Desde que Rusia se lanzó a invadir Ucrania el 24 de febrero pasado, se ha dado por fracasado, derrotado e, incluso, muerto políticamente a Putin. La primera, justo cuando sus fuerzas aerotransportadas fueron incapaces de controlar el aeropuerto de Kiev y las terrestres se quedaron atascadas durante días sin poder avanzar sobre la capital. El abandono del frente del norte se vendió en Occidente como el final de la guerra y de Putin. Pero ni la guerra dio un giro drástico ni Putin dejó de mandar en Rusia.
Ahora, tras la ofensiva ucraniana sobre Jarkiv y la velocidad de relámpago con que las tropas de Kiev han tomado posesión de Studenok, Balakliya y territorios circundantes, ha vuelto a traer a las primeras páginas la inmediata caída de Vladimir Putin. Pero mientras las teles y medios de comunicación compran y venden la versión oficial occidental y se hacen eco de las críticas de nacionalistas rusos (quienes quieren más guerra) y de pacifistas (quienes piden abandonar la guerra) en Moscú, la realidad es que Putin sigue al mando y dispone de suficientes opciones como para todavía lograr sus objetivos.
La liberación de la región de Jarkiv estaba cantada desde el mes de junio, cuando las tropas rusas comenzaron a replegarse hacia el sur y oeste, dejando únicamente una presencia más testimonial que otra cosa. El rápido avance ucraniano se explica por este vacío militar más que por éxitos bélicos sobre el terreno. Rusia necesitaba abandonar Jarkiv para concentrar unas unidades demasiado desgastadas y recomponer así sus fuerzas. Inversamente, la incapacidad ucraniana de avanzar en el suroeste también se explica por la mayor densidad de tropas rusas allí desplegadas.
Moscú también sabe que, por ahora, quienes estamos pagando la guerra (aparte de los ucranianos) somos los europeos
En la medida en que todo apunta a que los pobres resultados militares rusos se deben a la falta de cohesión de sus unidades, sus malas tácticas, peor entrenamiento y ausencia de liderazgo (a lo que se suma una cadena logística incapaz de hacer llegar todo el material de reposición a tiempo) por lo que reforzar las unidades de combate y dotarlas del personal necesario era una necesidad estratégica. El repliegue de Jarkiv era obligado para ello, aunque insuficiente. Moscú ha estado movilizando a reservistas de su lejano oriente y, finalmente, como anunció este martes por la noche el mismo Putin, acaba de autorizar una movilización parcial de sus reservistas. Se espera que de esa forma, unos 120.000 soldados puedan sumarse a sus operaciones en Ucrania.
Cuando se desplieguen esas nuevas fuerzas, lo más lógico es pensar que el frente bélico volverá a estabilizarse en una nueva fase de desgaste y pocas ganancias de territorio. Sería una mala noticia para Kiev y para los occidentales, quienes veríamos prolongarse las hostilidades sin alcanzar más ganancias. Cierto, Moscú necesita tiempo, unos cuantos meses, para poner a punto a sus reservistas, pero cuenta con el invierno para ello.
Moscú también sabe que, por ahora, quienes estamos pagando la guerra (aparte de los ucranianos que luchan y mueren por salvar a su país) somos los europeos, los más castigados por los daños colaterales de la energía, alimentos y transporte, por lo que no es extraño que se planteen que tras el crudo invierno que se nos viene encima y con unas elites vendidas a las energías renovables, Europa acabe agotándose y con una recesión económica a la que hacer frente, se piense muy mucho si seguir apoyando a Zelenski.
Las guerras se acaban cuando uno de los contendientes reconoce y acepta que no puede alcanzar sus objetivos por mucho que haga. Y a ese punto no han llegado todavía ni Ucrania, ni Rusia, ni Europa, ni Estados Unidos. Todos nos creemos vencedores. Desgraciadamente alguno se equivoca porque alguien tiene que salir perdiendo de esta guerra.
Cualquiera que haya salido al campo sabe que no hay nada peor que enfrentarse a un animal herido y que se siente acorralado
Moscú ha retomado la iniciativa diplomática desgajando por la fuerza y a través de unos plebiscitos populares poco creíbles y nada legítimos, y aceptando a que el Donbas pase a ser parte formal de Rusia. Además de mover ficha políticamente, se asegura el discurso de que cualquier iniciativa ucraniana por retomar esos territorios sería una agresión directa contra Rusia por lo que cualquier acción defensiva estaría legitimada, incluido el uso de armas nucleares.
Es verdad que en su discurso de esta semana Putin ha vuelto a blandir la amenaza nuclear, aunque de manera implícita, sabedor del miedo que eso levanta en el mundo occidental. Pero todavía no ha llegado al punto de tener que plantearse si recurrir a su uso o no. Simplemente nos está recordando que por muy débil que digamos que está Rusia, sigue siendo una potencia atómica y que, en esa esfera, hay muchas opciones a parte del apocalipsis con el que normalmente pensamos los aliados occidentales.
Cualquiera que haya salido al campo y conozca algo de animales, no como los animalistas de ciudad que tenemos, sabe que no hay nada peor que enfrentarse a un animal herido y que se siente acorralado. Los que ven en Putin a un animal deberían pensarse dos veces la celebración por tenerle contra las cuerdas. Esa es una situación donde todo es posible, incluso lo más irracional.
Con todo, la disparidad de percepción, visión y discurso entre occidentales y rusos hoy sólo prueba que alguien está cometiendo un grave error. Es posible que sea Putin el que esté confundido, pero el hecho de esta no sea la primera vez que cantamos victoria y damos por vencido a Putin, debería hacernos un poco más humildes en nuestras afirmaciones. Rusia y Putin tienen cuerda para rato.