La narrativa y el lenguaje son elementos esenciales del mensaje político. Una verdad simple y evidente que mucha gente tiende a ignorar, confiriéndole un valor superior a las acciones que a las palabras. De hecho, la conocida frase «un hecho vale más que mil palabras« debe ser cuidadosamente examinada cuando se refiere a la política y, sobre todo, a la percepción psicológica de la gente sobre el contenido de la narrativa. Mensajes increíblemente poderosos que, literalmente, transformaron la historia del mundo, para bien y para mal, fueron construidos por individuos carismáticos, frecuentemente, acompañados de un aparato de propaganda alrededor del mensaje.
De hecho, uno podría afirmar que un proverbio más adecuado para definir el efecto invasivo y profundo del lenguaje y sus símbolos verbales en la política sea «la palabra crea«. En nuestra cultura occidental, esta frase contiene una alegoría muy profunda al poder divino. La primera acepción del verbo «crear» en el DRAE es: producir algo de la nada. Y, como ejemplo de utilización, la frase: «Dios creó cielos y tierra». Es decir, en Génesis, el primer libro de la biblia, Dios creó con su palabra.
En Venezuela, un individuo carismático, Hugo Chávez, se convirtió en el elemento esencial de transmisión de un mensaje, una narrativa histórica, que terminó por capturar de manera aparentemente irrevocable, la razón y la pasión de grandes contingentes de venezolanos.
Para muchos opositores, el país azul, resulta más fácil describir al chavismo y a su heredero, el madurismo, enumerando la obra de destrucción material del país, que es múltiple y extensa. Pero no se reconoce con la misma intensidad la obra, fundamentalmente, de Chávez, en afectar de manera severa e intensa la psiquis colectiva de los venezolanos en modos que sutilmente involucran tanto al país rojo como al país azul. Una de las más perversas manipulaciones del chavismo es la pretensión de apoderarse de las figuras fundadoras de nuestra nacionalidad, especialmente la de Simón Bolívar. En realidad, la figura inspiradora no confesa del chavismo no es la de Bolívar sino la de José Tomás Boves, pero ello, no obstante para que se arroguen la palabra «bolivariano» para su movimiento. Un segundo timo del lenguaje chavista es la pretensión de que nuestra historia reciente se divide en una IV y una V república. Un tercero es la mentira de que Chávez nacionalizó la industria petrolera. Una de más poderosas falsedades de la historia fabulada del chavismo es la que afirma que Venezuela es un país de zambos, mezcla de indios y negros, un mito que desconoce no solamente nuestra poderosa herencia hispánica sino que introduce un elemento extremo de división en la población.
La introducción de líneas de fractura en la sociedad venezolana ha sido una de la victoria más importante de la estrategia chavista. Zambos contra blancos, católicos contra santeros, ricos contra pobres, revolucionarios contra traidores a la patria. La polarización extrema del país y la fractura del sistema de partidos políticos son dos de los elementos más importantes que nos trajeron a Chávez. Al Comandante Galáctico no lo eligieron en 1998 las masas empobrecidas del país, otra de las mentiras bien cultivadas de la mitología chavista, sino la clase media, desencantada por la corrupción y presa del espejismo que se expresaba en la frase «no podemos estar peor». Es decir, que cuando se llegó al momento de la elección ya el daño estaba hecho en la psiquis colectiva.
Todo lo anterior es historia conocida. Pero una que vale la pena recordar para intentar entender, en primer lugar, porque los venezolanos del «país azul» se creen y repiten muchos elementos subliminales del lenguaje chavista, especialmente los referidos a sus mentiras históricas, en particular, el tema de la IV y V repúblicas y como están dispuestos a entregarle al chavismo la figura de Bolívar, aceptando que la malhadada revolución del socialismo del siglo XXI es, en verdad, bolivariana. Aún más interesante, y destructivo, es el hecho de que la resistencia adopta el esquema destructivo de polarización introducido por Chávez para dividir a la población. Ello es tristemente manifiesto en la lucha encarnizada que se lleva a cabo al interior de la resistencia, en el mejor espíritu chavista. Estigmatizando al adversario y polarizando en grado superlativo, sobre todo en las redes sociales que se han transformado en paredones de linchamiento público, uno donde se pasa de héroe a traidor en un abrir y cerrar de ojos.
Uno de los escenarios más tristes y dramáticos donde se expresa lo que podríamos definir como «el chavista que llevamos por dentro» es el espacio de la diáspora, especialmente, la comunidad de venezolanos en los Estados Unidos. Una insidiosa línea de fractura pretende imponerse, según la cual muchos venezolanos afectos al Partido Republicano califican de comunista al Partido Demócrata al tiempo que, en la dirección contraria, hay venezolanos cercanos al Partido Demócrata que tachan a los republicanos en su conjunto de fascistas.
En ambas conductas, se manifiesta no solamente una falsificación primitiva e ignorante de los hechos sino una inmensa distorsión que hace un daño muy grave al apoyo bipartidista que ha recibido la causa de la recuperación de la libertad y la democracia en Venezuela. En un sentido muy profundo, los venezolanos deberíamos ser los primeros interesados en que el tema de Venezuela no se estanque en las trincheras partidistas, pero eso no lo entiende mucha gente que pretende trasladar al escenario de la política norteamericana las mismas prácticas de segregación y polarización que le entregaron a Venezuela al chavismo.
A ello se le suma que estos grupos no entienden que la democracia norteamericana se encuentra en un grave riesgo por efecto precisamente de la polarización de los últimos años. Es decir, que esos venezolanos que no pueden controlar al chavista que llevan por dentro pretenden trasladar el mismo morbo que asesinó a Venezuela a su nueva patria norteamericana. El último episodio de esta conducta es la lectura extremista de unas declaraciones del candidato Biden en relación a Cuba que, sin duda, debieron ser más cuidadosas con el tema venezolano, pero que no deberían interpretarse como un acto de entrega al comunismo cubano.
Concluyo, con tristeza, que una de las razones por las que el mensaje de Chávez caló tan profundamente en nuestro pueblo es porque, lamentablemente, apela a nuestro lado oscuro, uno donde anida la tentación autoritaria, despótica y vulgar de descalificación del adversario y de irrespeto a la conducta democrática.
Ese lado oscuro, lo que en la saga de Star Wars se denomina Bogan, gravita sobre nosotros como una maldición genética, si se me permite el exabrupto en tiempos de coronavirus. Una calamidad de nuestra anti-cultura que solamente la educación en valores democráticos será eventualmente capaz de controlar.
Fuente: Tal Cual Digital