El número de muertos por el coronavirus ha sido grave. Pero un nuevo estudio ha descubierto que la respuesta colectiva al virus puede acabar cobrándose más vidas que el propio virus.
En un nuevo estudio de la Oficina Nacional de Investigación Económica, investigadores de la Universidad de Harvard, la Universidad Johns Hopkins y la Universidad de Duke llegaron a la conclusión de que en los próximos 15 años podrían producirse la asombrosa cifra de 890.000 muertes adicionales como consecuencia de las medidas adoptadas para mitigar la propagación del virus.
«Nuestros resultados sugieren que el número de vidas que se ha cobrado el virus del SARS-CoV-2 supera con creces las relacionadas inmediatamente con la enfermedad crítica aguda COVID-19 y que la recesión causada por la pandemia puede poner en peligro la salud de la población durante las dos próximas décadas», dijeron los investigadores.
Específicamente, los investigadores citan picos en el desempleo por los cierres y otras restricciones gubernamentales que fueron de dos a cinco veces más grandes que los típicos shocks de desempleo.
«Nosotros… predecimos que el choque afectará desproporcionadamente a los afroamericanos y a las mujeres, en un corto plazo», dijeron los investigadores, «mientras que los hombres blancos podrían sufrir grandes consecuencias a plazos más largos».
Triste, pero no es sorpresa
Los hallazgos son, como mínimo, descorazonadores. Los estadounidenses ya han experimentado más de 400.000 muertes por el virus, y los esfuerzos del gobierno para frenar la propagación del virus también han tenido un grave efecto.
«El crecimiento económico es el factor más importante relacionado con la duración de la vida», dijo el profesor de la Escuela de Medicina de Yale, M. Harvey Brenner, en 2002, tras la finalización de un estudio fundamental que exploraba la relación entre el desempleo y la mortalidad. «El empleo es el elemento esencial de la condición social y establece a una persona como miembro contribuyente de la sociedad y también tiene implicaciones muy importantes para la autoestima».
Las conclusiones del estudio de Yale no son las únicas. Un artículo publicado en 2014 en la revista Harvard Public Health señala una abundancia de investigaciones que llegan a una conclusión similar: las interrupciones en el empleo conllevan graves costos para la salud mental y física. El cuerpo de la investigación incluye un meta-análisis de 2011 -publicado en Social Science & Medicine– el cual concluyó que el riesgo de mortalidad era 63 % más alto para los individuos que experimentaban desempleo que para los que no lo experimentaban.
Hay una multitud de razones por las que el riesgo de mortalidad aumenta durante los períodos de desempleo, pero la razón principal parece ser que el desempleo literalmente hace que la gente se enferme. Un estudio realizado en 2009 por la socióloga Kate W. Strully en la revista Demography concluyó que la pérdida de empleo por el cierre de un negocio aumentaba en más del 80 % el riesgo de nuevas condiciones de salud que probablemente se deriven de la pérdida de empleo.
«Encuentro que la pérdida de empleo perjudica la salud, más allá de que las personas más enfermas son más propensas a perder sus empleos», escribió Strully. «Los encuestados que perdieron sus trabajos pero fueron re-empleados en la encuesta se enfrentaron a un mayor riesgo de desarrollar nuevas condiciones de salud».
Estas condiciones incluían dolencias relacionadas con el estrés como la diabetes, la hipertensión, los accidentes cerebrovasculares, las enfermedades cardíacas y la artritis, así como diversas afecciones emocionales y psiquiátricas.
Reconociendo los graves inconvenientes de los cierres
Parece haber poco debate sobre el hecho de que el empleo no es sólo un asunto del cobro de cheques, sino también de salud y bienestar. Por eso en abril pasado advertí que el histórico aumento del desempleo podría tener un profundo impacto en la salud y las vidas humanas.
En ese momento, el temor al virus se había apoderado de tantos, que las consecuencias a largo plazo de los cierres raramente se discutían, y mucho menos se reconocían. Esto es un error, dicen los autores del artículo del NBER.
«Interpretamos estos resultados como un fuerte indicador de que los responsables de las políticas deben tener en cuenta las graves implicaciones a largo plazo de una recesión económica tan grande en la vida de las personas cuando deliberen sobre las medidas de recuperación y contención del COVID-19», dijeron los investigadores.
Esta conversación es particularmente importante a raíz de los nuevos descubrimientos que muestran que los elevados costos de los cierres pueden no haber tenido beneficios claros.
Un estudio publicado recientemente en el European Journal of Clinical Investigation en el que se evalúan las respuestas mundiales al COVID-19 ha revelado que los cierres obligatorios no han aportado beneficios significativamente mayores que las medidas voluntarias.
«No cuestionamos el papel de todas las intervenciones de salud pública, o de las comunicaciones coordinadas sobre la epidemia, pero no encontramos un beneficio adicional en los llamados a permanecer en el hogar y a cerrar las empresas», concluyeron los investigadores.
Otros numerosos estudios llegaron a conclusiones similares. Los investigadores del NBER, sin embargo, aceptaron la premisa de que los cierres funcionan, aunque con compensaciones mortales.
«Sin duda alguna, los cierres salvan vidas, pero también contribuyen a la disminución de la actividad lo que puede tener graves consecuencias sobre la salud», dijeron los investigadores.
Si los cierres salvaron más vidas de las que afirmaron es probable que sea un tema debatido durante años. La investigación del NBER no responde a la pregunta, pero sí demuestra a fondo los graves costos de los encierros.
Sin embargo, es importante recordar que los investigadores analizaron sólo un costo de los cierres: el desempleo y la salud humana. Esto es, por supuesto, apropiado para un estudio académico. Sin embargo, como nos recuerda el economista Frédéric Bastiat, una acción origina no sólo a un efecto, sino todo un mar de ellos, algunos de los cuales son visibles, y muchos de los cuales no lo son.
Así que mientras el costo humano de los cierres se hace más claro, haríamos bien en recordar que la salud es difícilmente la única consecuencia adversa del desempleo masivo.
«El permanente desempleo masivo destruye los fundamentos morales del orden social», observó una vez el economista Ludwig von Mises. «Los jóvenes, que al terminar su formación para el trabajo se ven obligados a permanecer ociosos, son el fermento del que se forman los movimientos políticos más radicales. En sus filas se reclutan los soldados de las próximas revoluciones».
Es cierto que los fundamentos morales de nuestro orden social son más difíciles de cuantificar que las vidas humanas. Pero, considerando la violencia y la agitación de 2020, pronto aprenderemos que son igual de importantes.
Fuente: PanamPost