Saúl Hernández Bolívar,
Gustavo Petro y sus seguidores no tienen razones de peso para enroscarse cuando Milei lo llama «comunista asesino» porque las razones saltan a la vista. En primer lugar, Petro se ufana de haber sido uno de los máximos dirigentes del M-19, una banda terrorista de izquierda que dejó regueros de muertos a lo largo y ancho del país. Valga recordar que en pleno centro de Bogotá quemaron el Palacio de Justicia y asesinaron a más de 100 personas. De que Petro es comunista, sobran comentarios, y de que es un asesino, sobran pruebas. Nadie puede ser ex-asesino aunque lo indulten, le den una amnistía o se haga presidente de un país porque la acción de matar es definitiva, no se puede deshacer. De hecho, él se autoincrimina al decir que junto a Pizarro decidía sobre la vida de muchas personas.
En segundo lugar, si Milei se deslengua en un acto falto de diplomacia es porque ya había sido víctima de un Petro que lo comparó con Hitler, Pinochet y Videla, y que lamentó su elección como presidente de Argentina. Es que Petro nos tiene acostumbrados a ofender a diestra y siniestra, sea a Bukele, a Boluarte, a Netanyahu o al que sea. Es el mismo Petro el que determina el trato que le dan los demás porque se cree con gran autoridad moral para juzgar toda clase de comportamientos, incluyendo aquellos que resultan triviales al lado de secuestrar, extorsionar y matar, que eran las actividades principales del M-19 y sus integrantes, como Gustavo Petro.
Hay que recordar el refrán que dice «quien tiene rabo de paja, no debe arrimarse a la candela», y el rabo de Petro es inmenso por la gran cantidad de crímenes que arrastra, tantos que sorprende que políticamente aún pueda moverse, si bien no es el primero de su ralea en poder hacerlo. Su caso no es único. Cada tanto se repite la historia de criminales a los que se les perdonan los más horrendos actos y terminan convertidos en dictadores de los países que incurren en ese error. Perdonaron a Castro, perdonaron a Chávez…, por ejemplo, y ahí están los resultados.
Porque, claro, un asesino no puede convertirse en un dirigente respetable pues su sociopatía no se lo permite; son cosas incompatibles. Nadie pasa de ser un matón irredento a un faro del desarrollo nacional, y menos cuando es de los que consideran que las estructuras sociales que lo llevaron a matar, como el capitalismo, se mantienen intactas y siguen siendo el obstáculo de unos propósitos demenciales que el antisocial entiende como construcción de justicia, como es el comunismo y sus variables.
Más de 100 millones de víctimas se le atribuyen al comunismo en el mundo, lo que debería ser suficiente para proscribir esa ideología demoníaca. Pero no, por el contrario, goza de cierto prestigio, aunque no por sus protervos resultados sino por sus presuntos ideales. Como si fuera cosa de locos, al comunismo se le perdonan sus efectos perniciosos, como el de sumir en la pobreza absoluta a países otrora ricos como Cuba y Venezuela, solo por la creencia de que la igualdad justifica lo que sea sin importar que se trate de una igualdad por lo bajo que para imponerse requiere acabar con las libertades y destruir al individuo, incluso físicamente.
Estamos en manos de un «comunista asesino que está hundiendo a Colombia» como bien dijo Milei y como lo reconocen desde publicaciones serias como The Economist, que al principio habían dejado abierto un compás de espera para calificar su desempeño. Un loquito que se cree el paladín universal del medio ambiente, el Capitán Planeta, pero es capaz de reducir el presupuesto de la Dirección Nacional de Bomberos, justo en época de sequía e incendios, para despilfarrar el dinero en lujos y burocracia. No solo es un asesino sino, simplemente, un corrupto.