La bandera con una cruz azul sobre un fondo blanco de Finlandia hondeará desde ahora en la sede de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Bruselas. El país se convirtió en el miembro 31 de la coalición, tan solo a diez meses de presentar su solicitud. Sin embargo, esta adhesión también da pie a otra interrogante muy importante, justo cuando la guerra está en pleno en Europa del Este: ¿Por qué Ucrania no lo ha logrado si se oficializó su candidatura en 2018?, para ello hay respuestas: falta de dinero y bloqueo.
Kiev lo tiene muy claro hoy, cuando se concretra la adhesión formal de Finlandia a la alianza que le brindará protección automática a la nación nórdica, gracias al Artículo 5 del bloque, que considera un ataque a uno de los países miembros como una agresión contra todos.
Finlandia demostró que garantiza los estándares que exige la OTAN: defiende la democracia, tiene una economía de mercado, sus fuerzas militares están bajo un estricto control civil, respeta la soberanía fuera de sus fronteras y trabaja para lograr una compatibilidad con las fuerzas de este organismo.
Sobre la nación dirigida por Volodímir Zelenski, que hoy enfrente la invasión de Vladímir Putin, hay dudas, pero esto siempre ha sido así. Por un lado, Ucrania es el país más pobre de Europa. Su economía está entre las más pobres del continente, según el Banco Mundial, al ser el PIB per cápita de 4960 euros, una cifra que la relega al puesto 116 de un total de 187 países.
A ello, se suma que Hungría se ha mostrado como una gran aliada de Rusia y como miembro de la OTAN es uno de los mayores opositores a que se dé la adhesión. Razones para ello, según varios analistas en el tema, existen desde que llegó Viktor Orbán al poder en 2010. Al respecto, el portal DW explicó que las relaciones entre ambas naciones están en su punto más bajo en este momento, debido a la larga disputa sobre los derechos de la minoría de habla húngara de Ucrania. Así lo explica en su reportaje:
En septiembre de 2018, la cuestión de la doble ciudadanía provocó un grave conflicto diplomático. En ese momento, un video filtrado mostraba a ciudadanos ucranianos recibiendo en secreto la ciudadanía húngara en Berekhove, en el oeste de Ucrania, lo que suponía una violación de la ley ucraniana.
Desde entonces, ha habido una era de hielo diplomática entre Hungría y Ucrania. Es poco probable que la visita de la presidente húngara, Katalin Novak, a Kiev a finales de noviembre cambie esta situación. Probablemente Orban la envió porque se ha hecho insostenible que ningún político de alto rango del Gobierno de Budapest haya asomado la cara por la capital ucraniana desde el comienzo de la invasión rusa.
El desacuerdo de Orbán con la UE también, sobre sancionar a Rusia y enviar armas a Kiev, así como su acercamiento a Putin y dependencia de la nación del gas ruso, ha puesto a Hungría como un país con estrechas relaciones con el Kremlin y poder suficiente para para frenar la postulación de forma inmediata de Ucrania, porque el reglamento de la organización exige el consenso de la totalidad de sus miembros.
Una solicitud sin ingenuidad
Finlandia pasó los filtros y abonó el camino para llegar a la adhesión sin temor a Putin. El país aprobó en julio una ley para reforzar la protección de la frontera con Rusia, la cual incluyó la instalación de barreras y cierre de los accesos a peticiones de asilo, con el fin de evitar el uso de los refugiados como elemento de presión sobre la frontera finlandesa, como ocurrió en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. El gobierno bielorruso, aliado de Putin, atrajo a los migrantes de Oriente Medio a las fronteras de la UE en Polonia y Lituania, en aparente represalia contra las sanciones contra Minsk.
El aumento del flujo migratorio de rusos hacia Finlandia detonó las medidas debido al aumento de 57 % en cruces por la frontera del sureste finlandés, la más concurrida debido a su proximidad con San Petersburgo. El incremento sucedió luego del cierre del espacio aéreo a los aviones rusos, sumado al bloqueo virtual de las fronteras terrestres de las repúblicas bálticas, en conjunto con Polonia a nacionales de ese país. Todo como consecuencia de la guerra en Ucrania.
El país nórdico redujo 90 % la emisión de visados a los ciudadanos rusos. También, mientras el proceso ante la OTAN cumplía el protocolo administrativo, comenzó hace un mes a levantar un muro de 200 kilómetros en la frontera con Rusia, en el cruce de la localidad de Imatra, en el sureste del país.
En junio, el primer tramo de la construcción, que corresponden a unos tres kilómetros, estará lista para evitar el ingreso de jóvenes rusos que escapan del servicio militar arriben de forma irregular. La inversión para el proyecto total asciende a 400 millones de dólares. Se estima que el muro tendrá sensores de movimiento y logrará resistir las temperaturas heladas del invierno.
Una arremetida en agenda
El ingreso de Finlandia a la OTAN “obliga a tomar contramedidas para garantizar nuestra seguridad», dijo el portavoz de la presidencia rusa, Dmitri Peskov, quien agregó que Moscú actuará si la organización «explota el territorio» finlandés y despliega su infraestructura cerca de la frontera rusa.
El anuncio de Peskov, con tono de evidente amenaza, revela que Putin mintió el año pasado, cuando negó tener preocupación por la adhesión del país nórdico en la organización.
“No hay nada que nos pueda preocupar desde el punto de vista de la membresía de Finlandia y Suecia en la OTAN, es algo muy distinto a que ingresara Ucrania. Si los países escandinavos quieren adherirse, adelante” vociferó en la capital de Turkmenistán, Asjabad mientras participaba en junio en la cumbre de países ribereños del mar Caspio.
La postura ahora es otra. El Kremlin tiene en agenda el “modo simétrico” para responder ante cualquier “evento desestabilizador”.