Todo parece indicar que nos acercamos a la confluencia de corrientes que conforman la tormenta perfecta para la oposición democrática venezolana. Por un lado, y quizás el elemento más importante, la manifiesta falta de unidad del liderazgo opositor, que ha hecho implosión con las acusaciones recientes de corrupción en relación al caso de Monómeros, y las posiciones diferenciadas del G4 en torno a temas vitales, como el apoyo al presidente (e) Juan Guaidó. En otra dirección el caos de la participación electoral en las elecciones de noviembre. Un tema de importancia capital como lo es la restauración de la confianza de los venezolanos en el voto, manejado de la manera más absurda y contraproducente posible, con múltiples candidatos enfrentados entre ellos, compitiendo por el voto opositor y abriendo la puerta a que el chavismo, con su magra minoría, se alce con alcaldías y gobernaciones a las que no tendría acceso si se enfrentara a una oposición unificada. Y por último el asunto de las negociaciones en México, un espacio en buena medida impuesto y abierto por la influencia internacional, en el que la representación opositora luce frágil y desconectada en buena medida del gobierno interino.
En relación a las elecciones de noviembre, comparto lo que escribió recientemente el Padre Luis Ugalde en un artículo donde enumeraba sus razones para votar. Independientemente de la precariedad de la situación de la oposición, de la tardanza en decidirse a participar, de la ausencia de una estrategia para seleccionar a los mejores candidatos con independencia de su filiación política, del ventajismo del régimen, de la ausencia de garantías, de los vaivenes incomprensibles asociados con la Misión de Observación de la Unión Europea; en fin, contra viento y marea es necesario abrir un canal para que la gente se exprese y, sobre todo, para que comience un duro y difícil proceso de reparación del liderazgo opositor que tome en cuenta las nuevas realidades regionales.
Los venezolanos en el exterior, la así llamada diáspora, pueden jugar un papel inesperadamente importante en redefinir los términos de actuación de la oposición. No se trata simplemente de un problema de números, asociado con el hecho de que cerca de seis millones de migrantes venezolanos están, en la práctica, inhabilitados para ejercer sus derechos políticos y de participación ciudadana elementales. Un colectivo, que, como lo ha apuntado Tomás Páez, un estudioso del fenómeno de la diáspora y activista ciudadano, tiene una actuación destacada e importante en los países de acogida, independientemente de conductas anti-sociales de algunos individuos, que son utilizadas como deplorable excusa para justificar la xenofobia contra los venezolanos. El asunto es mucho más rico y complejo. La diáspora tiene una acumulación impresionante de capacidades profesionales e intelectuales, y aún más importante para la tarea que se avecina, de gente comprometida con Venezuela, que se siente parte de un mismo pueblo con los venezolanos que se han quedado en nuestra Casa Grande, origen de nuestra cultura e historia, hoy gravemente amenazada por la ignominia del régimen de facto.
Imaginemos por un momento que se pudiera producir una confluencia de liderazgos emergentes en Venezuela y en la diáspora, luego de los eventos de noviembre. Pensemos en que esa crisis que se avecina se puede transformar en una oportunidad, siguiendo la sabiduría china, y que es posible arribar a una confluencia de acciones dentro y fuera de Venezuela, que conjugue la parte del liderazgo existente que está comprometido con la unidad, con las nuevas fuerzas emergentes para articular una estrategia que efectivamente le de continuidad a lo que se obtuvo con el interinato, al tiempo que abre oportunidades para el diseño de una nueva estrategia opositora. Un proceso que puede estar acompañado de consultas en la diáspora, y de acciones en los países de acogida, hasta arribar a la conformación de una suerte de Consejo de Salvación de la República. Un paso que se debió haber dado previo a las elecciones pasadas de diciembre, en la forma de un Gabinete de Transición, si se hubiera atendido el mandato de la propia Asamblea sobre el régimen de transición. Una oportunidad que se perdió por la divisiones internas del G4 y la falta de decisión del propio presidente interino en no asumirse como líder de un gobierno de emergencia y no un conciliador de diferencias internas en un gobierno colectivo del G4.
Esta línea de análisis nos conduce a pensar en la presidencia interina con otros ojos. El mandato de la AN legítima expira en diciembre y con ello aparentemente se extingue la legitimidad del interinato. Nada más lejos de la verdad. Tanto la Constitución de nuestra nación, como el compromiso de muchas naciones con la recuperación de la democracia en Venezuela, nos habilitan para hacer lo que sea necesario para restituir la vigencia de la Constitución, hoy acosada por las acciones del gobierno de facto. Ello podría traducirse en una renovación del mandato de Guaidó, inspirado en el ejemplo del general De Gaulle, dirigiendo a la Francia Libre desde Londres, pero con la exigencia de que verdaderamente se conforme un gabinete de transición, parcialmente en Venezuela y parcialmente en el exilio, apoyándose en el Consejo de Salvación de la República. Una decisión de esta naturaleza, compleja sin dudas, permitiría que los Estados Unidos extendiera su protección a los activos petroleros de Venezuela, especialmente CITGO, hoy seriamente amenazados por la voracidad del régimen.
¿Es todo lo anterior un ejercicio inútil de soñar despierto? Quizás. Lo que es indudablemente cierto es que si no actuamos con audacia e imaginación, seremos testigos conscientes o inconscientes de la pérdida final de la República. Es indudable que hay gente muy valiosa y honesta en el actual liderazgo opositor, pero es también incuestionable que es vital una renovación y reconstrucción del liderazgo con una estrategia unitaria clara. No comparto la idea de que las responsabilidades del chavismo y de la desunión opositora con comparables en la destrucción de Venezuela. El chavismo tiene una responsabilidad activa superior, pero es difícil rebatir la noción de que no se ha hecho del lado opositor lo que es necesario hacer para enfrentarse al populismo autoritario que desgobierna a Venezuela. Cómo apunta una suerte de sabiduría popular cuyo origen me es cercano: Podemos culpar al chavismo de todo lo que ocurre en Venezuela, excepto de nuestras propias carencias como oposición.