Era agosto de 2021 cuando el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, condujo en el jardín de la Casa Blanca un Jeep Wrangler para promover el uso de vehículos eléctricos. Lo hizo luego de firmar una orden ejecutiva, la cual establece que para el año 2030 la mitad de los vehículos que se vendan en ese país no generen emisiones de carbono.
A raíz del documento, los fabricantes deben hacer la transición de aquellos que consumen gasolina a electricidad. Sin embargo, hay una delgada línea entre promover iniciativas por compromiso de una agenda política y hacerlas bien. Al respecto, un estudio reciente indicó que la calidad de los vehículos supuestamente no contaminantes está en entredicho al presentar más problemas técnicos.
Aquellos modelos híbridos enchufables (con motores de gasolina en caso de que se agote la batería) promediaron 239 problemas por cada 100 vehículos, los que funcionan solo con batería eléctricas presentaron 240 problemas. En contraste, los que usan combustible registraron 175 percances técnicos por cada 100 vehículos, según un nuevo estudio de J.D. Power, empresa estadounidense de investigación, análisis y datos de consumidores.
Si bien la pandemia generó problemas mundiales con la cadena de suministros que comprometen la calidad de los productos, según el estudio también hay otro defecto que los fabricantes parecen ignorar. Al prometer que estos modelos de «energías verdes» serán novedosos y tecnológicos, se le presta más atención a elementos como el reconocimiento de voz, pantallas táctiles o sistemas Bluetooth que terminan presentando fallas y por ende, el vehículo se vuelve problemático.
La ironía de los vehículos eléctricos
Aunque no generen combustión a base de combustibles fósiles, los vehículos eléctricos provocan daños indirectos al ambiente. No obstante los fabricantes parecen no tenerlo en cuenta, y tampoco los gobiernos que promueven su uso con fines políticos.
Al necesitar electricidad, este tipo de vehículos provocan un aumento de la demanda. En este sentido, los recursos renovables cubren solo el 20 % de las necesidades de electricidad del país, de acuerdo a cifras citadas por The Federalist. El otro 80 % «fue generado por combustibles fósiles como el carbón y el gas natural, a pesar de los miles de millones de dólares en subsidios ecológicos».
A esto hay que sumarle el tema de las baterías. Hablando únicamente del caso de Estados Unidos, en mayo de este año la Administración demócrata anunció un plan de más de 3000 millones de dólares para impulsar su fabricación. El objetivo es supuestamente dejar de depender de China, el mayor fabricante de baterías del mundo. Pero queda un largo trecho para que eso finalmente ocurra.
Además componentes de las baterías como el grafito y el litio son altamente contaminantes. De hecho ya para el año 2014 circularon noticias sobre contaminación del aire y del agua por el uso de grafito destinado a baterías de vehículos Tesla. El litio, es otra sustancia contaminante que en 2016 llevó a que habitantes de la región del Tíbet protestaran por la muerte de cientos de peces. Una auténtica ironía.
Sin soluciones a la vista
Este breve panorama demuestra que la campaña a favor los vehículos eléctricos aún tiene grandes dificultades por superar. Mientras que el gobierno estadounidense promueve su uso y destina grandes cantidades de dinero para ampliar la estructura alrededor de estos medios de transporte, en China fabrican las baterías que dejan graves cicatrices ambientales.
Que el plan sea producir las baterías en EE. UU. tampoco figura como la solución. Por el contrario, llevaría la polución y contaminación de aguas al país norteamericano. Por lo pronto, quienes deciden adquirir estos vehículos podrían enfrentarse a los problemas mencionados en el informe de J.D. Sin que existan soluciones reales para cumplir los compromisos de energías limpias.