Hugo Marcelo Balderrama,
Bolivia, 06 de agosto del 2024, año 199 de la independencia, la moneda local perdió 50 % de su valor frente al dólar; las colas por combustible son cosa de todos los días; los ahorristas vieron como el gobierno desapareció el trabajo de sus vidas, y la inflación destrozó los salarios de los ciudadanos. No queda nada en pie, aunque nuestra idiosincrasia nos hace disimular las desgracias en medio de alcohol, prestes y carnavales.
Obviamente, muchos buscan culpables. Los hay. En realidad, es uno sólo. Diferentes autores, entre ellos, Axel Kaiser y German Arciniegas, explican que los hispanoamericanos somos presas de un Ethos Populista.
Este Ethos Populista es un monstruo de cinco cabezas:
El desprecio por la libertad individual y una correspondiente idolatría por el Estado.
Complejo de víctima, pues siempre culpamos a otros de nuestras miserias, Estados Unidos, España, el patriarcado, etc.
Desprecio por la economía libre, ya que, en relación con las dos anteriores, esperamos que el Estado solucione todos nuestros problemas pecuniarios y materiales.
La falsificación del concepto de democracia, puesto que todos los proyectos totalitarios se han camuflado de democráticos para conseguir sus nefastos fines, Evo Morales y Hugo Chávez, por ejemplo.
La envidia por el éxito ajeno, o la obsesión igualitarista. Admitámoslo, nos preocupa más el fracaso ajeno que el progreso propio.
Todo lo anterior tiene una consecuencia a nivel político, porque cualquier personaje medianamente carismático, usando promesas huecas, gana elecciones e instaura una dictadura. Rafael Correa, Hugo Chávez, Evo Morales o Néstor, el narigón, kirchner son casos típicos de caudillismo y populismo.
Entonces, ¿cómo explicamos los aparentes éxitos económicos de la década pasada en Bolivia?
América Latina, en general, y Bolivia, en particular, fue favorecida con el contexto económico: altos precios de las materias primas y sus efectos en los términos de intercambios favorecedores.
No obstante, pese a ese golpe de suerte, no se diversificó la economía nacional. De hecho, ni siquiera se realizaron inversiones en exploración de nuevos pozos gasíferos. Ergo, el crecimiento de Bolivia se debió a un Gasto Público excesivo, la trampa del PIB, pero no a un incremento de la productividad menos a una mejora de la competitividad. En términos sencillos, Evo y sus secuaces se sacaron la lotería, que luego malgastaron en elefantes blancos.
Empero, a partir del 2014, con la caída del precio del estaño, los hidrocarburos y otros commodities, se marcó el inicio del agotamiento del ciclo expansivo de la economía internacional y de los precios de las materias primas y así, el inicio de un ciclo de ralentización económica en la región. Algo que el propio cocalero admitió en diciembre de ese año.
Sin embargo, no se tuvo la prudencia de terminar con la farra, el despilfarro y la joda. Sucede que, para los economistas convencionales, los ciclos de la economía no son consecuencia de la nefasta intervención del Estado, sino que responden a condiciones «naturales», que luego, como por arte de magia, se arreglan solitas. Entonces, no había que preocuparse por la caída de los precios del gas ni la falta de ingresos, podemos recurrir al endeudamiento. Total, cuando las cosas mejoren, las deudas se pagan.
Esa fue la forma de pensar de Arce Catacora cuando era Ministro de Economía y ahora que está en el cargo de dictador en ejercicio. Estamos en manos de un tipo incapaz de mirar el desastre que él mismo causó, peor aún, de asumir que las cosas están mal.
Quo vadis Bolivia
No es ni Cuba ni Venezuela, es Bolivia, y es mucho peor.