Hoy, después de los sucesos que llevaron a la vacancia y posterior detención de Pedro Castillo, el Sol Peruano amaneció al alza y sigue consolidándose (junto al peso mexicano) como una de las monedas más sólidas de Latinoamérica.
Pero esto no es nuevo. En cada «crisis política” anterior ni la moneda, ni el resto de los indicadores de la economía, así cómo la vida pública en general se han visto dramáticamente afectados con estos eventos.
Lo de Castillo se sale de la norma y es una curiosidad folcórica para nuestro nutrido anecdotario político regional: un golpe de estado sin militares, sin pueblo y sin respaldo institucional de ningún tipo.
Una historia que termina con un presidente prófugo al que atrapó el propio tráfico de su capital; y a quién seguramente le tocó ver, desde un televisor en su sitio de reclusión, cómo se juramentaba su sucesora (hasta esa mañana su Vicepresidenta) al punto de las 3 de la tarde en el Congreso peruano.
¡Ni García Márquez se atrevió a tanto realismo mágico!
¿Cómo es que en esta circunstancia que en otros países produciría traumas colectivos y un impacto negativo en la economía, en el Perú no significa más que la sustitución de un presidente por otro?
Sí. Influye la solidez de su Banco Central y su independencia, pero esto podría explicar la estabilidad monetaria, aunque no la normalidad del resto de los indicadores cada vez que ocurre un cambio de gobierno.
Quizá el error está en tratar de evaluar a la democracia peruana desde el cristal de las democracias de la región mayoritariamente presidencialistas. Sin descargo de la bochornosa pretensión de Castillo ayer, pareciera que hay que entender a Perú en su propia realidad. Pedro Castillo habría dejado de ser presidente el 7 de diciembre por decisión del congreso, con o sin intento de golpe.
Aunque por diseño la constitución peruana, como casi todas en America Latina, le dé al presidente mucho poder, en la práctica el Perú ha tenido 6 presidentes en 6 años. Si analizamos esta estadística relativa al hecho de que el primer objetivo de todo gobierno, en todas partes del mundo, es no dejarse tumbar, nos vamos a conseguir en Perú con un actor de facto más “poderoso” que el presidente, ese actor que ha significado la constante para estos sucesivos cambios de gobierno: el congreso.
La evaluación política e institucional de este fenómeno entonces parte de un hipótesis incorrecta: Si Perú es un estado presidencialista, entonces la evaluación de su estabilidad es negativa, pero si consideramos que es, de facto (que no de nombre), un sistema parlamentario, entonces el juicio hacia su desempeño institucional sería menos severo.
No se trata de que los peruanos se acostumbraron a los golpes de estado. Habría que considerar que el sainete lamentable de Castillo es una reacción casi infantil a lo que sí está normalizado: que el congreso peruano pone y quita presidentes. A esto último sí parecieran haberse acostumbrado sus instituciones, su economía y su sociedad.
En sistemas parlamentarios como el italiano, por ejemplo, los PMs entran y salen con frecuencia. Es una circunstancia entendida por los actores y salvo algunas infrecuentes excepciones, estas transiciones ocurren sin mayores sobresaltos.
A la luz del día después, los indicadores económicos y de humor social (ej. manifestaciones públicas) sugieren que ha habido una normalización de estos episodios por parte del sistema de gobernanza peruano.
Es cierto que mientras la constitución peruana establezca un período de gobierno y casi ningún presidente pueda terminarlo, la estadística grita: Inestabilidad. Sin embargo, la realidad es que si el entramado legal y constitucional metabolizara y formalizara el régimen parlamentario que de facto tiene el Perú, mientras siga mostrando indicadores de funcionamiento económicos e institucionales sólidos, sus constantes transiciones dejarían de sorprendernos.