La Habana.- Se aproximan tiempos difíciles. La sistemática ola represiva del régimen verde olivo ha provocado que alrededor de cincuenta comunicadores sin mordaza se hayan visto obligados a marcharse del país en los últimos dos años.
El Departamento de Seguridad del Estado (DSE), guardia pretoriana de la anacrónica dictadura caribeña, ha implementado una cacería para silenciar a la prensa contestataria. Los métodos son conocidos. Chantajear, tratar de arruinar la reputación del reportero, impedirle viajar al exterior y amenazar con la cárcel por ejercer el periodismo y la libertad de expresión.
Casi veinte años después de la oleada represiva de 2003, conocida como ‘Primavera Negra’, donde 22 de los 75 opositores condenados a largas sanciones eran periodistas independientes, el DSE vuelve a echar andar su engrasada maquinaria represiva.
Si en marzo y abril de 2003 el apoyo de organismos globales y destacados intelectuales foráneos fueron determinantes a la hora de condenar a Fidel Castro, en la razia actual, el gobierno del grisáceo Miguel Díaz-Canel apenas ha sido condenado por la opinión pública internacional.
La policía política, probablemente la única institución que funciona en el país, ha utilizado a su favor el aislamiento provocado por la pandemia mundial del COVID-19, la feroz crisis económica local y la guerra de Putin en Ucrania para tratar de guillotinar al periodismo independiente.
Las autoridades cubanas se han blindado con diversas normativas en sus intentos de legitimar la represión. Los absurdos decretos-leyes 349, 370 y 35, entre otros, les permiten multar y encarcelar a reporteros, artistas y ciudadanos. El modus operandi de la Seguridad del Estado no es novedoso.
Hostigamiento
Citan a un periodista cualquiera y lo amenazan con llevarlo a prisión. El clima de hostigamiento se intensifica con intimidatorias llamadas anónimas, actos de repudio en sus vecindarios -auténticos linchamientos verbales de corte fascista-, coacciones a parientes y amigos, arrestos domiciliarios y prohibiciones de salir de la provincia donde reside el comunicador o viajar temporalmente al extranjero.
El hostigamiento puede incluir golpizas callejeras por personas desconocidas, expulsiones de centro laborales o estudios, divisiones en el seno familiar y publicación de fotos o videos de la vida privada en medios estatales y redes sociales para desacreditar al periodista. Igualmente, chantajes con el objetivo de convertirlo en informante del DSE y confiscación de los equipos de trabajo.
Ese acoso prolongado suele afectar a los reporteros alternativos más jóvenes e inexpertos, quienes se sienten atrapados entre la paranoia y el miedo. Es natural. Los seres humanos en general no poseemos madera de héroes ni vocación de mártires, salvo excepciones.
Huir es la opción
La reacción lógica de muchos periodistas libres es huir del manicomio ideológico. Se ha marchado una generación de reporteros talentosos como Elaine Díaz, Carlos Manuel Álvarez, Carla Gloria Colomé, Mónica Baró, Darcy Borrero y Abraham Jiménez Enoa. Otros preparan las maletas o tienen planes para emigrar a mediano plazo.
¿Qué pasará? ¿Desaparecerá el periodismo independiente? La respuesta es no. Les cuento.
Durante la Primavera Negra de 2003, cuando eran pocas las agencias de prensa al margen del control estatal, la oleada represiva del régimen y las sanciones de 20 años o más de prisión suscitaron temor. Durante un tiempo, algunos decidieron guardar o ‘congelar’ sus plumas.
Pero otros siguieron reportando desde la isla y en varios casos sus historias se publicaron sin sus nombres o con seudónimos. Entre los medios que no dejaron de publicarnos estaban Cubaencuentro/Encuentro en la Red (hoy Diario de Cuba), CubaNet, la Fundación Hispano Cubana, la Sociedad Interamericana de Prensa y Reporteros de Fronteras.
Cuatro años después, en 2007, un puñado de periodistas liderados por Juan González Febles y Luis Cino crearon Primavera Digital, un semanario abiertamente anticastrista que se editaba en la barriada de Lawton, al sur de La Habana. En 2008, tras el éxito del blog Generación Y de Yoani Sánchez, proliferaron en la Isla las bitácoras contestatarias. Decenas de blogueros disidentes irrumpieron en el periodismo digital.
Volviendo a 2003. Los días posteriores a la oleada represiva fueron una pesadilla. Quien suscribe este artículo, andaba con un cepillo de dientes, una cuchara y mi aparato de asma en la mochila ante la posibilidad de que me detuvieran. No teníamos dinero, ni siquiera un peso. Mi colega Luis Cino, excelente articulista, comenzó a trabajar como custodio en una vaquería. A la luz de un candil escribía. En noviembre de 2003, mi madre, la periodista Tania Quintero, mi hermana y mi sobrina viajaron a Suiza con el status de refugiadas políticas. En febrero, un mes antes de la Primavera Negra, nació mi hija. Me gané la vida elaborando pizzas en un negocio particular y vendiendo ropa que amigos del barrio enviaban de Miami.
Fuera de la censura
A mediados de la década de 1990, la camada de periodistas oficiales que dio el salto al periodismo independiente, además de experiencia y dominio de las técnicas informativas, tenían el privilegio de contar con una máquina de escribir. Los novatos, como yo, redactábamos en cuadernos escolares. Informábamos sobre desalojos, reuniones de opositores o reelaborábamos denuncias de activistas de derechos humanos. Los que tenían más horas de vuelo firmaban los textos que posteriormente publicaba algún diario o sitio digital de la Florida.
El brillante poeta y cronista Raúl Rivero (Camagüey 1945-Miami 2021), fundador de la agencia Cuba Press, le abrió la puerta a un puñado de jóvenes sin formación periodística, pero con inmensos deseos de superarse. Raúl nos encargaba pequeñas notas, que tras una minuciosa revisión ortográfica y de estilo, terminaban repleta de tachaduras, realizadas con un bolígrafo rojo que el poeta guardaba en el bolsillo de su sempiterna camisa azul de mezclilla.
Los que seguimos sus enseñanzas, Luis Cino, Víctor Manuel Domínguez y yo, entre otros, más de 25 años después, religiosamente seguimos escribiendo un par de columnas a la semana. Esa cultura de trabajo y respeto a la profesión la aprendimos de periodistas de raza como Raúl Rivero y también de Ana Luisa López Baeza (Camagüey 1944-Florida 2018) y Tania Quintero, que continúa viviendo en Suiza como refugiada política.
Sin internet
Era una época donde internet sonaba a ciencia ficción. Los artículos se leían por teléfono a una persona en Miami que grababa los textos y posteriormente los subía a una página web. Entonces, el incipiente periodismo alternativo era un taller de aprendizaje. Primero redactabas a mano. Luego, las pasabas en limpio en las rudas máquinas de escribir fabricadas en la Alemania Oriental. Cuando ya dominabas el oficio, se te permitía teclear en una laptop que se rotaba entre los periodistas. En aquellos años duros, se aprendía sobre la marcha.
En la primavera de 2003, Fidel Castro cometió un error de bulto. Supuso que encarcelando a un tercio de los periodistas independientes amedrentaba al resto. No ocurrió. La prensa independiente resurgió con más fuerza y mayor calidad en los años posteriores.
El periodismo ciudadano se refuerza
Ahora va a suceder igual. La mala noticia para los reporteros que aún quedamos en la Isla, es que se avizoran momentos difíciles. La buena noticia, para los que creemos en la democracia, es ver el ascenso del periodismo ciudadano a lo largo y ancho del territorio nacional.
En las redes sociales se multiplican las denuncias acerca de la precariedad económica y los servicios básicos deficientes. Desde un ingeniero hasta una madre soltera critican la gestión de un dirigente o con su teléfono celular graban una evidencia de corrupción institucional.
Sigo siendo optimista con el futuro de Cuba. La libertad de expresión no se puede atrapar.