Tengo días pensando en escribir sobre el drama, otra dimensión del sufrimiento que corroe a nuestra nación, de los venezolanos cruzando la frontera de México a Estados Unidos. Gente que llegó de alguna manera a Centroamérica y atravesó México a bordo de La Bestia, el tren de carga que transporta en el techo de sus vagones a centenares de miles de inmigrantes ilegales, o de cualquier otro modo. Al final, cruzando el río Bravo en Texas, o víctimas de los coyotes en la frontera con Arizona. Nada demasiado diferente de lo que se vive en la frontera con Colombia y Brasil, o el horror del tráfico humano hacia Trinidad.
La imagen de un joven venezolano cargando a una anciana cruzando el río Bravo se ha hecho viral y ha desatado un sinnúmero de mensajes que expresan el horror de la gente ante el drama que transmite la imagen y que se convierte en el vínculo visible del proceso de disolución de Venezuela. No solamente un Estado fallido, sino, en la práctica, sujeto a fuerzas y conflictos que amenazan la integridad misma de la nación. Una imagen con el poder de despertar la indignación en un momento específico, una indignación que quizás debería transformarse en una conducta constante de los venezolanos, hasta que logremos salir del régimen de la destrucción que gobierna de facto a nuestro país. Pero ese no es el caso, y la imagen del horror y la desesperanza, y posiblemente también de la expectativa de marchar hacia otro futuro en Estados Unidos, que se refleja en la cara del joven cruzando el río, se diluirá en el tiempo, hasta que surja un nuevo horror que reemplace al anterior.
Reflexionando sobre estos temas, me encuentro un artículo extraordinario de Arthur Kleinman y Joan Kleinman, “The Appeal of Experience; The Dismay of Images: Cultural Appropriations of Suffering in Our Times” (El atractivo de la experiencia; La consternación de las imágenes: Las apropiaciones culturales del sufrimiento en nuestros tiempos) (jstor), que trata precisamente sobre el núcleo de mis pensamientos. Lo que sigue, es una traducción libre de un extracto de ese artículo:
«El sufrimiento es uno de los terrenos existenciales de la experiencia humana; es una cualidad definitoria, una experiencia limitante en las condiciones humanas. También es un tema dominante de nuestros tiempos mediáticos. Imágenes de víctimas de desastres naturales, conflictos políticos, migración forzada, hambrunas, abuso de sustancias, la pandemia del VIH, Enfermedades crónicas de docenas de tipos, delitos, abusos domésticos y las profundas privaciones de la indigencia están por todas partes. Las cámaras de video nos llevan a los detalles íntimos del dolor y la desgracia.
Se hace una apropiación de las imágenes de sufrimiento para atraer emocional y moralmente tanto a las audiencias globales como a las poblaciones locales. En efecto, esas imágenes se han convertido en una parte importante de los medios. Como»infoentretenimiento» en los noticieros nocturnos, se comercializan imágenes de víctimas; se incorporan a procesos de marketing global y competencia empresarial. El atractivo existencial de las experiencias humanas, su potencial para movilizar el sentimiento popular y la acción colectiva, e incluso su capacidad de presenciar u ofrecer testimonio, ahora están disponibles para ganar participación de mercado. El sufrimiento «aunque a la distancia «, como expresó el sociólogo francés Luc Boltanski de manera reveladora, es un objeto de apropiación rutinaria en la cultura popular estadounidense, que es una vanguardia de la cultura popular global. Esta globalización del sufrimiento es uno de los signos más preocupantes de las transformaciones culturales de la era actual: preocupante porque la experiencia humana está siendo utilizada como una mercancía, y a través de esta representación cultural del sufrimiento, esa experiencia se rehace, se diluye y se distorsiona.
Es importante evitar conferirle esencia, naturalidad o sentimiento al sufrimiento. No hay una única forma de sufrir; no existe una forma universal atemporal o sin espacio para el sufrimiento. Hay comunidades en las que se devalúa el sufrimiento y otras en las que se le dota de la máxima trascendencia. Tanto los historiadores como los antropólogos han demostrado que los significados y modos de la experiencia del sufrimiento son muy diversos. Los individuos no sufren de la misma manera, al igual que no viven, o hablan de lo que está en juego, ni responden a problemas graves de la misma manera. El dolor se percibe y se expresa de manera diferente, incluso en la misma comunidad. Las formas extremas de sufrimiento, como la supervivencia de los campos de exterminio nazis o la catástrofe camboyana, no son experiencias «ordinarias» de pobreza y enfermedad».
Hasta que punto una imagen tiene el poder de conmovernos y transmitirnos una experiencia vívida y cercana, especialmente en la cultura occidental, fue estudiado a fondo en los núcleos de inteligencia de Al Qaeda, según revelan documentos capturados por Occidente. Ello explica, en parte, no solamente la presencia masiva de los terroristas en Internet, las redes sociales y los medios de comunicación, sino la puesta en escena de ejecuciones individuales o de pequeños grupos en el más puro estilo de Hollywood. Un individuo decapitado por su juez y verdugo en frente a la cámara tiene un mayor impacto que un ataque con bombas y cientos de muertos. Nos identificamos con el sufrimiento individual, mientras que el sufrimiento masivo tiende a ser una estadística. Un muy interesante estudio sobre las técnicas de propaganda de Al Qaeda lo constituye la tesis de maestría de David K. Lyons (Lyons), un estudio donde se hace una enjundiosa disección de la efectividad de la operaciones online de Al Qaeda por medio de la teoría de la propaganda.
Mi propósito en escribir sobre temas tan complejos y dolorosos, especialmente en la Venezuela de estos tiempos, no es aleccionar a nadie. Si pretendo, por un lado, examinar la forma en que procesamos el drama colectivo que vive nuestro país. Tratar de entender que la imagen del río Bravo que se hizo viral no es mejor ni peor que la imagen de Franklin Brito muriendo en huelga de hambre por sus derechos, o la de los botes naufragados llevando migrantes de Güiria a Trinidad, o las de nuestros compatriotas, tratados como parias, bombas biológicas, cuando trataban de regresar a su patria huyendo del covid en Colombia. Todas revelan el mismo sufrimiento y una sola debería bastar para desatar nuestra inquebrantable indignación. Por otro lado, pretendo hacerme, y hacernos, la pregunta: ¿Cuántas imágenes se necesitan para transformar nuestro horror en acción política constante y finalmente desalojar al gobierno del mal, causante de todas las tribulaciones de nuestra gente?
Fuente: El Nacional