lunes, diciembre 23, 2024
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Preguntar por el aborto

Yo recuerdo bien aquellos días de septiembre de 2014. Mariano Rajoy había ganado las elecciones de 2011 con más de diez millones y medio de votos. Eso eran 186 escaños. Mayoría absoluta. Ni siquiera le hacía falta mucha audacia política para modificar el marco jurídico del aborto en España. La propuesta que el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, iba a llevar al Congreso tampoco era muy ambiciosa: volvía al sistema de supuestos que había estado vigente entre 1985 y 2010 y era algo más exigente en sus requisitos. No cuestionaba el aborto. Sólo regulaba los supuestos de despenalización de su práctica. En este sentido, el título (“Anteproyecto de Ley Orgánica para la protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada”) resultaba, tal vez, algo exagerado a la vista del contenido del texto. El concebido no nacido seguía en peligro de muerte, aunque sometida a ciertas formalidades y condiciones. El Gobierno encaraba el final de la legislatura. El lobby abortista atacó el anteproyecto. El propio Partido Popular se mostró dividido. 2015 era año de elecciones y primaron la conveniencia electoral y el tacticismo político. Mariano Rajoy retiró el anteproyecto y se conformó con unas modificaciones menores que, por supuesto, resultaron de todos modos excesivas a la izquierda. Ciertamente no hacía falta audacia, pero sí una mínima dosis de valentía.

En honor a la verdad, no todo era temor a un fracaso electoral. La Asamblea General de la ONU aún no había adoptado la “Agenda 2030 para el desarrollo sostenible”, pero el aborto ya estaba camuflado en la palabrería de las agencias de Naciones Unidas; por ejemplo, en los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Ahí sigue hoy, escondido bajo eufemismos como “salud sexual y reproductiva” como si la salud consistiese en causar la muerte a un inocente.

Una forma frecuente de cobardear en tablas es invocar la libertad para salir del paso y lavarse las manos después

La Agenda 2030 es transversal al PP y al PSOE. En torno a ella, comparten consensos. Puede haber diferencias en la gestión, pero no en el modelo de sociedad. Por supuesto, se trata de políticas que vienen de las instituciones globalistas, pero los dos partidos las asumen y las respaldan. Como en 2014, quizás difieran en el plano cosmético, pero coinciden en el plano ético, es decir, en el de las costumbres y normas. Hoy los abortistas de la izquierda y los de la derecha se dan la mano en torno a un modelo de sociedad que estigmatiza la paternidad, castiga la maternidad y pretende justificar la matanza de los niños en el vientre de sus madres. 

Por eso, ante la cuestión del aborto, se sienten incómodos tantos políticos que, en otras cosas, no dudan en repetir consignas económicas o en envolverse en banderas. El aborto es una cuestión de principios y defenderlos supone desafiar algunos pretendidos consensos. A propósito de esto último, recuerdo que, en 2020, cuando se debatía sobre la ley del aborto en Argentina, Lupe Batallán señalaba que “en Argentina todas las encuestas sobre aborto que separan en sexo, edad y estrato muestran que el mayor grupo a favor de la legalización son hombres jóvenes y ricos; mientras que las mujeres son el mayor grupo en contra”.

Así, el aborto es una de esas materias que prefieren evitar algunos políticos que alardean en los mítines y se arrugan en las entrevistas. Prefieren que no se les pregunte por ella. Si no queda más remedio, tratan de evitar a toda costa las repreguntas. Una forma frecuente de cobardear en tablas es invocar la libertad para salir del paso y lavarse las manos después. Sin embargo, no hay mayor profanación de la libertad que convertirla en coartada de la injusticia. No hay mayor injusticia que el aborto. No hay tragedia que simbolice mejor la confusión moral de nuestro tiempo.

Alguien tiene que hacer lo correcto digan lo que digan. Alguien tiene que estar dispuesto a llevar la contraria con tal de seguir el buen camino

Ustedes me dirán, tal vez, que hay que hacer concesiones y ser flexible si se quiere alcanzar el poder. Insistirán en esa pretendida moderación que, en realidad, encubre a la tibieza. Es cierto que, en política, hay que tener cintura y saber transigir, pero sólo en aquellas cosas susceptibles de transacción. El aborto, como la eutanasia, la tortura y otras cuestiones de principios, no permiten componendas. La derecha española ya ha recorrido esa senda mucho tiempo -ya saben, el “centro centrado”- y terminó, en 2018, con un bolso abandonado en un escaño.

Por eso, cuando algún político en España habla del aborto, me pregunto si su partido pudo cambiar algo o no. Liderar no es decir a los ciudadanos lo que quieren oír, sino lo que deben saber incluso si no les gusta; incluso si eso revela el error o la injusticia. Es más: precisamente por eso son necesarios líderes. Alguien tiene que hacer lo correcto digan lo que digan. Alguien tiene que estar dispuesto a llevar la contraria con tal de seguir el buen camino. 

Sí, hay un buen camino. Hay un camino correcto y hay uno equivocado. Hay una cultura que nos reconcilia con la vida y una que nos hermana con la muerte. No todo es relativo. No todo es opinable. No todo puede depender de lo que convenga para las próximas elecciones.

Yo recuerdo, ya les digo, aquellos días de 2014.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera.

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