En diciembre de 2000 la ONU, ante el aumento de los flujos migratorios en el mundo, proclamó el 18 de diciembre como Día Internacional del Migrante (DII) (Resolución 55/93). Diez años atrás, en ese mismo día, en 1990, la Asamblea ya había adoptado la Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares (Resolución 45/158). Una visión constructiva y humanista de los flujos migratorios recogida en la página de la ONU (ONU-Dia del Inmigrante), en la cual también se proclama como tema para 2021: Aprovechar el potencial de la movilidad humana.
“Existen diversos los factores que inciden en los movimientos de población. Dichos movimientos, que pueden ser voluntarios o forzosos, son el resultado de desastres, crisis económicas y situaciones de pobreza extrema o conflicto, cuya magnitud y frecuencia no dejan de aumentar. En 2020, había unos 281 millones migrantes internacionales, lo que corresponde al 3,6% de la población mundial.
Todos estos factores tendrán repercusiones de calado en las características y el alcance de la migración en el futuro, y determinarán las estrategias y políticas que los países deberán implementar para aprovechar el potencial de la migración, sin dejar de lado la protección de los derechos humanos fundamentales de los migrantes”.
Una visión multidimensional de la crisis migratoria venezolana, obliga a un aterrizaje forzoso en relación con las expectativas positivas que se plantean con la creación del DII recogida en numerosos informes, uno de Refugees International (Refugees International Venezuela); otro de HIAS, fundada originalmente como la Hebrew Immigrant Aid Society y cuyo simple lema “Welcome the Stranger. Protect the Refugee” es, no solamente conmovedor, sino que revela un conocimiento histórico profundo de las tragedias y oportunidades asociadas con las diásporas y migraciones masivas (HIAS Venezuela); y un tercero, de enorme importancia porque proviene de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados donde se recoge esta simple y demoledora frase (ACNUR Venezuela): “When considering only international displacement situations under UNHCR’s mandate, Syria topped the list with 6.8 million people, followed by Venezuela with 4.9 million.[1]
Se unen a estas reflexiones este fin de semana pasado, en ocasión del Evento de Navidad de Casa Venezuela Arizona (CV AZ), la información acerca de la nueva imposición de visado del gobierno mexicano a los venezolanos, presumiblemente en respuesta parcial a la presión de los Estados Unidos por el aumento exponencial de migrantes venezolanos que intentan cruzar México para llegar a la frontera norteamericana y cruzar, ayudados y extorsionados por los coyotes, señores y dueños de los pases fronterizos ilegales en Texas, New México y Arizona.
No se requiere demasiada imaginación para pensar en lo que significa una travesía iniciada en Venezuela, pagando sobornos en distintas alcabalas de tráfico humano, para intentar llegar a la frontera entre México y los Estados Unidos por avión o por tierra, caminando o a lomo de la infamemente famosa “Bestia”, el tren de carga que recorre miles de kilómetros desde Centroamérica hasta el norte de México con los techos de sus vagones repletos de inmigrantes. Las historias de terror que se escuchan de los venezolanos que están llegando a Arizona, y que conozco de primera mano a través de nuestra gente de CV AZ que trabaja incansablemente en asistencia legal y ayuda humanitaria o en los centros de acogida y detención, son dramáticas y conmovedores.
De modo que la movilización migratoria es un complejo fenómeno multifactorial. Por un lado, implanta oportunidades basadas en las capacidades y espíritu emprendedor de los migrantes, algo que la repugnante visión xenofóbica, que lamentablemente ha cobrado fuerza en países deudores históricos con la solidaridad de Venezuela, la cual pretenden desconocer. Por otro lado, es innegable que la migración, descontrolada e ilegal, crea una presión social por recursos, empleos, asistencia médica y seguridad, que se manifiesta con mucha fuerza en la sociedad de nuestros vecinos latinoamericanos.
Hace poco más de un mes en Colombia, durante la convención anual de la Coalición por Venezuela, organización de la cual forma parte VenAmérica, se comentó algo que me estremeció acerca de la presencia de venezolanos en bandas criminales: en nuestros países vecinos se llama con sorna “los hijos de Chávez”, a los mendigos, indigentes y delincuentes venezolanos, que, para nuestro pesar y dolor, también existen. Cuando indagué el porqué, se me respondió que era para diferenciarlos de los emprendedores migrantes venezolanos que con su talento y preparación constituían una de las diásporas más preparadas del mundo, una gran diferencia.