El experimento de Petro en Colombia saldrá, probablemente, rematadamente mal. Mario Vargas Llosa lo ha dicho con todas sus letras. Los colombianos votaron mal. También los peruanos y los argentinos y los mexicanos. Votar por la peor opción está al alcance de cualquiera. Mario es un excelente escritor, Premio Nobel en el 2010, pero no es el Oráculo de Delfos, ni trata de parecerlo. Es, sencillamente, una persona experimentada que viene de la izquierda.
¿Por qué se puede asegurar algo tan pesimista? Petro acaba de ganar unas elecciones frente a un pintoresco anciano, muy rico, convencido de que la corrupción es la fuente de todos los males. La mayoría, sin embargo, le ha dado un buen espaldarazo a Petro. Le ganó por los pelos a Rodolfo Hernández, ex alcalde de Bucaramanga, y hoy, a días de asumir la presidencia, goza del amplio respaldo del 64% de los colombianos. (Los colombianos no son oportunistas, sino se comportan como los demás pueblos: basculan esperanzadoramente hacia el ganador en las últimas elecciones generales).
Asumamos que Petro es un hombre inteligente y que está lleno de buenas intenciones. Los colombianos, evidentemente, desean dejar atrás la violencia y han elegido al primer presidente de izquierda en la historia del país. Al fin y al cabo, era un chiquillo de 17 años cuando militó en el M-19. A esa edad se hacen numerosas tonterías. A los 19 años Mario Vargas Llosa militaba en el partido de los comunistas peruanos. Petro quiere acabar con la pobreza y con la corrupción que aflige a los colombianos desde tiempos inmemoriales. ¿Podrá?
No lo creo. Se le oponen dos o tres nociones fundamentales relacionadas con las percepciones. Petro sigue siendo un guerrillero a los ojos endurecidos por la experiencia de la derecha. Muchas personas lo hacen responsable del secuestro de niños, de las violaciones de muchachitas y de varoncitos adolescentes, de miles de asesinatos, de los desplazamientos de millones de campesinos, de destruir una buena parte de la riqueza material de la nación y, últimamente, de haber sido un pésimo gerente de Bogotá, la ciudad que le entregó la alcaldía. El consenso general dice que fue un pésimo alcalde, pero un buen parlamentario.
En cuanto a la corrupción, hay que admitir que se inicia con la venta de los votos personales. Me contaba Plinio Apuleyo Mendoza, apesadumbrado, que en la costa ese tipo de repugnante transacción es muy frecuente. Los políticos se aprovechan de la miseria del sector más pobre de la sociedad para comprarles las cédulas. No es de extrañar, pues, que el cáncer de la ilegitimidad de origen haga metástasis por todo el cuerpo social y se transforme en unas jugosas «comisiones».
Ya no existe la división que había entre la empresa libre y privada (más el mercado) y el socialismo. La experiencia nos dice que el socialismo, mientras más se acercaba al comunismo, fracasaba notablemente. Tal vez se trata de que no ha sido posible crear un modelo fiable. El comunismo chino, entre metáforas que se referían a los gatos y a la caza de ratones, muy a lo chino, derivó en una dictadura de partido único más el empresarialismo. Algo así como la bota militar conjugada con la empresa privada. El comunismo ruso, en cambio, tuvo otra deriva: el «capitalismo-de-amiguetes». Para prosperar en Rusia se recurría al gansterismo.
Petro se propone contar con sus adversarios para crear riqueza. Intenta reclutar a los grandes y medianos empresarios. Sin las inversiones de ellos y de las compañías extranjeras, no habrá superación de la pobreza. Y ese dinero fluirá al extranjero, a unos mercados más hospitalarios. Esa es la historia de Miami (y de Hialeah, la única ciudad de Estados Unidos en la que se habla español real y totalmente). Miami se nutre de los fracasos de América Latina. Ya hay un enjambre de banqueros miamenses, algunos de ellos de origen colombiano, solicitando la plata ahorrada por los empresarios. Es decir, no habrá «dinero para crear más dinero» en Colombia, debido a que los capitalistas perciben a Petro como un enemigo de la libre empresa y del mercado, y practican y recomiendan quedarse a la expectativa de lo que va a suceder en Colombia a mediano plazo.
¿Cuál es el «mediano plazo» colombiano? Nadie lo sabe. Pero, sin duda, se trata de un concepto elástico que durará tanto como la profecía de que «Petro es el mismo Petro de siempre». A no ser que Petro se dé cuenta de la situación y se declare pro mercado y pro libre empresa, pero tomando las medidas necesarias para ser creíble.
Francamente, me sorprendería que Petro iniciara un Gobierno realmente pro capitalista. Eso sería pedirle peras al olmo.