HUGHES,
Gracias a un tuit de Quintana Paz, que exhuma una hoja de la hemeroteca, descubro, pues cada día es un nuevo desasnarse, que en el manifiesto fundacional de Alianza Popular, padre del PP, los de Fraga se definían en 1976 como «partido populista». Estaban ya en el origen las palabras mágicas: centro, reforma, moderación, pero Alianza Popular asumía «la filosofía de los partidos populistas de Europa». Aunque buscando esa disculpa continental y la dichosa homologación, AP se fundaba en el populismo, que Fraga explicaba de esta forma: «Somos una fuerza populista que venimos del pueblo y vamos al pueblo, contra los viejos y nuevos caciques… en defensa de la sagrada unidad de España… de un Estado fuerte…».
Ir al pueblo y venir del pueblo. Le faltó a Fraga detallar en qué consistiría esa fidelidad popular y cómo se formularía ese retorno. ¿Cómo se retorna al pueblo? O con obras, que son amores desarrollistas (y desarrollo es trabajo) o con decisión y control, es decir, democracia: elección del presidente, representación del diputado, separación de los poderes… El franquismo garantizaba obras y la democracia que nunca nos dimos hubiera exigido una ruptura indeseada por AP, que se instalaba en el intermedio hereditario con las palabras estratégicas: reforma, centro, moderado… su código genético y destino aunque sobreviviera el apellido «popular», herencia de un populismo del que esa derecha (que no es ideología sino genealogía) acabaría renegando hasta definirse como justamente lo contrario. ¿Qué somos, leones o huevones? Somos los no populistas, ¡somos los impopulistas!
Con el populismo de los abuelos han hecho, pues, lo mismo que con el franquismo de los abuelos, meterlo debajo de una alfombra o en el falso fondo del armario. El chaqueterismo (antes se cambiaban de chaqueta, ahora se cambian también de pantalones y se ponen pitillos), el chaqueterismo llega hasta ese punto y el ejército de loros repite: no al populismo, no al populismo, no al populismo, cuando populista es lo único decente que se puede ser ahora mismo. «Somos del pueblo y vamos al pueblo» decían los jerarcas franquistas, algo que sus vástagos niegan con síncope en el meñique. ¡Hasta el yayo facha tenía más sustancia democrática!
El mecanismo es bien conocido: matan al padre aunque hereden el chalé, ocultan sus orígenes, transitan hacia donde bullen los chanchullos y el que se queda donde siempre estuvo se convierte en facha, radical y extremo, a la sombra silenciosa y perenne del más alargado ciprés. Así se hacen aquí las cosas, pero si era urgente y pertinente ser populista en 1976, frente a «viejos y nuevos caciques», qué no será necesario ahora, en 2023, ante los nuevos cacicazgos y tecnocacicazgos globales y continentales.