JAUME VIVES,
España es un país en el que Amaral puede, en un concierto, sacar a pasear sus tetas polioperadas sin ningún problema, pero Mollejo no se puede palpar las alforjitas del amor para celebrar un gol.
España es un país en el que un pico entre la Jenny y Rubiales se convierte en una cuestión de seguridad nacional, pero las continuas violaciones en manada se archivan con las iniciales de los verdugos (que no comen jamón) y una foto borrosa de su cara.
España es un país que vive inmerso en un odio sarraceno a lo propio, y entregado con amor ciego a lo ajeno. Un país en el que nos pone ver a una diputada con velo pero nos escandaliza cualquier referencia cristiana que haga un cargo electo.
Un país muy concienciado por el medio ambiente, pero por el otro medio, que son las familias, ni la más remota preocupación. Y ya me dirán ustedes ¡qué sentido tiene cuidar una mitad si la otra no puede disfrutarla!
Y puestos a elegir, me quedo con Mollejo que, aunque el suyo es un gesto soez, es más propio del hombre español (gesto transversal en ideología y época) que el de Amaral, que es feo, desagradable, nada elegante y demuestra poco amor propio. Puedo imaginarme a un padre de familia celebrando un gol con el gesto ancestral de Mollejo, pero me cuesta imaginar a una madre imitando el gesto de Amaral.
Y puestos a elegir, también me quedo con Rubiales, no porque aplauda su gesto, que me parece impropio de un caballero con familia —o sin ella—, sino porque no parece haber en él la hipocresía que sí anida en el bando de las hermosas que, celebrando y haciendo chiste del beso al principio, al final acaban rasgándose las vestiduras como si de una violación se tratara.
En cuyo caso Anabel Alonso y Mercedes Milà tendrían que estar en la cárcel, pues cuando ellas hicieron lo mismo, sí fue público y notorio que no hubo consentimiento alguno por parte de sus víctimas.
España es un país que se escandaliza ante actos feos que simplemente son eso: actos feos e impropios, y que no deberían ir más allá de un comentario, y encumbra o normaliza actos que deberían provocar un debate público y muy serio.