OMAR ESTACIO Z.,
Un viejo amigo, altísimo exsubalterno de quien hoy usurpa la presidencia de Venezuela, me asegura que su antiguo jefe es semianalfabeto. Dice que muy a duras penas puede leer un simple papel, pero que es absolutamente incapaz de escribir por sí solo. O al menos, hacerlo sin prodigar faltas ortográficas garrafales.
La revelación que me han confiado fue con la condición de reservar el nombre del informante, compromiso que cumplo al pie de la letra, aunque no hacía falta ser muy zahorí para presentirla. Lo que está a la vista no necesita anteojos, reza el tópico.
Muy difícil o imposible, según mi confidente, que aparte del documento que se refiere al final de la presente crónica, se localice otro de su puño y letra.
La candidatura presidencial de Ángel Biaggini naufragó a causa de una pifia gramatical que se coló en uno de sus manuscritos. Y de allí, directo al golpe de Estado del 18 de octubre de 1945. La experiencia del célebre debate televisivo entre los entonces candidatos presidenciales, Rafael Caldera y Jaime Lusinchi, también es imborrable. Se daba por sentado que el primero de los nombrados era más académico, más ilustrado y que, por ello, apabullaría al segundo. Pero surgió la diatriba alrededor de un supuesto error en el buen uso de determinada palabra en el contenido de una carta –“¡La carta, la carta, la carta” después se mofaban los tomadores de pelo que nunca faltan– lo cual resultó decisivo en el triunfo del entonces aspirante del partido Acción Democrática.
Tales antecedentes históricos serán desconocidos para cierto cucuteño. Pero, imperecederos para el menos informado de los sapos del G2 castrocubano que pululan por el Palacio de Miraflores. O para los infiltrados de Putin, del Cártel de Sinaloa, del Cártel del Golfo, de las FARC, del ELN, de los depredadores de nuestro Arco Minero, que también cogobiernan en tales predios. Le habrán ordenado destruir todo vestigio de sus errores y horrores ortográficos y, él, cipayo, servil, malinche, se habrá mesado el bigotón antes de obedecer sin chistar. Pasaron por las implacables máquinas destructoras de papeles, desde las “chuletas” que le permitieron copiarse en los exámenes del kínder al segundo año de bachillerato –avanzar más era exigirle demasiado– hasta sus esquelas de despecho, las letras de canciones botiquineras, al igual que ciertos convenios, nada santos de su época de autobusero, esquirol y sindicalero.
Sus colaboradores, aparentemente leales, bolígrafos y libretas en mano, fingen en los Consejos de Ministros, que atesoran con sus notas, aquellas sartas de sandeces. Pero, sin ser muy ilustrados tampoco, apenas el hombre da la espalda, estallan en carcajadas. Pérdida absoluta de tiempo, tomar apuntes de quien ni siquiera sabe copiarlos en román paladino, si acaso, en calé, slang o jerga barriobajera.
Ni el analfabetismo ni el semianalfabetismo, son sinónimos de idiotez. Menos aún de inmoralidad, pero si se mezclan los tres ingredientes con poder político, el resultado es de tierra arrasada.
Caligrafía, cero; ortografía, menos cero; morfología de las palabras triple cero. Cajón con “G”; carcajada, también con “G”; “íbanos”, “veníanos”. Ni siquiera el autocorrector de “Word” es capaz de metabolizar los yerros de semejante zafio. Veamos:
Según su ya referido exsubalterno, el único testimonio gráfico que ha logrado sobrevivir de la referida razzia es, una captura de imagen y ello, porque no han podido tumbarla de la internet. En el referido documento, se advierte, al lado de la rúbrica presidencial, una frase que, copiada a la letra, es todo un poema: “¡Oue ViVa El Poder Popular!” (sic).
Mi aludido amigo y alto excolaborador del asesino –también– del idioma, sin pretender ser literato, ha contabilizado siete errores ortográficos en solo cinco palabras. Un verdadero récord mundial. A saber:
El adverbio exclamativo “¡Qué!”, sin la correspondiente tilde en la “e”. La pretendida “Q” mayúscula sería tan solo una “O” porque su “calígrafo” le mutiló la línea inferior que representa su infaltable unión con la “U” que siempre la sucede. Los “ViVa”, “El”, “Poder”, “Popular” con mayúsculas, evidentemente fuera de lugar.
No acepta debatir con Edmundo González y con María Corina, mucho menos. Ahora entendemos el motivo.
Y si se llegase a pactar un debate epistolar, sin derecho a escritores fantasmas, sería el propio “magnicidio gramatical”.