lunes, diciembre 23, 2024
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OPINIÓN- Saúl Hernández: Las marchas de los estúpidos

Un video que ha circulado por las redes sociales muestra a un padre de familia reprendiendo a su hijo por haber asistido a una de tantas manifestaciones violentas en Bogotá, donde fue capturado por la Policía. El señor le dice a su hijo: «¿A qué vino, güevón?, ¿a protestar qué? ¡Dígame una sola razón! ¡No sabe un culo del país y viene a protestar acá, no sabe nada, no sabe ni mierda!».
Y es que, a pesar de que, según una encuesta de la Universidad del Rosario, 84 % de los jóvenes dicen sentirse representados por el paro nacional, cuando se les pregunta un motivo para protestar no van más allá de tópicos sin sustancia sobre la situación del país, como hablar de «indignación», «insatisfacción» o «inconformidad», y de hacer alusión a una supuesta «falta de oportunidades». Y eso sin contar con las sandeces que manifiestan los que están claramente radicalizados, los disfuncionales que a veces hablan con el bareto en la mano y lo que podrían decir los asalariados del disturbio, que reciben hasta 70.000 pesos por jornada.
Obviamente, muchos de estos jóvenes en realidad están convencidos de que un gobierno de izquierda, en cabeza de Gustavo Petro, crearía una sociedad justa en la que no haya lugar al «inconformismo», y que además de justa podría ser tan próspera como —por ejemplo— los países escandinavos que tan a menudo suelen citar. Pero, ciertamente, ignoran que el calificativo de «idiotas útiles», dado por Lenin, les sienta a la perfección: «Usaremos a los idiotas útiles en el frente de batalla. Incitaremos el odio de clases, destruiremos su base moral, la familia y la espiritualidad. Comerán las migajas que caerán de nuestras mesas. El Estado será Dios». Mejor dicho, ni siquiera sospechan lo que nos corre pierna arriba.
Hace días, el columnista Mauricio Rubio (A la revolución le conviene la pobreza, El Espectador, 02/06/2021), trajo a colación una entrevista que el general venezolano y expresidente de PDVSA, Guaicaipuro Lameda, le dio en 2012 a la periodista Carla Angola. En ella, Lameda relata haber renunciado a la estatal petrolera y a cualquier cercanía con la revolución chavista cuando, en su intento por advertir a Chávez de la debacle económica que se venía encima, recibió del ministro de Planificación Jorge Giordani el reproche de que aún no había entendido en qué consistía la revolución bolivariana.
Palabras más, palabras menos, Giordani le dijo que a los pobres había que mantenerlos pobres, aunque con esperanza, pues estos eran el sostén político para mantenerse en el poder el tiempo suficiente para provocar un profundo cambio cultural para hacer que la gente se resigne a vivir con lo mínimo y deseche los anhelos burgueses del lujo o la comodidad. «Mire —le explicó Giordani—, se trata de un cambio cultural y eso toma al menos tres generaciones: los adultos se resisten y se aferran al pasado; los jóvenes la viven y se acostumbran, y los niños la aprenden y la hacen suya. Toma por lo menos 30 años». Bueno, llevan más de 20 y ya se conformaron con comer de la basura, recibir una caja oficial de comida a veces vencida y a que, con el salario mínimo mensual, que hoy es de 10 millones de bolívares (equivalentes a tres dólares y medio o a trece mil pesos colombianos), apenas se pueda comprar un pinche pollo.
La respuesta del general Lameda no pudo ser más elocuente: «¿Usted me está diciendo que esta revolución deliberadamente condena a los pobres a que vivan en la pobreza sólo para que ustedes se mantengan en el poder mientras intentan que la gente piense como ustedes creen que debe pensar? Si es así, ustedes son unos hijos de puta y yo con hijos de puta no trabajo». Sin embargo, a estas alturas se habrá enterado el general que el comunismo no solo condena a la pobreza a los pobres, sino a todos, a todos los que se queden, claro. Y que el mantenerse en el poder no es tanto para que la gente cambie su manera de pensar, sino para esquilmar todas las riquezas del país pues los dirigentes y sus camarillas —los enchufados— se lo reparten todo.
Tal vez, los «inconformes» de hoy lo estén aún más en una o dos décadas, cuando entiendan que el Estado no les dará Ferraris como los de JBalbin o Maluma, y que la única forma de alcanzar un mejor vivir es creando riqueza en vez de destruirla, como se propone quien aconseja no consumir gaseosas, no sacar el carro, no comprar en grandes superficies, no montar en buses privatizados y otras barbaridades por el estilo. ¿Sufrirán los peruanos el mismo destino? Ya decía Nicolás Gómez Dávila que «La estupidez es el combustible de la revolución».
Fuente: PanamPost

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