Una de las obras más atroces de destrucción de la nación que alguna vez fue Venezuela, legadas por el chavismo, es la aniquilación del sistema universitario y de generación de conocimiento. Es interesante y deprimente, que muchos de los “héroes” del así llamado “chavismo originario” proceden de la universidad, especialmente de la UCV y la ULA. De la primera vienen, entre otros, Nelson Merentes, Luis Fuenmayor, Jorge Giordani, Jorge Rodríguez, Carlos Genatios, Margarita López Maya, Edgardo Lander, Héctor Navarro y Elías Jaua, por tan solo enumerar a algunos de los más prominentes líderes y figuras públicas. Proveniente de las aulas de la ULA solamente mencionaré al hermano del comandante eterno, Adán Chávez. Menciono nombres específicos para poner de relieve que uno podría esperar que la universidad autónoma tuviera dolientes dentro de las filas del socialismo del siglo XXI, pero la triste verdad es que los próceres del chavismo, los de antaño, los originarios, los disidentes, y los que mutaron para seguir apoyando la gesta de destrucción del madurismo, nunca protegieron una herencia que no era de la oposición sino que era su propia alma mater, donde todos ellos se formaron y ejercieron como estudiantes, profesores y, en algunos casos, autoridades.
El conflicto del chavismo con las universidades tiene su origen, como muchas de las plagas destructoras de nuestra identidad nacional, en el intento fallido por controlarlas. Algo que comenzó de manera sibilina y artera con la toma del Consejo Universitario y las acciones por defenestrar al entonces rector de la UCV, Giuseppe Giannetto, en 2001. Lo recuerdo de manera prístina, porque yo venía llegando de un año sabático fuera del país, y en una reunión, a la que me invitó el rector, interesado en saber lo que yo pensaba acerca del desasosiego que reinaba en la UCV a raíz de la turbulencia causada por el triunfo de Chávez y las pretensiones de los chavistas por controlar la universidad, le expresé que yo estaba convencido de que debía ponerse sin cortapisas a la cabeza de la reforma universitaria y, que si no lo hacía, no me extrañaría en lo más mínimo que los chavistas emprendieran acciones extremas, incluso violentas, como tomas, para apoderarse de las banderas del cambio universitario. Algo que no les pertenecía, pero de lo cual intentaban apropiarse siguiendo las enseñanzas de La Habana y el modelo universitario del Che Guevara. Lamentablemente, los acontecimientos se precipitaron y surgió un movimiento antiautonomía, dirigido, entre otros por el rector usurpador, Agustín Blanco Muñoz, Agustín el Breve, así llamado por lo exiguo de su mandato. El rector Giannetto defendió a capa y espada a la UCV, pero el daño estaba hecho. La comunidad universitaria quedó profundamente dividida por la toma y sus consecuencias, cuando en verdad debió estar más unida que nunca. Podría decirse que la escisión que se produjo en la UCV fue el preludio de lo que después ocurriría en el país, los universitarios, que estaban obligados a defender el patrimonio y herencia de los venezolanos se dividieron ante un agresivo agente corruptor de nuestros valores primarios, creyendo que quienes negociaran con el chavismo sobrevivirían. Craso y grave error. Eventualmente el aparente “respeto” de Chávez por la universidad se transformó en una batalla frontal por su control y el indoblegable intento por sojuzgarla se tradujo en la creación de universidades “populares” de quinta categoría que terminarían acorralando a la universidad popular y democrática.
Por supuesto que no se trata de disculpar a la universidad venezolana por sus carencias: jubilación temprana, gremialismo, politiquería, estructuras anquilosadas y dificultades para mantenerse al paso de la transformación científica y tecnológica del resto del mundo, por mencionar algunas. Pero ninguna de sus falencias, puede ocultar sus múltiples y profundos aciertos y el hecho de que siempre fue una institución estructuralmente comprometida con el país y con abrirle oportunidades a sus jóvenes.
La conducta depredadora y traicionera de su propio pueblo que ha seguido el chavismo-madurismo con relación a la universidad venezolana es profundamente nefaria. La aniquilación del salario, reducido a una vergonzosa pantomima, y que ha forzado al éxodo a un crecido número de profesores y estudiantes, cuando no a asumir la condición de indigentes, la destrucción de instalaciones, la conducta permisiva frente al robo y vandalización de las instalaciones, el limbo legal en que se mantiene a las universidades impidiéndoles realizar elecciones y renovar sus autoridades, y, en general, la pauperización del sector por la exigua e ilegal asignación de presupuestos, han terminado por reducir a la universidad venezolana a un fantasma que se sostiene solamente por la abnegada y valiente conducta de un grupo de estudiantes, profesores y empleados, que se han convertido en verdaderos héroes civiles. Contra estos esfuerzos, se siguen sumando los ejemplos de barbarie. Por tan solo citar un ejemplo, los constantes robos contra el Instituto de Medicina Tropical de la UCV, donde se realiza un esfuerzo titánico por mantener las defensas del país contra las epidemias. En otro ámbito geográfico, los últimos episodios de asalto, quema y destrucción de bibliotecas y laboratorios en la UDO, y el nombramiento de un “protector” para esa universidad, son la culminación de años de agresión y humillación contra todo lo que represente conocimiento y pensamiento independiente en esa y otras de nuestras casas de estudio.
No deja de ser interesante la comparación con otros regímenes totalitarios, especialmente el caso de la extinta Unión Soviética, donde se protegió la existencia de universidades y centros de investigación de élite y, de manera notable, con Cuba, la Isla Madre de la “revolución”. Cuba, bajo la égida de los hermanos Castro, y debido en buena parte a la visión que el Che Guevara tenía de la “universidad del pueblo”, no destruyó a la universidad. La controló sí. Le impuso un modelo de gestión, sí, pero no la aniquiló. De hecho Cuba se da el tupé de enrostrarle al mundo occidental que el sistema de investigación de la isla es capaz de producir unas vacunas contra el COVID, bautizadas pomposamente Abdala y Soberana, que algunos cínicos llaman el “chuzo cubano” en lugar de la vacuna. Pero cuando se compara eso con las gotitas milagrosas de Maduro y el hecho de que los venezolanos se mueren a miles por ausencia de una gestión sanitaria mínima, produce nauseas por decir lo menos.
El virus de exterminio del conocimiento y de la capacidad de educar y proteger a su población, en que se ha convertido el gobierno de facto que domina a Venezuela, no ha limitado su letal acción a las universidades. El IVIC, Intevep y Pdvsa han recibido también el terrible mazazo de destrucción de 22 años de desgobierno. No cabe duda de que la hecatombe, el proceso de disolución nacional que se dibuja como una sombra siniestra sobre los destinos de Venezuela, tiene en la desintegración de la universidad pública una de sus acciones más arteras contra el sueño de Simón Bolívar, que se imaginó una nación iluminada y faro del mundo civilizado.
Honor y deuda eterna para nuestros universitarios, profesores, estudiantes, empleados y autoridades que luchan a capa y espada por defender y proteger lo que queda de una universidad a la que tengo el orgullo de pertenecer. Vergüenza y oprobio para el gobierno de facto y sus antecesores en la implantación del @socialismo del siglo XXI” que arrastran a Venezuela a una situación de la cual será muy difícil recuperarse. Tiempo de que la sociedad venezolana asuma la defensa de la universidad como un problema propio y no solamente de los universitarios. Una intrigante y prometedora posibilidad que se puede traducir en una campaña nacional e internacional. Una idea exploramos en una reunión reciente con los rectores de la Averu y a la que toca darle cuerpo.