Mientras el ojo de Sauron de las secciones de internacional de la prensa está ocupado en otear invasiones rusas, amenazas chinas (víricas o militares) y en la conversión acelerada de los Estados Unidos en una república bananera, serían pocos, si acaso los lectores fieles de La Gaceta, los que tienen información diaria sobre Perú, Más en concreto, sobre el esperpento de la Presidencia del comunista Pedro Castillo, alias Sombrero Luminoso.
En el poco más de un año que lleva al frente de la jefatura del Estado, este maestrillo de las cuatro reglas ha sido incapaz de mantener un Gobierno estable, con crisis permanentes de confianza y renuncias exprés en todos los puestos clave. Lo que sí que ha conseguido en este año es destruir la confianza de sus electores, promover una salida masiva de capitales y crear una trama de corrupción familiar con episodios reveladores como el registro ordenado por la Fiscalía peruana de las dependencias privadas de Castillo en el Palacio Presidencial para tratar de capturar a su cuñada, Yenifer Paredes —criada desde pequeña como una hija por el presidente y su mujer— acusada de ser la cabeza de una trama de lavado de dinero. Algo, sin duda, falló en la educación recibida.
La trama familiar de corrupción, aunque todavía no de la calidad del ex presidente catalán Jordi Pujol, se completa con las recompensas que las autoridades ofrecen por la captura de dos de los sobrinos del presidente, Fray Vásquez Castillo y Gian Carlo Castillo, así como del ex secretario personal del presidente, Arnulfo Bruno Pacheco Castillo, todos ellos prófugos de la Justicia.
La sola evidencia de que Castillo, su pobreza intelectual y su familia llegaron a Perú para desvalijarlo debería bastar para que la clase política, empujada por la sociedad civil y los medios de comunicación, removieran al presidente y a su sombrero chotano del poder. Así sería si el socialismo peruano no estuviera subordinado a la órdenes de agentes extraños a la soberanía peruana, como es el cártel del Foro de Sao Paulo, que se niega a permitir que Castillo sea desalojado y Perú convoque elecciones libres con urgencia.
Todo lo contrario de lo que sería deseable es lo que ahora mismo propugna la izquierda internacionalista para dar salida al bochornoso espectáculo que lastra las opciones de futuro del Perú. Los antiguos hombres fuertes de Castillo, su ex presidente del Consejo de Ministros, el apologeta del terrorismo maoísta Guido Bellido y el jefe de la izquierda peruana, el condenado por corrupción Vladimir Cerrón, han pedido al presidente que resista. Aún más, Cerrón ha instado al presidente a «avanzar en un proceso revolucionario» que, y citamos textual, dé al pueblo «una nueva Constitución y la refundación del país». A la pregunta ya clásica de cuándo se jodió el Perú, Zavalita, hoy se puede responder que la jodienda, la de verdad, está a las puertas.
Así es la izquierda. No sólo la peruana, sino la izquierda mundial. Hemos dedicado incontables informaciones, análisis y editoriales a enseñar cómo el socialismo del siglo XXI que domina la Iberosfera, España incluida, sobrevive a sus fechorías ya familiares avanzando en la destrucción del Estado de Derecho y del imperio de la ley. Perú sólo es un ejemplo más. Quizá el más chusco. El más esperpéntico, sólo a la altura de la idea de que el-corrupto-hasta-la-médula Lula da Silva vuelva a ser el candidato de la izquierda brasileña.
Esta izquierda no tiene remedio, pero la derecha que no la combata, tampoco.