Hugo Marcelo Balderrama,
El inicio del otoño 2023 en Bolivia vino acompañado de muchas tormentas, pero no climáticas, sino económicas.
A mediados de abril, los Bonos Soberanos 2028 llegaron a hundirse hasta 0,46 centavos de dólar. De igual manera, el riesgo país se disparó hasta ubicarse, solamente, detrás de Argentina y Venezuela. Además, el Banco Central de Bolivia (BCB) se acerca a cumplir 80 días sin el reporte semanal de sus reservas para respaldar la creciente masa monetaria. El Instituto Nacional de Estadística (INE) tampoco reporta datos sobre el crecimiento del PIB al cuarto trimestre y cierre de 2022. La Autoridad de Fiscalización y Control de Pensiones y Seguros (APS) no publica información sobre el portafolio de inversiones desde diciembre de 2022. Finalmente, la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (ASFI) apenas ha reportado cifras a febrero, pero sin decir nada claro sobre la escasez de dólares en el sistema.
Mientras tanto, Arce Catacora y sus porristas ―la mayoría juegan a ser ministros, otros hombres de Estado― se concentran en repetir, machaconamente, la fabula de la «estabilidad» económica. Sin embargo, ante la ausencia de información de los entes oficiales, eso no pasa de ser un intento de posicionar una posverdad al mejor estilo orwelliano. De hecho, mientras el presidente, junto con todos sus socios mareros del Foro de Sao Paulo, hablan de un inminente fin del dólar, especialmente, en su función de reserva internacional, sus viceministros van a Washington a mendigar créditos de instituciones como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
Si todo lo anterior todavía no le parece una crisis, le invito a revisar la forma dictatorial en la que fueron detenidos ochos ciudadanos bolivianos por, tan solo, haber vendido dólares en el mercado. La tiranía boliviana está entrando a la etapa donde o aceptas las mentiras o vas preso.
Muchos, en especial quienes hasta hace unos meses atrás hablaban del «milagro» boliviano, se preguntan, ¿qué está pasando en Bolivia?
Bolivia es un Estado tan grande que el PGE se come el 80 % del PIB, el 80 % de todo lo que producimos en un año. Hay más de 530.000 empleados públicos, que podrían ser la cuarta ciudad en importancia del país. Todos esos cargos, en su mayoría inútiles, nos cuestan más de 19 millones de dólares al día. No obstante, no es culpa exclusiva de los funcionarios públicos.
Los bolivianos llevamos décadas creyendo que el Estado es el generador de riqueza, de desarrollo y hasta fuente de la felicidad. Pero esas no son las funciones del Estado, sus verdaderas, y únicas, tareas son administrar justicia, otorgar seguridad y dotar de infraestructura civil básica (calles, caminos, presas y puentes) a los ciudadanos.
Las fuentes de desarrollo económico son el libre mercado, los precios y la propiedad privada.
El mercado no es un lugar ni una cosa extraña, es un proceso administrado por cada persona al llevar a cabo las transacciones diarias. El mercado es la gente, el mercado somos todos. Las personas con sus compras y abstenciones de comprar van mostrando sus preferencias en base a intercambios de derechos de propiedad lo cual se pone de manifiesto a través de los precios, que son los únicos indicadores para saber dónde invertir y dónde abstenerse de hacerlo.
Por eso, cuando se pretende señalar con cierta malicia que no debe dejarse todo en manos del mercado, se está diciendo, ni más ni menos, que no deben dejarse las decisiones en manos de la gente, que le demos nuestro futuro a un grupo de burócratas y mandones.
Por su parte, la institución de la propiedad privada es indispensable al efecto de asignar los siempre escasos recursos en las manos más eficientes para atender los requerimientos de los demás. Quienes aciertan con los gustos y las preferencias del prójimo, incrementan sus ganancias, pero aquellos que no aciertan incurren en quebrantos. Como los bienes no crecen en los árboles, y no hay de todos para todos todo el tiempo, dicha asignación resulta vital.
No es casualidad que las dictaduras castrochavistas, Bolivia, entre ellas, tengan siempre sus garras sobre el comercio libre y la propiedad privada. El socialismo no es un fracaso económico; es un saqueo exitoso.