ITXU DÍAZ,
El Gobierno es la continuación de la mafia migratoria. Unos cobran un dineral por un viaje inseguro e ilegal en una cáscara flotante, y otros cubren las espaldas al mafioso acogiendo a los llegados en condiciones que no disfrutan buena parte de los españoles, a quienes nadie aloja en buenos hoteles, ni traslada en vuelos privados, ni reciben protección policial para huir con seguridad al margen de la ley. La izquierda reparte los derechos de la manera más dañina y ofensiva para quienes hacen las cosas bien, que se limitan a financiarlos y cumplir miles de obligaciones.
Las imágenes de inmigrantes celebrando su llegada a Madrid en vuelos nocturnos ordenados por Marlaska, sin coordinación con las regiones que los acogerán, distribuidos silenciosa y masivamente en pequeñas poblaciones aleatorias de la España que nunca salen en los telediarios —hasta ahora—, son el mejor spot publicitario para garantizar por muchos años el negocio millonario de las mafias migratorias africanas. Claro que, si alguna vez las cosas se ponen mal para el PSOE, siempre puede aparecer un Jesús Caldera a ordenar una regulación masiva de 700.000 futuros votantes, y provocar un efecto llamada de otro millón más de ilegales. Ya lo hemos vivido. Y así, en bucle, hasta el infinito y más allá.
Como no existe un proceso de acogida razonable, ni un protocolo que garantice el conocimiento de las normas y costumbres del país al que llegan, las posibilidades de éxito de los miles de inmigrantes que están arribando a nuestras costas son nulas; entiéndase por éxito una cierta contribución al PIB y una hoja más o menos limpia de incidentes penales, es decir, en lo que están la mayoría de los españoles de bien. Abandonan jóvenes, fuertes y lozanos su patria y su familia, condenándolos a un atraso cada vez mayor, por un futuro dorado que jamás podrán encontrar aquí.
Con un paro juvenil que ronda el 28%, es imposible que nuestro mercado laboral pueda absorber las repetidas olas migratorias, a menos que consideres que vender artículos falsificados en una manta sea una gran contribución al tejido laboral patrio, en cuyo caso te invito a que trates de pagar tus servicios sociales con el dinero público que generan los negocios callejeros de top-manta.
Y, sin embargo, la falsa esperanza que se les da no es peor que el asunto cultural. El inmenso fracaso de la inmigración europea brilla cada dos horas en periódicos de todo el continente, pero por alguna extraña razón, los impulsores de dar la bienvenida a todo aquel que intente cruzar fronteras violando la ley se esconden en sus madrigueras cada vez que las consecuencias saltan a la primera plana. Mientras, los que hoy mantienen esas políticas se limitan a vociferar, como Alemania, a tratar de ocultarlo, como Francia, o muy excepcionalmente, a pedirle ayuda al ejército cuando ya todo se ha ido de las manos, como Suecia. Al final, lo que la UE llama emergencia humanitaria migratoria consiste en ejercer la caridad con el dinero ajeno, para después dejarte a ti cargar con las inevitables consecuencias de esa política irresponsable.
Muchas veces habrás escuchado que España se rompe. Sin embargo, quienes defienden que no existe tal ruptura, se apoyan en que todo sigue igual. En efecto, aún existe un Estado, con sus jardines a la calle y sus cloacas llenas de ratas, un Gobierno, por más que no sea precisamente nacional, una Liga de fútbol, si bien más corrupta que el brazo de Pol Pot, y todavía quedan algunas leyes elementales e instituciones por derogar, cada vez menos. Los enemigos de España todavía no están rompiendo la nación por el final, por la unidad territorial, institucional y constitucional —aunque están preparando ya esta fase—, sino por el comienzo: la incorporación masiva de inmigración ilegal que desconoce nuestras normas y cultura, la persecución a la lengua común, la lenta corrupción de las instituciones que nos unen, la enfermiza desigualdad en el reparto de la tarta económica central o la legitimación del terrorismo que busca doblegar a la nación por la violencia.
Una lengua, una historia, unas costumbres y unas normas. Las naciones se forjan a lo largo de la historia, primero, para sobrevivir, y después para vivir mejor, de igual forma que nos criamos en familias para protegernos, para dejar descansar nuestra intimidad, para compartir formas de ser, anhelos y costumbres. Por lo general, no amamos a los hijos de los demás como a los nuestros, y no amamos a nuestra nación igual que a las demás. Pero nadie podría suponer que odiamos a todos los niños que no son nuestros, más aún, nadie cabal sería capaz de decir que hemos desarrollado una fobia hacia los hijos de otros solo porque amamos más a los propios. Con todo, hay tipos que ayudan económicamente antes a un hermano que a un desconocido, y que luego se rasgan las vestiduras ante quienes defendemos que España debe ayudar primero a los españoles, y después, al resto, a los que queden tras las deportaciones inmediatas de los delincuentes y terroristas; que en esto estaremos todos de acuerdo: golfos ya tenemos suficientes, gracias.