En la primera semana de mayo se cumplirán 85 años de la fundación de la UNE, que fue, por cierto, la reunión de un grupo de estudiantes en su mayoría católicos, ávidos por jugar un rol en la construcción de una Venezuela democrática. Fue una escisión de la organización que la historia recoge como la Generación del 28, por distintas razones, válidas para algunos y para otros no. Las causas alegadas fueron de un lado, la distancia que separaba las fuentes de reflexión e ideología y por otra parte, el enrarecimiento y la desconfianza que acompañó a la represión gomecista y afectó gravemente a los cuadros políticos emergentes.
Antes, en febrero de 1928, en aquella semana de Carnaval, se desenmascaró a la dictadura gomecista y se echó a andar, en carne y hueso, un proyecto de liberación que, a la postre, sería determinante en el alcance de ese trofeo: la república liberal democrática, y en el alumbramiento previo de una ciudadanía. En resumen, se atrevieron y a la postre cambiaron su mundo.
Aquellos muchachos, universitarios en su mayoría, no obstante su perfil ideológico a ratos radical y marxista, representaron en aquel trance a todos los jóvenes venezolanos de su tiempo y, pagaron carísimo su osadía libertaria con prisión y torturas pero, “justificaron su paso por la tierra y eternizaron su juventud”, para decirlo en palabras de uno de mis más queridos amigos y compadre de sacramento, Elías López La Torre, pronunciadas, en sesión solemne municipal en la ciudad de Trujillo y en homenaje a los chicos que ganaron aquella batalla imposible de ganar, en la victoria el 12 de febrero de 1814 y que el libertador emocionado, conmovido, admirado, decretó para que sus nombres y su epopeya no se perdiera en el olvido, como efemérides de la juventud.
La gesta del 28 encontró, sin perder ascendiente en el universo imberbe, en los jóvenes católicos, una suerte de relevo en la diversidad del pensamiento y la UNE seguirá el rumbo constitutivo de republicanización y democracia pluralista y, como nación y pueblo venezolano, la consecución del objetivo anhelado, a partir de 1958 pero precedido y como preparación pertinentísima, por el trienio 1945-1948, con sus conquistas ciudadanizantes, de inobjetable significación histórica.
UNE fue un compromiso de hombres y mujeres decididos a inventarse un tiempo nuevo, donde sus sueños e ilusiones florecieran. Pensaban en progreso y justicia social. Rafael Caldera enfrente, con su talante moral y su brillo intelectual, guiaría ese proyecto, ese programa de dignificación y redención social, nutriendo su liderazgo, en el pensamiento de la doctrina social de la iglesia, pero especialmente en su pasión intensa por una Venezuela libre y democrática. “Por los obreros de la ciudad y los pobres del campo”, se les oía decir.
Rafael Caldera y ese movimiento de ciudadanía cristiana tuvieron entonces mucho que ver con el proceso legislativo que el país vivió y así, con las luchas por dotar al trabajador con condiciones de seguridad y respeto por su labor y por su condición. De cómo la política se puede hacer en beneficio de las mayorías y por la estructuración de una consciencia humanística. Esta conducta del político y del servidor público se deben considerar y privilegiar, en el juicio histórico, sobre las ejecutorias de ese estadista de excepcional valía y del variado elenco de conciudadanos ilustres que lo acompañaron.
Hago notar que no solo en Venezuela sino en Europa inclusive, la militancia cristiana en política trascendió con la elaboración de un referente empapado de alteridad y amor al prójimo y así, cumpliría un papel edificante y constructivo por una sociedad equilibrada y solidaria que sucedería al desastre, a la hecatombe, a la desgracia de la Segunda Guerra Mundial.
Allá se evidenciaría de muchas maneras, ya comentadas, en otras de mis notas de prensa y, particularmente, resalto, la concepción de una estructuración para la paz y el desarrollo como ha sido la Unión Europea de inobjetable impronta democristiana. Konrad Adenauer, Jean Monnet, Winston Churchill, Robert Schuman, Alcide de Gasperi, Paul-Henri Spaak, Walter Hallstein y Altiero Spinelli, entre otros, fraguaron un arquetipo societario europeo cuya repercusión no puede discutirse.
Pero la razón que me mueve a estas letras apunta en una dirección que, siento, no puede ni debe ser banalizada dentro de la modorra y depresiva espiritualidad de nuestros chamos y permítanme el coloquio. Advierto que nuestra mocedad no habla, no siente, no cree tener futuro y los que lo hacen, no piensan que sea por estos lares eso posible.
Tener futuro escribí para recoger en una frase lo que significa en los espíritus mozos esa perspectiva que desborda largamente el cuadro del presente y se convierte en la más legítima de las aspiraciones. Fijarse metas, ambiciones y esforzarse por conseguirlas.
Superarse y alcanzar una mejora personal y social, disfrutar de la movilidad que se expresa con la elevación de los niveles de vida para sí y, para el grupo familiar al que se pertenece. Es una sana motivación con miras al ejercicio existencial, al que cada muchacho asiste como actor y como testigo de sí mismo, de su generación y del momento histórico que a ambos le toca vivir.
El futuro no es simplemente lo que vendrá después. Es la vida misma. Aristóteles nos enseñó que “somos lo que hacemos” y, cabe aquella otra mención de Miguel de Cervantes, en la palabra del Quijote en diálogo con Sancho: “Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas» (Clásicos hispánicos, Don Quijote, Edición, Instituto Cervantes, Centro Virtual Cervantes, primera parte, capítulo XVIII, 4 de 4).
Nuestra duración es nuestra gerencia de lo que queremos, aspiramos, esperamos, en el contexto en que nos desenvolvemos y entonces, las decisiones tempranas, inciden pesadamente, en el curso de nuestro tiempo existencial y, concebir, elaborar, planificar, decidir, ejecutar y controlar supone claridad estratégica básica y allí que, conminemos a nuestros vástagos a otear el horizonte, fijar rumbo y accionar para llegar donde se lo propongan. Ocuparse de pensar, para luego vivir y, no al revés, como diría Albert Camus.
Empero, si el presente es árido, paralizante, frustrante, ¿vale la pena creer primero que hay futuro y luego construirlo? Pues, me viene al espíritu que la vigilia como la existencia se asume con deseo y consciencia, cuando hay razones para ello y allí obra, a mi juicio, la asunción del destino como tarea existencial y razones para los porqués.
Hoy en día andamos en la enajenación digital, casi sin percatarnos de que ese es solo otro medio, un instrumento para que el homo faber se aplique en la compleja sociedad del saber y de la producción, pero, ¿es de eso que se trata? No lo creo. No es suficiente fuelle para esa carrera, no es avío para tan largo viaje y sin embargo, copa el escenario en mayor o menor medida en muchos de nuestros jóvenes más aventajados.
Venezuela, los compatriotas, los recientes especialmente, no platican sobre el mañana, entendido como lo que haremos o padeceremos, como construcción o como ocio y carencia, bienestar o vidorria. El porvenir no está agendado, estar es solo el discurrir diario e intrascendente de una inmersión vivencial que se niega o desdeña o ignora la existencia misma como consciencia y protagonismo. No hay proyectos, no hay compromiso ni sacrificios que hacer o que motive a hacerlo. Estamos secos, espíritus yermos, una generación que se troca en erial.
El reclamo es claro, un lote grande se fue a cimentar un sueño de progreso, un éxito fuera y en ocasiones, lamentablemente, se trasladaron de un averno a otro. El que se quedó no reacciona, algunos no lo hacen porque subsistir les toma casi toda su energía, otros porque vegetan acaso y, un número menor diletante pero tan valioso, vacila, duda o se opaca, se mediocriza, creyendo que ser es esperar y así la esperanza fatua y dolorosa se revuelve en su propia tragedia.
No es imputable todo a la novísima generación. Mucho de lo que pasa resulta del yerro de la anterior. De su masa y de su élite, de sus dirigentes frívolos e inconsistentes pero sobretodo, de sus falencias como nación que optó y asumió como propósito, ingeniería y substancia una república que, más de doscientos años después de haberse fundado, no ha sabido levantar ni sostener tal programa de vida. Una bandera que no terminó de izar y ya está hecha jirones. El juicio de la historia nos señala a todos ahora.
Sin embargo, siempre habrá juventud como habrá futuro y hay pasado, y debe haber quienes acometan la tarea de pagarse una deuda que no es sino parcialmente suya, pero tampoco completamente ajena. Y aunque no les diga nada ni los conmueva como valor o bien a tutelar, ese constructo que conocemos a manera de patria, ese tesoro y especialmente esa responsabilidad, sufriente y agónica, desvencijada y disfuncional, es menester recordársela a los que no la han comprendido ni albergado en su corazón.
Fuente: El Nacional