sábado, noviembre 16, 2024
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OPINIPÓN- Hugo Marcelo Balderrama: El cartel boliviano que asesinó la patria

Muchos autores –Andrés López López, entre ellos– consideran que los años ochenta fueron la época del apogeo del narcotráfico sudamericano. Personajes como Pablo Escobar, Pacho Herrera y los hermanos Rodríguez Orejuela causaban terror en Colombia. Pero tenían sus brazos extendidos en varias naciones vecinas, Bolivia, por ejemplo.
La pregunta clave es: ¿Cómo los patrones de los carteles alcanzaron semejante poder?
Los narcos colombianos descubrieron que romper la institucionalidad de su país era el mejor método de protección y crecimiento de su esfera de influencia. Y es que los millones de dólares que generaba la cocaína alcanzaban para comprar jueces, militares, policías y políticos.
 
Incluso, Pablo Escobar –bajo el lema: «prefiero una tumba en Colombia que una cárcel en EE. UU.»– le declaró la guerra al Estado colombiano. Sin embargo, ni todos los dólares gastados en sobornos, coches bomba, asesinatos y corrupción pudieron sostenerlo en el poder. Y el 3 de diciembre de 1993, al día siguiente de su cumpleaños número 44, Escobar fue abatido por el Bloque de Búsqueda en un tejado de los bajos fondos de Medellín. El zar de la cocaína había caído. Pero dejó un sueño para los futuros narcotraficantes: construir una red internacional de narcoestados.
Eso nos lleva a la siguiente parte del análisis: El socialismo del siglo XXI y su relación con el narcotráfico. Veamos.
En el estudio del socialismo del siglo XXI el narcotráfico se presenta como elemento esencial para acceder al gobierno, para detentar el poder y para el sostenimiento de sus regímenes.

El narcotráfico, principalmente de cocaína, es parte fundamental del sistema de crimen organizado transnacional, que bajo un discurso políticamente correcto (antiimperialismo, feminismo, indigenismo y ambientalismo) convirtió en narcoestados a Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y en su momento a Ecuador.
Por eso, no es casualidad que Pablo Stefanoni (el ideólogo detrás de la figura de Morales) haya catalogado a la lucha contra el narcotráfico como el «nuevo colonialismo» americano. Para, de esa manera, convertir a Evo Morales en una variante indígena de Hugo Chávez o Fidel Castro.
En Bolivia, en el año 2003 existían tres mil hectáreas de coca ilegal y hoy –según autores como el periodista Manuel Morales Álvarez– alcanzan más de setenta mil. Aunque también debemos considerar hechos como la aprobación de la Ley N.- 907, que amplió la frontera cocalera de 12000 a 22000 hectáreas en el Chapare cochabambino.
En su libro, Hugo Chávez o espectro, el periodista Leonardo Coutinho reveló que Cuba, Venezuela y Bolivia han creado un puente aéreo para el tráfico de la cocaína tan grande y poderoso que –con el conocimiento de altos jefes militares y sin el menor de los reparos– los aviones de la Fuerza Aérea Boliviana aterrizan en la terminal presidencial de Nicolas Maduro. Es decir, que el gobierno –quien nos presenta caídas de pequeñas fábricas y derrotas a ciertos grupos de narcotraficantes– es el mayor productor y exportador de cocaína.
No obstante, Venezuela no es el único destino de la cocaína boliviana. De hecho, la mayoría de la producción nacional está yendo al Brasil. Para de ahí ser reexportada a los nuevos mercados en África y Asía.
Como vemos, el gobierno del Movimiento Al Socialismo, al igual que todos los miembros del Foro de Sao Paulo, es un gran cartel productor de drogas que acabó destrozando Bolivia.
Pero, ¿cuál fue el camino que siguieron para atornillarse en el poder?

Primero, declararon –al igual que Pablo Escobar en los ochenta– la guerra al Estado boliviano. Aunque en este caso no usaron coches bomba, sino bloqueos de caminos, destrucción de puentes y la muerte de sus propios militantes. Además, que hábilmente camuflaron sus intenciones en discursos como «La guerra del agua» o «La guerra del gas»
Segundo, con el apoyo de varias ONGs hegemonizaron el discurso político en universidades y medios de prensa. La retorica del «pobre cocalero» fue todo un éxito. Tanto así, que en el año 2005, luego de triunfar en las elecciones, Evo Morales se volvió el producto de consumo para el progresista europeo –recuerden su gira por varias partes de Europa–.
Tercero, contaron con la ayuda de varios políticos oportunistas que les abrieron las puertas en el país, Carlos Mesa y Jorge Quiroga, entre ellos.
Finalmente, se sostienen en el poder gracias a las «oposiciones» de mentira. Un grupo de gente que termina apretada por el régimen y enmarcada en el espacio que este les otorga, nada más. Esos son los que se presentan a elecciones ilegales como la de 2019, o –a cambio de guardar silencio– negocian sus pequeños espacios de poder en alcaldías y gobernaciones, verbigracia, Manfred Reyes Villa o Eva Copa.
Con todo, la esperanza de Bolivia está en su población que ya en 2019 demostró que ama su libertad. Porque acá nadie se cansa, nadie se rinde.
Fuente: PanamPost

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