En esta Venezuela bizarra y distópica, la cotidianidad nunca está exenta de intrascendencias presentadas como todo lo contrario y, peor aún, el silencio sobre lo importante, ofrece un perfil entrópico a los escenarios ciudadanos si los hubiera o a los poco subsistentes.
Desde la llegada de Hugo Chávez al poder en diciembre de 1998 se ha hablado o insinuado que una revolución estaba en curso; un cambio del orden político, económico, social e institucional que, sin embargo, parecía cuidarse de conservar o simular, una impronta legal, formal, constitucional.
En realidad, para avanzar en el plan de la emergente clase política, siempre fue menester acabar con la Constitución moribunda y así lo hicieron con la complicidad, consciente e inconsciente de los poderes constituidos y en mala hora así fue. Aún los escucho aullar, revolución es más que Constitución y luego demostrarán que para ellos revolución es primero que soberanía.
El inefable Tony Negri sentó las bases desde la doctrina de moda, con un manotazo al sostén normativo de la república, desde un texto que posicionó bien en el ambiente académico. El susodicho ofreció entidad jurídica y política a ese “genio de la lámpara” denominado poder constituyente y para alguna teoría, más que calificarlo, lo mostró como un sustantivo más bien y estaba lleno de giros lingüísticos heurísticos y así, el poder constituyente no se debe a nadie, es todo poderoso y expansivo y lo puede asentar todo en derecho.
Poco más o menos así, reza en la ocasión, el ensayo del otrora miembro de las brigadas rojas italianas y por cierto, inculpados y condenados por el asesinato a mansalva del primer ministro y jefe de la democracia cristiana Aldo Moro. (Negri, Tony. Le Pouvoir constituant. Essai sur les alternatives de la modernité, París, PUF, 1997).
Empero, si bien es frecuente que las revoluciones se exhiban desde la violencia y las actuaciones deambulen en el camino de los hechos para luego de sustituir el orden que yace por el que se impone, también es innegable una notable fragilidad que suele revestir ese proceso.
En efecto, cambiar las cosas es para los revolucionarios, una suerte de compulsión que los impulsa y domina. Entonces tenemos que el espíritu revolucionario es siempre dado a revisar y reformar como en una suerte de eterno retorno, recordando a Nietzsche.
En ese transcurso, los principios son puestos a prueba constantemente y, el afán de los revolucionarios sabemos es obsesivo y aventurero, dado que se pretenden por lo general, creativos y determinantes, en el diseño de otro mundo distinto, diferente, el de ellos, claro.
De nada sirven las advertencias de Benjamín Constant, sobre el carácter no absoluto ni de la soberanía y, si de algo se adueña el poder constituyente y revolucionario, es de la soberanía, solo que la reclama como suya, un monopolio, entre otros.
Sin embargo, la soberanía en su complejidad y en el decurso semántico y lingüístico, se aloja para muchos, en el discurso anfibológico y en el interés de la oportunidad, pero también estamos al tanto que un pueblo es soberano, solo si en ejercicio de su libertad se gobierna a sí mismo, sin cortapisas ni interpósitos agentes concurrentes. Un pueblo soberano se autodetermina y es el momento de afirmarlo, un Estado es soberano si asegura y ejerce realmente sus competencias. ¿Es Venezuela un país soberano? ¿Decidimos nosotros, compatriotas, nuestro devenir?
El alma de varias de las llamadas revoluciones, por otra parte, tiene dos fuerzas en constante tensión. De un lado, debe afirmarse y para ello, debe serenarse, cimentarse, solidificarse para lo cual, debe poner fin a la revolución misma. El mismo Negri echa en cara, en la obra citada arriba, a Napoleón Bonaparte, cuando el corso sentenció y de memoria lo parafraseo “si la propiedad y la libertad están seguras, la revolución ha terminado.” De otro lado, siente que su acción es permanente, exigente y recurrente. Un dilema de dos cuernos podríamos concluir.
¿Retornará el genio de nuevo a la lámpara? Mas fácil es decirlo que hacerlo. Así lo señala Quentin Skinner, en un trabajo publicado en una revista académica y, referido el ensayo, a la experiencia de 1649, en el punto más alto de la revolución inglesa, ejecutado el rey y en procura de estabilidad del gobierno emergente.
Se trataba de convencer a la revolución de obedecer, a un régimen ilegítimo y de facto como lo denunciaban numerosos y que la tenía, a la revolución, como artista de un diálogo, por la fuerza monológico. (Skinner, Quentin. «Thomas Hobbes et la Défense du Pouvoir « De Facto ».» Revue Philosophique De La France Et De L’Étranger 163 (1973): 131-54. Accessed May 12, 2021. http://www.jstor.org/stable/41094822.)
Negri glosa con amplitud a Hannah Arendt y su ensayo Sobre la revolución, a ratos cabalgando a su lado pero, disintiendo también. La distancia entre sus representaciones es de tipo ideológica a mi juicio. Son visiones, las de ambos, irradiadas precisamente por la comprensión y percepción de cada uno de ellos sobre la naturaleza última de ese mutante intenso, cruento, caprichoso y frecuentemente portador del bajo psiquismo que es la revolución. La libertad versus la desigualdad es la llave que trae en su definición epistémica Arendt aunque el asunto pueda parecer más que dicotómico. Negri es leal a su siempre maniqueica postura. Él es socialista. Ella es liberal. Quiero decir sin una etiqueta que conjure su pensamiento.
Siendo entonces así las cosas, voy al tuétano de la cuestión y encuentro a destacar que, regularmente, las revoluciones se trastocan en ejercicios solipsísticos. El ensimismamiento ocupa todo el espacio del receptor y sesga la fenomenología. En ese camino, se confunde la soberanía con la razón ideológica que prescinde deliberadamente de la consideración democrática y pluralista y a fin de cuentas, de la soberanía misma.
La consecuencia de esa circunstancialidad ha sido en nuestro caso, en Venezuela digo, fatalmente comprometedora. El asalto al poder del chavismo militarista y populista y del mameluco que obra en el ánimo de su epígono Maduro, sacrifica todo por esa revolución que, no vacilo en puntualizar, como la de todos los fracasos y aún, en medio del hundimiento en todos los órdenes, sigue el modelo cubano, adulante, lisonjera, alabardera, de la otra catástrofe que ha arruinado, malogrado y secado a Cuba, otrora pujante y exitosa aún en dictadura.
Mutatis mutandis, los Castro y sus secuaces de la oligarquía alienante del socialismo cubano, la nomenclatura pues, increíblemente reitero, han subordinado o inficionado a varios de los países de Centro y Suramérica. Exportar sus pareceres, convicciones, valores, ideas, creencias, es propio de la autoconciencia revolucionaria que pronto descubre que su ontología y conforme a ella, desarrolla una perversión; el totalitarismo que demanda la unanimidad.
Esa tendencia totalizante, fagocitante, cosificante deriva en una de esas formas de desgano en que incurren los seres humanos que se someten, se sujetan, se enajenan como lo anticipó y advirtió Étienne de La Boétie y que reconocimos en Europa central, en décadas de la segunda parte del siglo XX en Hungría, Polonia, Checoslovaquia, con el apoyo a la tesis de la soberanía limitada de Suslov y ejecutada por Leonid Brezhnev.
Esa dinámica también se hizo patente en Venezuela, donde voluntariamente hemos cedido nuestro control soberano en cada ámbito de nuestra entidad política e institucional, económica y territorial. Aún recuerdo a Chávez en 2010, rompiendo con Colombia, cuando Uribe demostró que las FARC operaban desde territorio venezolano y luego se fue a Cuba para donarle como suyo propio, riquezas de todo género y petróleo para sí y para comercializarlo… y el ¿Esequibo? Por aplausos y apoyos también lo colocó en la picota. Como todos los líderes de las revoluciones se convierten en megalómanos pero también en errantes, son de la revolución primero y ya veremos después.
Ese es en verdad el legado “patriota” del difunto. Viene eso a mi aliento, con cada letra que reseña las muertes de esos uniformados, vástagos de la nación, en Apure, y los secuestros, asesinatos, robos que se permiten los invasores, antes tolerados y fortalecidos, en la debilidad de los encargados de asegurar la integridad territorial y de la gente, su pueblo, hoy huérfanos de nuestros defensores.
No insistiré en lo que ya es evidente. La otrora FAN defendía a este país eficientemente y por esos y otros esfuerzos, por esos soldados, era nuestro país libre y soberano. No sería serio hoy afirmar que lo sigue siendo.
La deserción del componente militar, ese abandono de sus obligaciones naturales, es responsable de todo el mal que reciben los venezolanos dentro y fuera y debe recordárseles como un acto de ciudadanía.
Creo recordar a mi profesor de Historia, Germán Carrera Damas, disertando sobre las revoluciones, que a menudo asemejan a las procesiones y salen de la iglesia, caminan el mundo, pero luego siempre vuelven a su lugar de origen, a la iglesia.
Esos pueblos que se alienan hasta desconocer la verdad, lamentablemente, merecen lo que viven porque, a cambio de la emoción, la seducción que supone llamarlos, motores de la historia por élites cínicas, dejan de serlo, objetivamente.
La asignatura pendiente es, pues, el rescate de la soberanía conculcada o delegada por ingenuidad, cálculo o falta de bríos, porque ella es la libertad, la dignidad, la venezolanidad. Ojalá podamos aprobar el examen de reparación y volver entonces a ser de verdad soberanos.
Fuente: El Nacional