Según el Índice de Miseria de 2021, elaborado por el economista Steve Hanke, los países más pobres del mundo, sobre todo por su desempleo e inflación, son Cuba y Venezuela, mientras que Colombia aparece en el puesto 62. Por tanto, no estamos tan mal como muchos piensan, pero sin duda el «cambio» con Gustavo Petro nos pondría en los primeros puestos en un parpadeo.
Hace unos días, Petro declaró que el proyecto Hidroituango no tiene futuro y que hay que desembalsarlo, que ya esa plata se perdió y que no hay nada que hacer, que ya no hay que llorar por la leche derramada.
Declaraciones alocadas como esa ponen de relieve dos cosas: el carácter sicopatológico de quien las dice, demostrando un claro desequilibrio mental, y el antidesarrollismo a ultranza que promueve la izquierda para generar pobreza y, así, un alto grado de dependencia de la población.
En ese orden de ideas, habría que preguntarse si lo que más hay que temer de Petro —presidente es su tendencia maniaca a tomar decisiones improvisadas— cómo esas propuestas absurdas de un tren elevado entre Barranquilla y Buenaventura o la de cambiar el petróleo por aguacates, o si lo que hay que temer es propiamente un proyecto liberticida que acabe con nuestro progreso, por mínimo que parezca.
La verdad es que tener un loquito en la Casa de Nariño no debería asustar a nadie, pero hay que recordar que Hugo Chávez fue un histrión con una gran capacidad de implementar los planes trazados desde La Habana para desmontar el capitalismo y establecer el socialismo. Nicolás Maduro tampoco lo ha hecho mal, es un verdadero payaso que habla con pajaritos y deconstruye el idioma (millones y millonas, liceos y liceas), pero un payaso muy peligroso que acabó con Venezuela, donde el 97 % de la población está sumida en la pobreza a pesar de vivir sobre la mayor reserva petrolera del mundo.
Vale la pena recordar que uno de los primeros hitos de la debacle venezolana fue la recurrente intermitencia de la corriente eléctrica desde hace casi veinte años ya. La famosa hidroeléctrica de Guri (Simón Bolívar), cuya capacidad instalada es de 10.000 megavatios, cuatro veces más que Hidroituango, se convirtió en el símbolo del desgreño administrativo chavista. Su falta de mantenimiento y la obsolescencia de sus equipos sumieron al hermano país en un apagón constante, con los perjuicios obvios para su economía.
Petro, de quien Lula criticó su propuesta de acabar el petróleo, quiere acabar con Hidroituango a pesar de los conceptos técnicos que certifican su viabilidad (informe de la consultora Pöyry); a pesar de que a EPM le tocaría pagar los créditos que ha recibido del BID y de bancos europeos por más de 18 billones de pesos; a pesar de que esa central le reportaría ganancias a EPM del orden de 1,5 billones anuales; a pesar de que es la energía barata y limpia que necesita el país…
A esta gente de la izquierda no le sirve nada que sea útil para los colombianos. Por eso todo lo satanizan. No tendremos gasolina ni electricidad, como tampoco leche (Colanta) ni huevos, porque «los traen de Alemania» y, en general, nada que signifique progreso. Voten por Petro y compren unos buenos tenis: lo que habrá que caminar es mucho.
Fuente: Panampost