Moscú, 18 abr (EFE).- El presidente ruso, Vladímir Putin, tiene dos enemigos, uno exterior, los ucranianos, y otro interior, todos aquellos que se oponen a su política militarista. El Kremlin ha logrado acallar la disidencia al condenar a sus principales dirigentes, pero la oposición cree que una derrota en Ucrania podría hacer tambalear su régimen.
“Rusia está en la senda del putinismo al estalinismo. La aprobación de la pena de muerte sería ya el paso definitivo”, comentó a Efe Lev Ponomariov, veterano defensor de los derechos humanos exiliado en Francia.
La condena de 25 años recibida por el opositor Vladímir Kara-Murzá, una pena sin precedentes para un político ruso, confirma que Putin no tolerará ni la más mínima muestra de disenso en tiempos de guerra con Occidente.
“Los opositores son ahora traidores, enemigos del pueblo, espías, miembros de la quinta columna y agentes extranjeros”, asegura a Efe el sociólogo Lev Gudkov.
Métos estalinistas
La herramienta de represión son ahora los tribunales, que condenan por “alta traición” a un opositor, aunque éste nunca haya revelado secretos de Estado, sólo por criticar la campaña militar en Ucrania.
“Los chekistas sabían que Kara-Murzá había sido uno de los iniciadores de la Ley Magnitski. Fue la primera lista de sanciones contra el Kremlin. Es un auténtico héroe. Sólo espero que esos 25 años sean una medida excepcional por sus estrechos lazos con Occidente”, explica Ponomariov.
Los tribunales rusos prácticamente desconocen lo que es absolver a un acusado en un proceso penal, a imagen y semejanza de las troikas del NKVD (precursor del KGB) durante las purgas estalinistas de los años 30 del siglo XX, aunque entonces había millones de delatores.
“Aún estamos en miles de delaciones”, señala Ponomariov, colaborador de Andréi Sájarov, padre del movimiento de derechos humanos en la URSS.
El diputado del partido liberal Yábloko, Boris Vishnevski, cree que el sistema putinista “es, en gran medida, una copia del estalinismo”.
“Sin duda recuerda a Stalin. El Estado está por encima del ser humano. Cualquiera puede ser objeto de represión. No en la misma magnitud, pero la tendencia es evidente”, asegura a Efe.
A día de hoy, añade, “se dan las condiciones de un régimen totalitario”, ya que, “uno de sus principales rasgos es que discrepar es punible, la disidencia es un crimen”.
Una larga lista
Kara-Murzá, que sufrió dos envenenamientos como el encarcelado líder de la oposición rusa, Alexéi Navalni, simplemente es el último de una larga lista.
“Los que no fueron eliminados, como (el agente Alexandr) Litvinenko o (el político Boris) Nemtsov, han sido encarcelados”, apunta Gudkov, quien subraya que la represión comenzó nada más al llegar al poder Putin (2000), pero ésta se exacerbó en febrero de 2022 con la intervención militar en Ucrania.
El sociólogo denuncia que Navalni, que ha perdido ocho kilos en las últimas semanas, está siendo “lentamente” asesinado en prisión, mientras los abogados de Kara-Murzá denunciaron el lunes que su precario estado de salud le impide cumplir su pena.
El antiguo apoderado de Nemtsov, Iliá Yashin, también fue condenado a ocho años y medio de cárcel, y el único opositor que ha sido alcalde de una ciudad de más de un millón de habitantes, Yevgueni Roizman, se enfrenta la próxima semana a un juicio.
Gudkov destaca que las purgas también afectan a los altos funcionarios. “Desde (la anexión de la península ucraniana de) Crimea, un 10 % de los funcionarios de alto rango ha sido o arrestado o condenado”, asegura.
“Putin ha creado un sistema que elimina toda iniciativa individual y basa su estabilidad en la pasividad y la apatía política. No hay euforia con la campaña militar, más bien sumisión. El régimen se ha consolidado en torno al militarismo, el miedo y el odio a Occidente”, resalta.
La nueva ley que limita los derechos fundamentales de todos los rusos en edad militar para combatir la deserción se enmarcaría en ese ansia del Kremlin de imponer “el control total sobre la sociedad”.
La derrota, la última esperanza
Gudkov reconoce que una mayoría de rusos sigue apoyando la campaña militar -aunque, paradójicamente, casi dos tercios también apoya un pronto cese de los combates, según sus cálculos- y que las sanciones occidentales no han repercutido en el nivel de vida de los rusos.
“Todo depende del desenlace de la guerra. Una derrota militar puede minar la autoridad de Putin y provocar una crisis de legitimidad del régimen. Demostraría que la modernización no es real y que Rusia no es capaz de vencer a un ejército más débil como el ucraniano”, señala.
Una vez “fracasado” el blitzkrieg, advierte que “la prolongación de los combates” sumada a “la constante movilización” de los rusos puede “disparar el descontento”.
Vishnevski también considera que “nada es irreversible” y que, digan lo digan los sondeos, los rusos no quieren “vivir permanentemente en guerra”.
“Si miras la historia, prácticamente cuando un régimen sufre una derrota militar eso conduce a cambios internos. Así ocurrió en Rusia después de la derrota en Crimea a mediados del siglo XIX y también tras el desastre naval ante Japón en 1905”, señaló.