La así llamada carta de los 25 al presidente Biden pidiendo la suspensión de las sanciones de los Estados Unidos al régimen de Maduro, y la subsiguiente carta suscrita inicialmente por Antonio Ledezma, y ahora abierta para su firma, han dado inicio a una discusión muy importante sobre las divisiones al interior de la oposición, y sobre la responsabilidad del gobierno interino en expresarse con claridad en un tema de esta trascendencia.
No voy a participar en la campaña de descalificaciones que señalan a los firmantes de la carta de los 25, como alacranes, ingenuos o, peor aún, como propiciadores de una cohabitación entregada y riesgosa con el régimen. Entre la gente que firmó esa carta hay venezolanos respetables, e independientemente de que yo no comparta la argumentación que se expresa en la misma, creo que hay que producir una discusión a fondo de los supuestos y las conclusiones en esta comunicación, en lugar de recurrir a la destrucción y el insulto al que nos hemos acostumbrado en estos últimos 20 años. Especialmente en los medios opositores, donde se pasa de héroe a traidor de manera a veces instantánea.
Quienes objetan la carta de los 25, se sienten muy identificados con la misiva de Antonio Ledezma, que desmonta uno a uno los argumentos esgrimidos en la comunicación original. Ledezma hace un esfuerzo importante en demostrar que el supuesto de que las sanciones son las responsables de la crisis del país es insostenible, y que la destrucción por diseño de la economía venezolana comenzó mucho antes de la imposición de las sanciones. En otra dirección, sé de al menos dos cartas adicionales, opuestas abiertamente a la carta de los 25, que se están ensamblando con el argumento central de que si no se dice algo distinto, el presidente Biden y el gobierno norteamericano quedarán con la impresión de que los venezolanos masivamente piden la suspensión de las sanciones.
Cabe preguntarse cómo en un momento tan difícil, donde el régimen está interna e internacionalmente fortalecido, coexisten en la oposición venezolana dos posiciones diametralmente opuestas sobre un tema tan complejo y delicado. La respuesta sencilla, que alguna gente encuentra muy satisfactoria, es que la carta de los 25 fue escrita por adláteres y cómplices del régimen y que, en consecuencia, no hay dos posiciones sino una. La verdad es mucho más compleja: no se trata solamente de que existen varias posiciones dentro de la oposición, sino que esta ambigüedad se extiende a otros ámbitos más allá del asunto de las sanciones y abarca el tema del liderazgo de la oposición, el mecanismo para renovarlo, la participación en las elecciones de 2024, y, muy especialmente, el asunto clave de la cohabitación con el régimen.
Paso a precisar mi interpretación del espinoso término. Según el DRAE, cohabitar, tiene significados muy similares a coexistir y convivir, sin embargo, el Diccionario de la Academia, menciona una acepción del término que se ha ido extendiendo: Dicho especialmente de partidos políticos, o miembros de ellos: Coexistir en el poder (DRAE ). Cabe entonces la pregunta inmediata que muchos nos hacemos: ¿Cómo se comparte el poder con un régimen populista autoritario que no acepta compartirlo, y, más aún, que pretende perpetuarse en el mismo, como el régimen venezolano? La respuesta simple, aunque probablemente poco aceptable para muchos que defienden la tesis de que es necesario separar el tema económico del político, es que la cohabitación con el régimen venezolano no es un ejercicio equilibrado y que requiere un componente de sumisión, que no tiene nada que ver con reconciliación ni reunificación de nuestra nación, y que termina por hacerle un favor importante al régimen, especialmente en el espacio internacional.
Yo declaro abiertamente mi inclinación a trabajar por la refundación de una Venezuela libre y democrática y la reunificación de nuestro pueblo, sin exclusiones. Apoyo cualquier espacio de diálogo y negociación condicionado a la realización de elecciones libres y verificables. Pero expreso mi más profundo rechazo a fórmulas de cohabitación que pretenden crear una ficción de convivencia y de recuperación económica a expensas de nuestra libertad y democracia. Pretender, como lo han sostenido destacados analistas, que es necesario separar la política de la economía, en un esquema de control que emula el existente en China, no es una solución que deseo para mi patria. Especialmente si significa poner a nuestra juventud en manos de un populismo depredador que pretende que nuestros jóvenes sean siervos de una maquinaria de pseudo-recuperación de la economía con salarios de miseria. Una recuperación que solamente puede beneficiar a un sector muy reducido de la población, aún con la fantasía de la recuperación de la industria petrolera.
En este punto, la pregunta de fondo no es qué grupo envía la mejor y más sólida carta a Biden. La pregunta es por qué el interinato no asume una narrativa de avanzada sobre el tema de las sanciones, y por qué no se expresa con claridad sobre los riesgos de la cohabitación. ¿Por qué el presidente (e) Guaidó no se convierte en el líder de una narrativa de desafío que exprese que la cohabitación ingenua y sumisa, cómplice, es un riesgo letal para Venezuela?. Un riesgo que adquiere dimensiones inmensas porque muchos venezolanos, decepcionados de la política y pasando por una situación de penuria continuada pueden concluir que lo importante es recuperar la economía, así Maduro y el chavismo se queden para siempre en el poder.
La desunión de la oposición, una debilidad letal, se está quedando corta ante el estruendoso silencio del interinato, un oxímoron que expresa con toda claridad nuestra paradoja. Los tiempos se estrechan, y si el liderazgo no asume su responsabilidad, es muy difícil pedirle a la ciudadanía que lo haga.