Rafael Bardají,
Putin, como buen exoficial de inteligencia del KGB, ha sabido siempre ocultar sus ambiciones y confundir a políticos, expertos y analistas. Al menos, del mundo occidental. Es famosa la anécdota del presidente George W. Bush que, tras su primer encuentro con el dirigente ruso, declaró que le había mirado a los ojos y había visto su alma, la de alguien en el que se podía confiar. Más tarde, en sus memorias, cambiando de opinión, manifestó que «no le había mirado lo suficiente». En el último año, el desconocimiento de la mente de Putin y de su círculo más estrecho no ha hecho sino agravarse. A fecha de hoy nadie sabe qué es lo que piensa hacer en Ucrania. Sólo hay especulaciones.
Precisamente por eso, se esperaba con ansiedad su discurso anual ante la Duma, el parlamento ruso. Sin embargo, su larga alocución (37 páginas) fue bastante soporífera, llenas de medias verdades y medias mentiras y sin apenas novedades. Conviene recalcar que el discurso de Putin estaba más orientado a la audiencia mundial que a la doméstica rusa. No necesita dirigirse a los suyos para legitimar sus acciones. En contra de lo que se ha dicho reiteradamente, que una conspiración acabaría con el actual dueño del Kremlin para evitar la catástrofe de la invasión de Ucrania, la verdad es que Putin sigue controlando Rusia de manera férrea. Cuando algún alto cargo u oligarca se ha salido de su guion y ha expresado su disgusto con la gestión del conflicto, ha acabado saltando por la ventana de sus aposentos. Y los ciudadanos rusos, bien por pasividad, escepticismo o admiración, que de todo hay, apoyan mayoritariamente a Vladimir Putin en la medida que es un líder nacionalista, que defiende la identidad rusa y que lucha por restablecer la importancia de Rusia en el mundo.
Y, sin embargo, para mí, en tanto que occidental, el discurso de Putin ha sido bastante decepcionante. Por un lado, ha reiterado su justificación para lanzar la invasión de Ucrania, la cacareada «desnazificación» de ese país, algo abiertamente una patraña. No sólo porque, desde las elecciones de 2019, la extrema derecha ucraniana quedó sepultada en las urnas, sino porque la única prueba que es capaz de presentar es una brigada de montaña de Kyev denominada «Edelweiss» a la que identifica con la división de montaña de Hitler del mismo nombre. No sólo olvida que Edelweiss es una flor de gran altitud y que se usa en otros países en unidades de montaña y esconde que, incluso, el propio Ejército ruso tiene una unidad del mismo nombre.
Igualmente, ha vuelto a recordar la importancia histórica que tiene Ucrania para Rusia, algo innegable, pero acusarla de nación artificial, creada por los bolcheviques, es una aberración.
Su letanía tradicional de que Estados Unidos y la OTAN solo buscan derrotar y acabar con Rusia es también muy conocida, por lo que tampoco hay novedad en ese frente. Más de lo mismo.
Sin embargo, hay una verdad que Putin utiliza como desafío a Occidente: en contra de las predicciones de los gobiernos de la OTAN y la UE de que la economía rusa se iba a desplomar a causa de las sanciones, el líder ruso es capaz de mostrar que su PIB sólo ha caído poco más del 2% (entre 10 y 5 veces menos de lo que los economistas auguraban) y que su inflación actual es muy inferior a la que experimentan los europeos. Él se atribuye el mérito de haber sabido preparar la infraestructura productiva y financiera de Rusia para absorber el impacto de las sanciones. Sea verdad o no esto último, la realidad es que solo son 34 países los que han impuesto sanciones contra Moscú y otros grandes actores de la escena internacional, desde China a India y parte del Golfo, siguen manteniendo buenas relaciones comerciales con Rusia, incluyendo sus productos energéticos que nosotros hemos dejado de comprar.
Su otro gran anuncio, bien recogido por la prensa occidental, ha sido la suspensión de Rusia en el nuevo Tratado START de reducción de armas estratégicas y la disposición del Kremlin de volver a realizar ensayos nucleares si los americanos lo hicieran primero. A pesar de haber corrido la noticia como la pólvora, para mí resulta de menos importancia. Los límites que preveía el START al armamento nuclear seguían siendo excesivamente altos y ambos signatarios, Estadios Unidos y Rusia, podrían retener su capacidad de generar un apocalipsis atómico cuando quisieran. Y lo relativo a los ensayos nucleares, algo que los expertos han venido pidiendo para poder modernizar los arsenales nucleares, en realidad es una trampa política para un Biden en plena carrera electoral para su reelección. Con una izquierda demócrata que quiere contentar a sus hordas pacifistas y antinucleares, no parece imaginable que la Casa Blanca vaya a autorizar retomar los ensayos nucleares. Por lo tanto, poca novedad en ese terreno. Salvo la nueva utilización del terror atómico que sufrimos los occidentales. Cada vez que se habla de armas nucleares, nos rendimos.
Mucho más significativo me parecen las constantes referencias de Putin al Donbas y otras zonas y ciudades del este de Ucrania. Regiones, como sabemos, declaradas parte de Rusia a pesar de que no las controla militarmente por completo. ¿Quiere decirnos entre líneas que si se le concede el control sobre ellas estaría dispuesto a negociar un alto el fuego? Puede. Por mucho que la retórica de Putin haya sido victimista pero de un resistente y, al final, vencedor, la situación sobre el terreno, al menos en el plano de las fuerzas convencionales, no le está siendo muy favorable y, salvo importantes cambios en su estructura y nivel de fuerzas combatientes, cada vez lo será menos. ¿Estarían dispuestos los occidentales a sacrificar la integridad de Ucrania para estabilizar sus economías? Quien sabe. Hoy por hoy, todas las encuestas de opinión dan un alto nivel de apoyo y solidaridad con la resistencia ucraniana, aunque los niveles de quienes preferirían parar la guerra ya va subiendo y alcanza un 30% de media en los países de la Alianza Atlántica.
Por último, señalar el guiño de Putin a todos los tradicionalistas occidentales, señalando cómo las actuales elites políticas se han vuelto locas y ahondan en nuestra propia destrucción al socavar voluntariamente los pilares de nuestra sociedad, desde la familia a la religión pasando por la educación. No mencionó la zoofilia de la Ley del Guau es Guau de Podemos, pero podría haberlo hecho tal y como denunció la pederastia que la izquierda actual promueve. Si Putin no fuera un cínico redomado y defendiera de verdad los valores a los que se refiere, habría que aplaudirle. Pero la verdad es que no es más que uno de sus muchos trucos para generar división entre nosotros. Ninguna novedad tampoco.