El examen de la figura histórica de Raúl Leoni apenas está comenzando. Es una deuda pendiente para quienes siguen con fervor el curso de nuestro desarrollo político. Con extrema facilidad algunos historiadores han despachado su obra sin mayores comentarios. Los más ligeros, incluso, pasan por encima de ella y la calibran como una extensión del gobierno de Rómulo Betancourt. Nada más injusto. Ofrezco un ejemplo nacional y otro extranjero de estas severidades críticas.
El historiador Manuel Caballero en su libro La gestación de Chávez titula el capítulo dedicado al quinquenio de Leoni como “Los años grises”, en el texto alude a la manera como Luis Herrera Campíns calificaba entonces a su gobierno: “incoloro, inodoro e insípido”, y él mismo se suma a ese juicio, aunque matizándolo: “Con todo y su grisura, se percibía que durante el gobierno de Leoni la situación económica y social había mejorado.” El ejemplo foráneo lo hallo en un libro que sobrepasa las 14 ediciones: la Historia contemporánea de América Latina del historiador argentino, profesor en Berkeley, Tulio Halperin Dongui.
En este texto, el profesor incurre en un error que desdice mucho de sus pesquisas: llama a Leoni, Luis Leoni, y despacha al expresidente con el siguiente micro retrato: “fidelísimo secuaz de Betancourt”. Podría seguir enumerando despachos sumarios padecidos por Leoni y, también, escuchar el silencio ante su obra y significación. Se ha escrito muy poco sobre él y en ello, ciertamente, pesa la difícil condición que sobrellevó con entereza este hombre sensato: le tocó ser el segundo de a bordo de una empresa histórica que se inicia en 1928 y, para él, concluye con su muerte en Nueva York el 5 de julio de 1972.
Era hijo de un inmigrante corso llamado Clemente Leoni y de Carmen Otero Fernández, y nació en El Manteco el 26 de abril de 1905. Una vez concluido el bachillerato hizo el viaje que solían hacer los jóvenes venezolanos que buscaban un horizonte más amplio: se vino a Caracas a estudiar derecho en la Universidad Central de Venezuela, y los hechos míticos de la Semana del Estudiante de 1928 lo encuentran al frente de la Federación de Estudiantes de Venezuela.
Estuvo preso en el Castillo de Puerto Cabello y luego salió al exilio, a Colombia, donde tres años después va a participar en la concepción y redacción del famoso Plan de Barranquilla, así como en la constitución de ARDI (Agrupación Venezolana de Izquierda), siempre junto a su entrañable amigo Rómulo Betancourt, mientras ambos trabajaban en la frutería que Don Clemente Leoni, también aventado al exilio por razones políticas, había establecido en Barranquilla.
El hombre de la organización
Ya en aquellos primeros años en que soñaban con la creación de una institucionalidad moderna para Venezuela, fueron configurándose las aptitudes de cada quien. Si Betancourt era elocuente y ambicioso, Leoni era callado y prudente. Si Betancourt exponía con fervor, Leoni formulaba la pregunta inteligente que sembraba la duda. Si Betancourt se preparaba para colmar los ambientes con su discurso nasal y subyugante, Leoni afinaba sus cualidades para el encuentro cuerpo a cuerpo, cálido y amistoso. Mientras Betancourt disertaba en voz alta sobre el escenario con su inteligencia característica, Leoni tejía acuerdos en la antesala del teatro, tomaba señas, tendía lazos de amistad y respeto profundos.
Digámoslo de una vez: el líder político menos elocuente que hemos tenido en Venezuela en los 44 años de democracia ha sido Leoni, él mismo se lo reconocía a su primo Miguel Otero Silva, en una entrevista que éste le hiciera en La Casona pocos días antes de entregarle la presidencia a Rafael Caldera: “La verdad es que yo nunca he tenido dotes oratorias, como Jóvito Villaba, como Rómulo Betancourt, como Andrés Eloy Blanco, como Carlos Irazábal, como Isidro Valles, como tú mismo, que eran quienes hablaban en los mítines de masas en 1936. Yo, en cambio, era un organizador, un motor de iniciativas, un productor de análisis políticos.”
Luego, en la misma entrevista, el propio Leoni termina de hacer su revelador autorretrato, dice: “La verdad es que nunca he tenido pretensiones de hombre superior, ni he dragoneado de genio. Más aún, me he considerado siempre un hombre del común, un venezolano medio, a quien la historia ha llamado a cumplir posiciones destacadas.” Resulta asombroso que en nuestro país, prácticamente devorado por el mito del héroe, alguien que está entregando la Presidencia de la República se vea a sí mismo de esta manera. Sólo un hombre verdaderamente superior, como se va revelando con el paso del tiempo Leoni, puede valorarse así. Cualquier otro tonto, que la historia termina por olvidarlo en el rincón de las anécdotas, hubiera dicho alguna frase célebre, buscando el mármol o el bronce. No, el esposo de Menca Fernández era diferente.
Entre 1936 y 1938 participa en la formación de ORVE, para luego salir de nuevo al exilio. En Bogotá culmina sus estudios de derecho, y después regresa a Caracas a vivir en la clandestinidad, integrando la nómina del PDN (Partido Democrático Nacional), y luego, desde su fundación en 1941, siendo pieza central del comando de Acción Democrática. En 1945 integra la Junta Revolucionaria de Gobierno que asume el poder a partir del derrocamiento de Isaías Medina Angarita. En ese gobierno ejerce el Ministerio del Trabajo, y traba los lazos que van a ser fundamentales en 1963 para su escogencia como candidato a la presidencia.
El derrocamiento de Gallegos el 24 de noviembre de 1948 lo encuentra en el mismo cargo, y se ve de nuevo en el trance del exilio. Antes permanece ocho meses en la Cárcel Modelo, reducto adónde su madre va a visitarlo con frecuencia. En aquellas visitas la madre se hace acompañar de una prima llamada Menca, de quien el “hosco” Raúl se enamora, y con quien se casa, ya en Washington, cuando el exilio que se inicia la pareja ignora que será de diez años que, en su mayoría, van a ser vividos en Costa Rica.
La vuelta a la patria en 1958 es historia cercana. En 1959 es nombrado Presidente del Congreso de la República, en su condición de Senador por el Estado Bolívar, electo en las planchas de AD. Cumple el encargo hasta marzo de 1962, fecha en la que se abre paso, con el apoyo del Buró Sindical del partido, hacia la candidatura que lo convertirá por obra de los votos en Presidente de la República en 1964.
El presidente sereno
Las diferencias entre el gobierno de Betancourt y el de Leoni son varias, y bastante más sustanciales de lo que cierta historiografía irresponsable niega. Si Betancourt gobierna con los firmantes del pacto de Punto Fijo, y luego con Copei como socio solitario, una vez abandonado el gobierno por URD, a partir de la posición de Betancourt en relación con Cuba y la consecuente renuncia del canciller Arcaya, Leoni no forma gobierno con Copei. La llamada Amplia Base la constituye con URD y con el Uslarismo, agrupado en el FND (Frente Nacional Democrático), alianza que Betancourt digirió con dificultad desde su auto exilio en Berna, ya que Uslar era para el fundador de AD tan anatemático como lo era para Uslar el propio Betancourt.
Pero esta alianza, vista a la distancia, tenía un significado que el propio Leoni buscaba con denuedo: la sanación de las heridas del 18 de octubre, sentar en la misma mesa de gobierno al uslarismo era tender un puente con adversarios históricos. La alianza con URD también suponía una suerte de reconciliación con un partido con el que se había firmado el Pacto de Puntofijo y, además, no había formado parte de las fuerzas que dieron el golpe del 18 de octubre de 1945. Cosa distinta ocurría con Copei que, sin haber sido fundado para la fecha, su líder histórico refrendó el golpe de Estado del 18 de octubre con su participación como Procurador General de la República.
En lo que viene, también, el proyecto de Betancourt y el de Leoni eran distintos. El primero siempre quiso de socio en el esquema bipartidista a Copei, y el segundo buscaba otros compañeros de viaje. Quizás, cierto conservadurismo de Copei no se avenía con fluidez al espíritu de Leoni. Sin embargo, sin proponérselo les hizo un favor a los copeyanos: tanto URD como el uslarismo languidecieron como movimientos políticos en su gobierno, y a Copei terminaron de crecerle los pantalones en la oposición.
Pero esta posición de Leoni no sólo produjo un cambio significativo en el cuadro político, sino que durante su gobierno se gestó la más grande división de AD, al momento de escoger su sucesor, y el uslarismo junto con URD, FDP y el diario El Nacional lanzaron candidato propio. Presentándose un resultado electoral dividido en cuatro partes casi iguales: Caldera, Barrios, Burelli y Prieto. Entonces, el propio Leoni, probablemente sin proponérselo, como ya dije, al excluir a Copei había contribuido con su crecimiento, dándose así el primer paso en el camino del bipartidismo, que se deshizo por obra del propio Caldera, y otros factores en juego, en las elecciones de 1993.
Durante el gobierno de Leoni el movimiento guerrillero sufrió sus mayores derrotas y, de hecho, la corriente que luego desemboca en la pacificación de Caldera, tiene su fuente aquí. Las obras de infraestructura que se adelantaron durante este periodo son fundamentales, sobre todo en la construcción de carreteras y en la creación de la industria del aluminio y el comienzo de la edificación de la central hidroeléctrica de Guri.
También, en el quinquenio de Leoni el venezolano tuvo la sensación de que el principal asunto del Presidente de la República era hacer un buen gobierno, y que la legitimidad de su obra pasaba porque los ciudadanos sintieran que el gobierno era de todos, que no se gobernaba para una parcela, que la unidad nacional no era una pirueta retórica. A todo este clima moderno, de discreción civilizada, contribuía decididamente la personalidad integradora del hijo de Clemente Leoni, el mismo que llegó a afirmar que tan sólo por un voto de diferencia le hubiera entregado la presidencia al ganador de la contienda.
La apuesta por la democracia, obviamente, no era retórica, sino que anidaba naturalmente en su espíritu: cercano a la mansedumbre y el diálogo, pero ajeno a la indeterminación.
Estoy seguro de que cuando los venezolanos avancemos en nuestra andadura, y seamos capaces de ver hacia atrás y valorar a personajes distintos al héroe, entonces allí nos estará esperando la figura histórica de Leoni. Creo, por cierto, que dada la hora actual, cuando el mito del hombre providencial ya no puede traernos mayores desgracias, es muy probable que estos hombres discretos y eficaces comiencen a llamarnos la atención.
Fuente: Efecto Cocuyo