HUGHES,
Otegui lo dijo claramente: no puede haber mayoría de izquierdas sin ellos, de modo que el llamado «Frankenstein» no es algo coyuntural, ni una peripecia de Pedro Sánchez. Se trata del camino que une y unirá a los independentistas con el PSOE y su extensión Sumar. No coinciden en los fines, pero sí en los medios (fines a medio plazo) y también en ciertos presupuestos. Tampoco esto es nuevo. Como mínimo, viene del Pacto de San Sebastián.
El circo babélico en el Congreso es otro paso más, y no pequeño. Somos un Estado con cuatro lenguas, esa noción quedará. Un estado que cobija, hasta que rompan a Estado (si pueden y les interesa) naciones culturales que lo son a costa de romper la española, que queda ya vulnerada como algo que nunca fue: un sobrante, una cosa remanente.
La infamia babélica del Congreso es consecuencia del ataque sistemático que el 78, régimen infecto, ha hecho a la lengua española. Por supuesto, la lengua se impone, la lengua se ríe con centenares de acentos lejanos, pero es que no es la lengua lo importante. Eso es lenguaje de separatistas, pequeñez de odiadorcitos de España. Es un atentado a las personas, a sus derechos y a la nación. Repetimos: a la Nación. ¡No a la Constitución, y no a la Lengua, que vive en el orbe entero, independizada, ella sí, de la miserable España contemporánea!
¡Y ni siquiera lo más importante son los derechos de los españoles que no pueden ser escolarizados en su lengua materna! Lo que importa más (más aun) es el golpe a lo nacional: la consideración estatutaria, primero, del español como lengua impropia en varias regiones, impuesta, oficial, no cordial, no maternal, es decir, la lesión de un derecho y, después, la pérdida progresiva de su condición de lenguaje común, de tesoro, instrumento, deber y símbolo. Ese ataque es el siguiente y empieza a representarse, a tomar forma escénica en lo del Congreso ayer.
Sin embargo, viene ya de atrás y se instala en un camino ya dibujado: lo plurinacional. Un Estado, cuatro lenguas, varios albores de nación. La antesala de eso es la consideración de España como Estado Compuesto (codecisores posburocráticos en plétora competencial), y la manipulación por universalización del pujolismo del sentido y relación de las lenguas. Oponerse a esto no es hacer de menos al catalán respecto al español, su dignidad no se discute, se trata de salvaguardar la naturaleza política del español y de su uso. No se trata de un debate de lenguas, como dicen los que quieren despistar: es una cuestión política de primer nivel.
Es decir: no es un ataque a la lengua (que es inalcanzable por esos enanos), ni siquiera, siendo así, un ataque a los derechos ciudadanos (versión corta, miope, panparahoy de constitucionalistas), es un golpe a la nación en el instrumento de su lengua.
Por lo demás, qué retrato ayer, ¡qué España bruselizada! España, yendo a Europa bobalicónamente, se europeiza; aparece pintarrajeada, imitativa, grotesca como una criatura de carnaval. ¡Los mangutas setentayochistas iban a homologarnos con los alemanes y ya se acercan a la I República!
España se vio así reducida al subtítulo y a la voz soñolienta y metálica, diferida, de los pinganillos.
¡La oratoria tonante metida en el canuto ridículo del pinganillo!
Algo bueno tiene el teatro hiriente: ver, revelado por fin, que ahí no está la soberanía nacional, ni está ni se le espera.
Los mangutas del 78, codiciosos desenfranados, no están viendo que su teatro ya es mucho teatro.
Aunque en esa farsa, cada uno hizo ayer fielmente y seriamente su papel, importantísimo papel. Los separatistas, como ultracatetos talibanescos que son, hablando un mal catalán, un mal gallego y un vasco absurdo. Idiomas embrutecidos por ellos, degradados por esos habladores que lo usan como lengua de Estadillos, verbo de las más tristes ambiciones y embajadas, vehículos de traición, creyendo que hacen un favor a esas lenguas españolísimas.
Oh, qué ira se siente al ver que esta es la obra del infecto 78 (siempre ya infecto y atroz 78): degradar culturalmente España para, una vez estupidizada y perdida la médula sublime, alta y popular de su comunidad, espiritual y cultural, acometer la decapitación nacional. Primero el espíritu, después la cultura, finalmente la política.
España no es lo que queda cuando se quita lo vasco, lo catalán y lo gallego; ni es la suma de todas sus regiones, ¡España es potencia sublimada de ese sumatorio! ¡Misterio que no sabemos descifrar, que no nos merecemos y no nos pertenece!
Los separatistas realizaron su papel de intrigantes matalenguas, señorones peseteros, maleteros oligárquicos, pronunciadores enfáticos y dispépticos de sus idiomas, y los socialistas cumplieron en lo suyo, ser partido realquilado a lo antiespañol y potencia de federalización. Si hay una banalidad del mal, ellos son la inanidad de la traición.
El PP tampoco decepcionó. Sus objeciones son leguleyas, burocráticas. Que si el reglamento, que si el epígrafe cuarto, que si la disposición enésima… Quejas con la boca pequeña y luego la escenificación de Sémper, que ya cae simpático por tener que enfrentarse siempre al papel más ingrato, el de hacerse perdonar, de integrar (él solo, titánica tarea) al pepero en la SER y La Sexta. Esto no se lo reconocemos a don Borja, la labor de echarse encima al ‘pópulo pepero’ y aproximarlo a la Tierra Prometida del duopolio televisivo y el mundodelcine. La Cultura. Pero él no miente, ¡él va a tobillo descubierto!
Habló en vascuence, o eusquera, de modo que el PP se negaba (en lo pequeño, en lo que no es, liando siempre con la letra pequeña) pero a la vez comulgaba con la rueda de molino. Un no (pequeño, formalista) pero sí, un sí pero no. Resultado: no es fuerza en dirección contraria; por no ser fuerza, y por no ser contradirección, contra mundum kamikaze. Luego, sí, (mañana) saldrá Ayuso a añadir una coplita de casticismo con eco de liberalios de zarzuela.
Y queda Vox, que se fue dejando los pinganillos en el escañón de Sánchez. Y eso, que llamaron «performance» en la televisión, era su manera de salir en la tele. Su negativa completa al sainete antinacional sólo podía salir en la tele (llegar al español) si adoptaba esa forma. Lo que tiene algo de involuntaria concesión y de condena, pues a Vox sólo lo sacan dejando el hemiciclo, abandonando el Congreso, yéndose. Que es, bien mirado, lo que buscan y la única imagen que quieren ver de ellos.
r al lado de tal o cual líder. Esto va de españoles, de España, y ante tal empeño todo lo demás es ridículo y mezquino. Y todo esto que estoy escribiendo, parafraseando a Conan Doyle, al menos lo entenderá un lector.