PEKIN– El presidente chino, Xi Jinping, salió reforzado del congreso del Partido Comunista el domingo, consiguiendo un tercer mandato consecutivo al frente del gigante asiático. Sin embargo, los obstáculos son múltiples en la era moderna para un sistema dictatorial, medianamente abierto para insertarse sólo en el mundo occidental.
Tras décadas de crecimiento, el régimen comunisa de China se enfrenta a una desaleración, acentuada por la inflexible política «cero Covid» de Xi, que conlleva confinamientos recurrentes y penaliza la actividad industrial.
Esto es lo que dicen los cables de prensa, pero la realidad es mucho más profunda. Las grandes contradicciones de llevar un régimen socialista con un Partido Comunista de centralismo y control en una economía readaptada al estilo occidental han comenzado a sentirse con mayor fuerza en los últimos años.
La actual política del régimen de China ha impuesto un freno mundial a muchas economías con la intención de reducir el impacto de la ralentización que sufre el gigante asiático en varios sectores. Pekín es hoy la fábrica del planeta y de ella dependen cientos de economías, entre ellas las grande potencias, pero a su vez el gigante asiático se debe al consumo internacional, sobre todo el de Estados Unidos. Más del 30% de las producciones chinas terminan en Norteamérica.
La imagen de fuerza que Xi Jinping quiere dar al mundo se ven truncadas internamente por el avance de dos corrientes dentro de un mismo país. Un poderoso sector empresarial da síntomas de querer distanciarse de la política de mano dura del gobierno y otro fiel al poder político del Partido. Ese mismo sector de empresarios llevó al Partido Comunista a la cima internacional, cuando apenas cuatro décadas atrás se encontraba totalmente marginado de la aceptación internacional por sus bases ideológicas.
EEUU le abrió las puertas a China en el mundo occidental con el consentimiento de cierta apertura económica y política bajo el control de un mismo régimen e ideología. Al cabo de los años, las contradicciones internas se hacen más evidentes.
Hoy, las grandes compañías asiáticas no quieren perder las probadas ventajas y ganancias que les ha entregado la competencia mundial y los mercados bursátiles; y de cierta manera, han comenzado a enfrentarse al control gubernamental que les afecta en sus inversiones sobre todo en EEUU y Europa.
Todos estos contratiempos se añaden a las causas que ya mermaban su economía: consumo débil, crisis inmobiliaria y restricciones a los lucrativos sectores de la tecnología y del refuerzo escolar.
«No fue Xi Jinping quien creó estos problemas económicos», matiza Mary-Françoise Renard, profesora de la universidad francesa Clermont-Auvergne y especialista en economía china.
«Sin embargo, su manera de actuar los agravó, porque ha generado gran incertidumbre y freno económico».
La decisión de Xi Jinping de rodearse exclusivamente de fieles para su tercer mandato hace temer que favorezca la ideología y busque curas drásticas para sus problemas internos a costa del crecimiento. Para el Partido Comunista, mantener el control por encima de todo es su máxima prioridad, amén de que eso implique un debilitamiento económico. Y este es el punto en el que los empresarios chinos han comenzado a disentir.
Otro obstáculo: muchos empresarios «ya no dan empleo a quienes tienen más de 35 años», constata amargamente Fiona Shi, que se declara «realmente preocupada» y quien ha perdido tres veces su trabajo por las medidas del gobierno
Además, a causa de las medidas anticovid que pueden cambiar de un día para otro, las empresas tienen escasa visibilidad respecto al futuro.
En abril de este año, el régimen un confinamiento durante dos meses de la capital económica Shanghai, con repercusiones desastrosas para la actividad y el empleo.
Por tales razones, China se han convertido en un impredecible sistema económico para los mercados mundiales junto al abastecimiento de productos y materias primas. No pocas empresas han abandonado ya los beneficios que les ofrecía el gobierno por sus inversiones dentro del país y se han marchado al exterior o han puesto sus principales metas fuera del gigante asiático.
La Bolsa de Hong Kong cerró el lunes con una perdida de más del 6%.
Jinping decidido a la anexión de Taiwán
«La reunificación de la patria debe realizarse y se realizará», recalcó Xi Jinping en el congreso del Partido comunista chino.
Los analistas consideran que el refuerzo de Xi Jinping al término del mayor evento político de China lo alienta resolver el controversial contra la independencia de Taiwán.
Pekín considera que la isla de 23 millones de habitantes es parte de su territorio, a pesar de que Taiwán dispone desde hace siete décadas de gobierno y ejército propios.
La invasión china de Taiwán perturbaría aún más las cadenas de suministro en el mundo, después de lo ocurrido con la pandemia de COVID-19. La isla es el principal fabricante mundial de semiconductores, compuestos indispensables para casi todos los aparatos electrónicos e industrias en el mundo.
China, con toda intención o no, permitió en los 10 años que Taiwan se conviertiera en su patio en uno de los centros de producción más importantes del planeta, pero no está dispuesta a dejar las cosas como están y busca hacerse con la tecnología e infraestructura de Taiwán para ponerla a su disposición y a plena capacidad, otra de las estrategias sucias del régimen comunista.
Una intervención militar provocaría la indignación de los occidentales, aislaría a China y acercaría como nunca antes a Pekín y a Washington a un enfrentamiento armado directo. Eso es lo que piensan los analistas, pero en realidad China finalmente arreglará el asunto a su forma y manera y se llevará la mejor parte.
Décadas atrás, EEUU podía aislar a China debido a su gran dependencia del mundo occidental, hoy -aunque esa dependencia continúa es mucho menor- cuando el país asiático se empeña en ser la primera potencia económica mundial y se convirtió en el foco de suministros de casi todo el globo terráqueo.
Esto ha puesto al régimen de Pekín en una ventaja sumamente singular como para que EEUU pueda ahora ponerlo de rodillas.
Las tensiones que rodean la isla se agravaron entre China y Estados Unidos desde la visita en agosto de la número tres estadounidense, Nancy Pelosi.
Pekín organizó entonces sus mayores ejercicios militares en respuesta, considerándolo como un ataque a su soberanía.
La política de cero covid, una estrategia geopolítica de China
Esta estrategia supuestamente sanitaria permitió a China mantener el número de victimas bajo los 5.000 muertes diarias, según las cifras oficiales.
Pero es fuertemente criticada por el sector empresarial debido a los confinamientos que afectan a la economía.
Casi tres años después de la propagación del COVID-19 en Wuhan (centro), una parte cada vez mayor de la población está exasperada por estas medidas sanitarias que suelen ser aplicadas con gran rigor, como dictadura al fin.
«Ponemos a la gente y sus vidas por delante de todo», insistió durante el congreso Xi Jinping, dejando poca esperanza de cambio a medio plazo.
«No se espera ninguna relajación significativa antes de 2024», consideró el lunes el analista Julian Evans-Pritchard, del gabinete Capital Economics.
Casi sin dudas, ha sido una estrategia geopolítica para debiliar la economía mundial, mientras China fortalece su infraestructura y trata de solidificar su poder económico con reformas internas a mediano y largo plazo.
Jinping se dio cuenta de los problemas de fondo de una economía socialista convertida en occidental, donde han surgido algunas contradicciones internas que Pekín quiere solucionar antes de seguir avanzando. De ahí que busca tiempo para reorganizarse y sellar los vacíos que afectarían de forma más pronunciada en los próximos años. Es decir, China está rectificando algunos de sus errores para continuar luego su política de expansión.
Los derechos humanos, un problema cada vez mayor en China
Diez años después de la llegada al poder de Xi Jinping, la sociedad civil desapareció casi por completo, la oposición fue asfixiada y decenas de activistas están en prisión.
Pekín está acusada de haber internado en «campos» a por lo menos un millón de personas en Xinjiang (noroeste), principalmente de la minoría musulmana uigur.
Algunos estudios occidentales mencionan también «trabajo forzado» en Xinjiang y un «genocidio» como resultado de esterilizaciones y abortos presentados como «forzados».
China niega todas estas acusaciones pese a un informe de la ONU que las considera «creíbles».
La situación en materia de derechos humanos tiene pocas posibilidades de mejorar durante el tercer mandato de Xi Jinping.
Al contrario, seguramente «intensificará sus ataques» en este ámbito no solamente en otras partes del país, si no también «en el mundo», teme Sophie Richardson, directora de la organización Human Rights Watch (HRW) por China.
Este podría ser el Talón de Aquiles del régimen. China suavizó su mano de hierro y totalitarismo para cambiar un poco su imagen de férrea dictadura conunista para entrar en la competencia occidental, y este cambio les ha traído serias consecuencias.
Cientos de millones de chinos, empresarios y multimillonarios ahora probaron la miel occidental de un mundo libre y democrático, a diferencia de un régimen estricto y con total control de sus ciudadanos y tendencias políticas. Es uno de los grandes retos que enfrenta ahora Xi Jinping, de lo contrario, los servicios de inteligencia chinos han augurado una explosión social contenida que pudiera estallar en algún momento y de la que no se habla, como es de suponer en un régimen dictatorial.