ROSA CUERVAS-MONS,
Que quienes hoy critican la candidatura de Ramón Tamames para la moción de censura estarían calladitos como muertos si ese mismo candidato lo fuera, pero en sus filas, lo sabemos todos. No por eso deja de merecer la pena una pequeña reflexión sobre el enorme cinismo, la vergonzosa hipocresía y la indignante «doble vara de medir» que acompaña a muchos (a derecha e izquierda) en estos tiempos de hashtags, campañitas y sororidades.
El pasado miércoles el pasillo del Congreso era una colección de muecas -a cada cual menos espontánea- con las que los señores diputados pretendían explicar su postura respecto al ya confirmado candidato a la moción de censura de VOX.
Para explicarme y que usted, querido lector, se haga una idea, diré que fue un desfile de los emoticonos más displicentes del omnipresente whatsapp: que si miradita hacia un lado con gesto torcido; que si risita tonta; que si hombros levantados y mirada de «¿qué quieres que te diga?»… En resumen, un pitorreo maleducado y una condescendencia innecesaria justificados, uno y otra, sólo por una cosa: la edad del señor Tamames. Sus 89 años.
Y empezamos aquí con lo de la hipocresía y el cinismo porque, esos mismos diputados que sonreían como si ellos no cumplieran años caminaban entre mueca y mueca hacia el hemiciclo. Un hemiciclo en el que cada martes, pronunciado el preceptivo «se abre la sesión», los de las muecas mutan en señorías preocupados por: «nuestros mayores»; «nuestros jóvenes»; «la infancia»; «los derechos de todos, todas y todes» y un sinfín de lugares comunes por los que transitan con desesperante consenso.
No se oirá, es evidente, a ningún diputado decir que está en contra de la dignidad de «nuestros mayores», pero cuando ese «nuestro mayor» es el candidato a un moción de censura del adversario, ahí, señoras y señores, veda abierta para ridiculizar o para analizar el escenario político con un inaceptable paternalismo que, en el caso concreto de Ramón Tamames, es en sí una enorme falta de respeto. El ilustre profesor; el respetado camarada comunista se convierte, de golpe y por obra y gracia de la batalla política, en un saco de boxeo contra el que valen los golpes más bajos.
Y, lejos de ser un hecho aislado, este desprecio es común -sobre todo, pero no sólo, por parte de la izquierda-, contra todo el que se sitúa al otro lado de la corrección política. Así hemos visto cómo el portavoz de Unidas Podemos, Pablo Echenique, vomitaba lo peor de sí mismo al referirse a la sangre de una diputada de VOX agredida en un mitin como «ketchup». Feminismo todo, hasta que la que acaba con la ceja abierta es diputada de la «ultraderecha».
Los mismos que se escandalizan por el asalto de un edificio oficial al otro lado del Atlántico activan alertas antifascistas y callan cuando llueven piedras y sillas sobre un grupo de ciudadanos -mujeres y niños entre ellos- que eligen ir a un mitin de VOX.
Y quienes repiten hasta la extenuación que quieren un mundo «libre de violencias machistas» miran para otro lado o condenan muy bajito el asesinato de niños inocentes si quien acaba con sus vidas es mujer y madre en lugar de hombre y padre.
Y, no nos hagamos los sorprendidos, esa deshumanización del contrario no es, ni mucho menos, nueva. Se ha usado y, a buen seguro, se seguirá empleando. Pero, al menos, denunciemos el cinismo para no tener que tragarnos el sapo. Todos esos que critican a Ramón Tamames por tener 89 años; todos esos que le hurtan la capacidad de decidir sobre él mismo -«si fuera mi padre, no le dejaría hacerlo»-; todos esos tentados de hablarle despacito, como quien habla a un extranjero que no entiende bien el idioma… todos esos deberían escribir 100 veces en la pizarra «hay que respetar a los mayores».
Porque el respeto no se practica votando proposiciones de ley ni diciendo «todos, todas y todes». El respeto se practica respetando. Y, tras lo visto el otro día en el pasillo del Congreso, ya les digo yo que más de uno no pasa la prueba del polígrafo. Panda de cínicos.