El proceso kafkiano al que ha sido sometido el expresidente Álvaro Uribe Vélez solo podría tener como desenlace la preclusión, tal como lo ha solicitado la Fiscalía General de la Nación. No obstante, la presión a la que será sometida la juez Carmen Helena Ortiz, a quien le ha tocado por reparto la suerte de dirimir el asunto, obliga a pensar que el caso aún no está cerrado y que podrían presentarse sorpresas.
No hay duda de que la infiltración comunista en el ámbito judicial es aterradora, y es tanto el interés que hay por condenar a Uribe que se podrían suscitar oscuros ofrecimientos o terribles amenazas, dependiendo de la catadura de la juez. En estos casos, la fórmula pabloescobariana de «plata o plomo» es contundente; ofrecimientos para que no precluya el proceso y amenazas de lo que podría sobrevenir para ella si lo hace. Ya empezó el matoneo en las redes. Y sea lo que decida, habrá un colofón aún más incierto pues la última palabra la dará el Tribunal Superior de Bogotá, que hace poco mantuvo la imputación del expresidente negándole una tutela.
Por tanto, nada está escrito ni se puede cantar victoria; las huestes del terrorismo están heridas y prometen venganza: «para usted no habrá luz al final del túnel», escribió el senador amigo de las FARC. Si los latinajos que le dirigió ‘Santrich’ al presidente Duque, como ese de «memento mori» (‘recuerda que vas a morir’), y ese adagio criollo de que «a todo marrano le llega su diciembre», fueron considerados claras amenazas de muerte contra el Presidente de la República, las expresiones de Iván Cepeda no podrían considerarse de otra forma, incluyendo eso de que «los jóvenes ya conocen su verdadero rostro», lo que hace alusión al adoctrinamiento que la izquierda ha hecho en las nuevas generaciones, que ahora tienen de héroes a los bandidos y de criminales a los próceres que han salvado a este país.
Este proceso ha tenido tantas irregularidades contra el expresidente Uribe que es imposible enumerarlas en tan corto espacio, pero no sobra recordar varios de los hechos más graves. Bastaría con empezar recordando que en 2012 fue Uribe quien denunció a Cepeda por andar haciendo lo que todo el país sabía: recorrer cárceles ofreciendo dádivas para conseguir testimonios que incriminaran a Uribe con el paramilitarismo. Sin embargo, las concesiones que Cepeda les consiguió a sus falsos testigos fueron consideradas por la justicia como ayudas humanitarias, y cuando lo normal hubiera sido cerrar ese proceso, dejando a Cepeda en limpio, ocurrió lo que pocos habían imaginado: convirtieron a Uribe de acusador en acusado con el mismo argumento de que estaba buscando testigos y ofreciendo prebendas para quien incriminara a su contraparte, ese angelito que es el doctor Don Iván.
Mejor dicho, un acto de prestidigitación digno del mejor mago: el mayor enemigo de la izquierda en todo el continente, el dique de contención de las satrapías castro-comunistas, el hombre que no ha podido ser llevado a prisión bajo las más graves y embusteras acusaciones que sus enemigos hayan podido maquinar, enredado de un momento a otro con la vil acusación de estar conspirando contra un don nadie, como si águilas cazaran moscas. Eso sí, no hay que negar que fue una metida de patas interponer esa demanda contra Cepeda, creyendo que ese cartel criminal de la Corte Suprema de Justicia iba a tramitar esa denuncia de manera imparcial y con apego a la ley.
Desde entonces, han sido muchas otras las sorpresas, como esa de interceptar por «error» el teléfono de Uribe y, aún así, validar como pruebas más de 20.000 comunicaciones de voz y texto captadas ilegalmente en las que el único «delito» con el que los medios mermelados quisieron hacer escándalo es el de una conversación en la que el expresidente le advierte a su interlocutor que «…nos están grabando estos hijueputas…». Por eso, ante la ausencia de pruebas, la Corte Suprema tuvo que elaborar un texto de acusación que convenciera por agotamiento a quien se atreviera a leerlo: 1554 páginas de basura en las que no se ofrece la menor prueba de nada, tan solo inferencias hechas por el magistrado César Reyes, que debió apartarse del caso por haber sido contratista del Gobierno Santos en temas del proceso de paz por casi 600 millones de pesos que vaya alguien a saber si se justificaron o no.
Como si fuera poco, le aparece al testigo estrella contra Uribe, el señor Monsalve —ese que no quiso declarar ante la Fiscalía y que vive como un rey en una casa fiscal del Inpec por cortesía de su amigo, Don Iván— una hermosa finca en el departamento de Risaralda como por arte de birlibirloque, ¡como si le hubiera salido la tapa premiada de una gaseosa! Es que los esfuerzos que se han hecho para hundir a Uribe han sido muchos y muy osados, no más falta que se cansen de tratar de enlodar su nombre y pisotear su memoria y vuelvan a intentar con una bomba o un francotirador, cosas en las que son realmente expertos.
Aunque no hay que confiarse, la rabia de Cepeda y Montealegre parece una prueba irrefutable de que se les escapó la presa y que este canallesco montaje, con el que además pretendían influir las Elecciones 2022, está agotado. El que va a estar muy ocupado dando explicaciones es el titiritero mayor, que, ahora sí lo sabemos, se pudo reelegir en 2014 gracias a la plata de Odebrecht.
Fuente: PanamPost