había comprometido a suspender su infeliz decreto, tuvo que hacer buenas sus promesas y dar inicio inmediato a una serie de medidas. El 17 raspó a Galavís y el 22 las garantías ciudadanas fueron rehabilitadas. El 21 López Contreras expuso el llamado Plan de Febrero, donde se anunciaba la promulgación de una nueva Constitución Nacional y se establecía el compromiso de reorganizar la administración de Justicia y el reconocimiento de las libertades y derechos relativos al trabajo, así como reformas de relevancia en los campos de la agricultura, la salud y la educación, entre otros.
Arte de calle
Según el Censo de 1936, de una población total de 3.364.347 habitantes, 2.334.760 no sabían leer y escribir. Esto es, 69,4% de los venezolanos de hace ocho décadas era analfabeta. Esa es la gente que el 14 de febrero de 1936 se lanzó a las calles a exigir democracia en Venezuela.
Por eso, el historiador Manuel Caballero, en su libro ‘Las crisis de la Venezuela Contemporánea’ dice que «se trata de una fecha histórica, la primera de su significación en el siglo veinte. Era la primera vez en la historia de Venezuela que un gobierno daba muestras de haber cedido a la presión popular no para complacerse a sí mismo, como sucedió el 13 de diciembre de 1908 con la huidiza aparición de Gómez en el balcón de la Casa Amarilla, sino para complacer a los manifestantes en sus reivindicaciones expuestas ese día». Y en su libro ‘Rómulo Betancourt, político de nación’ añade: «Lo que nació el 14 de febrero no fueron los partidos políticos, ni la libertad de prensa ni la libertad de asociación y manifestación. Lo que afloró ese día fue la mentalidad democrática de la población […] la voluntad de vivir en democracia no es cosa de élites culturales ni de dirigencias políticas, sino un imperativo nacional. Y esa nacionalización de la democracia comenzó a desarrollarse, por arte de calle, el 14 de febrero de 1936».
Hace 85 años, la gente en la calle cambió su destino y escogió ser una sociedad democrática, que aún cuando ha tenido luego gobiernos tiránicos ha mantenido indeclinable, contra los vientos más bravos, esa determinación.
En entrevista con Asdrúbal Batista para la publicación ‘Venezuela siglo XX: Visiones y testimonios’ (Fundación Empresas Polar, 2000), Manuel Caballero vuelve sobre aquel mes. «La democracia nace en el momento en que quienes son sus actores fundamentales se dan cuenta de que ellos son, o pueden ser, poder y lo imponen de una forma u otra. Ese proceso se dio el 14 de febrero de 1936, una fecha, una suma de acontecimientos, cuando se puede decir que, por primera vez, en la calle gente de a pie y desarmada, hace cambiar el rumbo del gobierno. Hay quienes dicen que López Contreras ya tenía escrito su Programa de Febrero, que ya tenía decidido cambiar de ministros. Pero lo importante no es eso, eso es lo anecdótico. Lo decisivo es que la gente creyó que eso era un triunfo suyo. Eso es lo fundamental del 14 de febrero, aparte de imponer la democracia en las formas que se conocerán después: partidos políticos, prensa libre, organizaciones de clase, etc. Todo ello está contenido en el germen del 14 de febrero de 1936. Este proceso de democratización tiene, pues, esta primera fase, que se refiere a la conciencia de su propio poder que acompaña al pueblo».