Gracias a Jardiel Poncela, a nadie se le ocurre ya definir el humorismo. Al menos, a nadie que tenga sentido del humor. El mismo que acomete tal definición es el prototipo de tio que te explica el chiste. Quizá sí podamos hablar de su principal propósito: la risa. Parecería un recordatorio estúpido si no fuera porque durante años hemos visto a cómicos y programas de televisión de cierto talento enredarse entre los hilos de la ideología hasta perder por completo el norte. Y lo que es peor, hasta perder la gracia.
Tressie Mcmillan ha abierto un debate interesante en The New York Times, que ha logrado al fin hacerle un hueco a un tema sugerente en medio de su asfixiante cascada habitual de columnas sobre el apocalipsis y los artículos pragmático-repelentes que te toman por idiota para explicarte que has hecho mal algo toda la vida, algo como abrir un tetra brick de tomate. La columnista del Times analiza esta semana por qué “la sátira de centro-izquierda se está convirtiendo en una especie en peligro de extinción”.
Hace cincuenta años que ningún humorista progresista consigue hacer un chiste gracioso sobre curas
Noah Rothman, en Commentary, le da la explicación, recordando cómo la izquierda antaño se ceñía al planteamiento de George Carlin, que las bromas siempre fueran hacia los poderosos; y advirtiendo de que el mundo que vivió Carlin –antaño idolatrado por la izquierda y hoy proscrito- no se parece en nada a nuestros días, que la izquierda ya no tiene nada de insurgente sino de establishment, que para reírse del poderoso tendrían que meterse con Biden y Gates y no son capaces: “los progresistas de hoy no están orquestando una rebelión sino tratando de sofocarla. Las corporaciones se inclinan ante sus preocupaciones. Los políticos halagan sus pretensiones. Las universidades se adaptan a sus preferencias. El entretenimiento sigue el diagrama de flujo que ellos escribieron”.
Lo natural es que los cómicos se alcen contra esa hegemonía, aprovechando el filón de lo gracioso, que es lo imprevisible; esa es la razón por la que hace cincuenta años que ningún humorista progresista consigue hacer un chiste gracioso sobre curas. En cambio, un número creciente de artistas no sabe, no puede, o no se atreve a reírse de su propia ideología, y no se me ocurre tara más grande para un humorista que no saber reírse de lo propio. Yo anido en la inferioridad moral, pero eso de la superioridad moral debe ser cansadísimo.
Gracias a Dios, a la caída del humor militante progresista no le seguirá un humor militante conservador. De hecho, lo que está resurgiendo –muy débil aún en España- es lo que siempre debió ser: el humor libre. Por supuesto, parte de la sátira política se basa en la indignación, y hoy esa batalla la encarna mejor la derecha, que representa al tipo que está harto de que le digan cómo tiene que ser y cómo tiene que pensar, sí, pero también la encarna el sentido común. Por eso no nos extraña que proliferen ahora comediantes, de la más diferente filiación política –me resulta extenuante tener que matizarlo-, que están también hasta las pelotas de cancelación, de los mil límites del humor, y de la costumbre de totalizar a un cómico a partir de treinta segundos de un chiste en las redes sociales; que al final, “pase lo que pase”, dijo el cómico Dave Barry, “alguien encontrará la manera de tomárselo demasiado en serio”.
Por suerte, el humor siempre encuentra salida, como las plantas buscan el sol
Otro mal síntoma. Desde los 70 hicieron fortuna en España varios dúos humorísticos de artistas de opiniones políticas enfrentadas. Quizá el caso más paradigmático sea el de Tip y Coll. Pero es que además en la televisión de los 80 y 90 se hacían tertulias como Este país necesita un repaso, donde humoristas de todos los colores hacían humor a coro sobre la actualidad. Precisamente de esos contrastes surgían las bromas más divertidas. Todo aquello ha desaparecido y el humor se ha degradado, se prostituye a menudo al servicio de intereses políticos, por eso acaba como acaba; que lo más típicamente político es una sesión de control en el Congreso, y no existe nada más coñazo en el mundo entero. La política profesional vuelve tedio todo lo que toca.
Por suerte, el humor siempre encuentra salida, como las plantas buscan el sol, y tenemos aún extraordinarios humoristas y satíricos dispuestos a reírse de todo y de todos sin más propósito que la risa, sin rezumar odios y rencores, y sin rendir cuentas a ningún comité supervisor de lo políticamente correcto. Si todo sigue así, y es ahí a donde quería llegar, nos vamos a reír. Y si no, lo de Groucho Marx: “Cuando estés en la cárcel, un buen amigo intentará sacarte de apuros. Un mejor amigo estará en la celda de al lado y te dirá: ‘Maldita sea, eso fue divertido”.