Nicolás de Pedro,
China y Rusia siguen reforzando su alineamiento estratégico. Vladimir Putin y Xi Jinping están dando forma, profundidad y velocidad a la “asociación sin límites y sin áreas de cooperación vedadas” que sellaron en 2022. Aquella declaración se firmó apenas veinte días antes de que Moscú invadiera Ucrania. En esta ocasión, la visita de Putin a Pekín –primer viaje internacional en su recién inaugurado quinto mandato– ha venido precedida de una importante remodelación ministerial. No es casual. Nada lo es en una relación bilateral crucial para ambos, muy medida en sus tiempos y bien coreografiada.
Tras conmemorar en Pekín el 75 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, los dos mandatarios se reunieron en Harbin, la “pequeña Moscú” en tanto que ciudad que conecta China con el extremo oriente ruso. Harbin, además, alberga uno de los centros de investigación militar más importantes del país. El Instituto de Tecnología local es una institución clave para vehicular una cooperación militar cada vez más intensa y centrada en áreas sensibles como la propulsión hipersónica y nuclear o los sistemas de detección temprana de misiles balísticos. Ahí se materializa esa asociación “sin límites y sin áreas de cooperación vedadas”.
Rusia va a prestar una ayuda relevante en el plan chino para modernizar y duplicar o triplicar su arsenal nuclear en los próximos diez años. Y esa realidad nuclear tripolar que está emergiendo va a ser extremadamente difícil de gestionar para EEUU y aún más, para una Europa que apenas es consciente de la amenaza existencial que le acecha. La competición, rivalidad y posible confrontación simultánea en diferentes teatros con dos adversarios nucleares con inmensas fuerzas convencionales no tiene precedentes.
El letargo estratégico euroatlántico está condicionado por los errores de interpretación y lugares comunes que trufan la conversación pública. El más recurrente es caracterizar la relación entre Moscú y Pekín como un “matrimonio de conveniencia”, como hizo el secretario de Estado, Anthony Blinken, en los últimos días. También se enfatiza la desconfianza histórica entre ambos países en Asia Central, en el extremo oriente ruso o las disputas territoriales aún latentes.
Asuntos relevantes, pero secundarios en relación con el objetivo estratégico prioritario que comparten: poner fin al liderazgo global de EEUU y la hegemonía occidental. Este objetivo prevalece sobre cualquier otra consideración y es la clave que subyace en la frase que Xi dijo a Putin durante su visita a Moscú en 2023: “estamos asistiendo a cambios no vistos en cien años. Vamos a impulsarlos [o dirigirlos] juntos.”
Moscú y Pekín comparten diagnóstico sobre la transformación del entorno estratégico global y la oportunidad histórica para forjar el anhelado por ellos mundo multipolar (léase sin preeminencia de EEUU y sus aliados). En este empeño ambos quieren embarcar a América Latina y al denominado Sur Global. Cuando China y Rusia hablan de “preservar la justicia en el mundo” es a ellos a quienes tratan de seducir. Si bien, lo que Putin tiene en mente es doblegar a Ucrania y reformular el equilibrio de poder en Europa. Y Xi lo que pretende es forjar un nuevo orden a la medida de los intereses de Pekín.
Asimismo, se suele también enfatizar que Rusia se está convirtiendo en un vasallo económico de China y que, a largo plazo, eso será mucho más peligroso que cualquier desavenencia con Europa o EEUU. Muchos lo reiteran con el ánimo de que Moscú lo asuma y se aleje de Pekín. Sin duda, China está sacando provecho de la debilidad y necesidades rusas. La penetración comercial china es probablemente irreversible y eso incluye que el yuan sea ya la divisa de referencia en la relación bilateral.
Sin embargo, esa no es la visión del Kremlin y no solo porque el salvavidas chino sea la mejor garantía estratégica para Putin en su cruzada contra Ucrania y Occidente, sino porque, acertadamente o no, percibe la relación en términos de igualdad. Pese a la riqueza del país, el Kremlin asume que no puede ofrecer prosperidad a sus ciudadanos porque no está dispuesto a acometer las reformas políticas necesarias para ello. Así que la participación china en sustitución de Europa es bienvenida y más aún por cuanto el Kremlin interpreta que no entraña riesgos políticos. Ni territoriales mientras conserve su capacidad de disuasión nuclear.
Además, no se debe minimizar el factor humano. Putin y Xi se han reunido más de 40 veces en la última década. Ninguno de los dos se ha reunido más con cualquier otro dirigente extranjero. A la cumbre anual hay que añadir las reuniones de los BRICS y de la Organización de Shanghái. Conviene asumir, pues, que Putin y Xi han forjado una relación de genuina confianza mutua, sustentada en el alineamiento de intereses.
Por tanto, insistir en que Europa y EEUU han “arrojado a Rusia a los brazos de China” resulta no solo erróneo analíticamente, sino contraproducente estratégicamente. La relación entre Moscú y Pekín tiene su dinámica propia y ningún incentivo que puedan ofrecer Bruselas o Washington cambiará el rumbo actual. Creer lo contrario es engañarse ingenuamente. Moscú es consciente de esa percepción euroatlántica y no duda en explotarla para incentivar la división en Europa y Estados Unidos. Y eso pese a que el desafío estratégico que representa el eje sino-ruso se gesta a plena luz del día sin que, por el momento, Occidente sea capaz de articular una respuesta.
Nicolás de Pedro, Senior Fellow en el Institute for Statecraft de Londres y colaborador de Análisis Sínico en www.cadal.org