La farsa electoral está montada. Todo dispuesto para que no haya contrariedades. La sola preocupación de los dueños del espectáculo es que el virus chino les enrede la puesta en escena. Pero eso también está previsto, si la propagación se descontrola, contarían con el monopolio de las estadísticas y la información para “normalizar” las condiciones. Los sparrings –con uniforme de opositores- ya se subieron al ring, recorren el país en febril campaña y recolectan candidatos para las 277 curules. Esta semana, uno de ellos nominó como diputado a un general retirado, cuya gloria homérica fue aquella sonora expresión gastro bucal, ante las cámaras de TV, cuando allanaba una planta industrial en Valencia por órdenes de Chávez.
Algunos de estos sparrings visten los colores de partidos de la democracia, colonizados mediante bribonadas del supremo bufete jurídico del régimen. Los agraciados, ahora flamantes dueños de organizaciones políticas, algunas fundadas hace ochenta años, son ciudadanos que descifraron sabiamente que, entre la honestidad y la deshonestidad, hay solo dos pasos: la necesidad y la oportunidad.
Cualquiera sea la reacción de la Venezuela democrática, entre participar de esta farsa, o abstenerse, ambas están en los cálculos del Golem gobernante, quien sabe interpretar la frase del epígrafe. Le sirven, por igual, para mantenerse en el poder. Y también para quitarse, al fin, el estorbo de una legítima Asamblea Nacional reconocida por las democracias de Occidente.
El mejor aliado de esta farsa sería la indiferencia, creer que las consecuencias de la malignidad no tocarán nunca nuestras puertas. Pero, mientras no haya cambio político, crecerá, se profundizará y extenderá sin distinción el drama humanitario. Es impostergable la construcción de un pacto unitario y la definición de rutas y métodos para la movilización, desobediencia y resistencia de los venezolanos demócratas, sin excepción.