jueves, septiembre 19, 2024
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¿Se puede aún ser de izquierda, tras el fraude en Venezuela?

Victor H. Becerra,

La reciente elección en Venezuela, así como el fraude electoral posterior, son una lanza clavada en el costado de la izquierda latinoamericana. Más aún cuando algunas izquierdas han apoyado con su silencio o sus buenos oficios dicho fraude. Al respecto, basta ver las actitudes, declaraciones o ausencias de los gobiernos de izquierda de Brasil, Colombia y México.

Las recientes elecciones en Venezuela no puede ser consideradas «democráticas», bajo ningún estándar, como bien señaló el Centro Carter, único observador electoral externo autorizado por la autocracia venezolana, el cual desplegó un contingente de 17 expertos y observadores en varios estados de ese país. Dicho Centro también contradijo el principal argumento del chavista CNE, de que sufrió un hackeo y eso le impide dar a conocer las actas electorales de los 30026 centros de votación: al respecto, el Carter puntualizó que no hay evidencias de un «ataque cibernético» al sistema electoral en Venezuela. Y más aún: que todo apunta a que la oposición ganó los comicios al dos por uno.

El silencio de las izquierdas de esos tres países y de muchas otras en Iberoamérica es un desafío enorme para su viabilidad futura y la credibilidad de su oferta política ante el electorado de nuestros países. Tras su silencio y aquiescencia cómplice, ¿serán capaces de seguir atribuyéndose alguna autoridad moral? ¿No deberían los electores legítimamente desconfiar de una izquierda que defiende ladrones y torturadores, sospechando precisamente que esa izquierda haría lo mismo con sus conciudadanos si tuviera la mínima posibilidad?

Como señalé en mi artículo anterior, la discusión en Venezuela ya no debe ser dónde están las actas o cuándo las presentará el gobierno chavista. Éstas ya fueron presentadas casi en su totalidad por la oposición y múltiples testimonios ha avalado su autenticidad y la integridad de sus resultados. Cualquiera que quiera saber el resultado de la elección, basta que recurra a las 25073 actas recolectadas y subidas a la web https://resultadosconvzla.com por el comando opositor, y que corresponden al 83,5 % del total de actas (no el 100%, porque recuérdese que el gobierno chavista expulsó a la oposición de muchos centros de votación), las consulte y coteje. Por ende, la discusión ahora debería ser qué hará la comunidad internacional para desconocer a Maduro y lograr que desocupe el poder.

Ideas como la repetición de las elección, el apagón a X o también a WhatsApp, la indebida intervención del chavista Tribunal Supremo de Justicia, o la supuesta mediación de Brasil, Colombia y México, son meros subterfugios de la cleptocracia chavista para distraer y que no se profundice en el punto central: enfocarse en que desocupe el poder.

Los venezolanos han hecho parte de su trabajo, poniendo las movilizaciones, los heridos, los muertos y desaparecidos. En justicia, la comunidad internacional no puede exigirles más sacrificios, porque ya hemos visto en el pasado los extremos a los que puede llevar la delincuencia chavista en el poder. Sobre todo cuando algunos en la izquierda latinoamericana se jactan sin mucho fundamento de que ésta ha «desconfiado, desconocido resultados y exigido las actas en Venezuela». En realidad, lo que han hecho es estar a la expectativa, buscando meter en un limbo jurídico el tema de las actas y sin atreverse a decir, cobardemente, lo que todos vemos: que el gobierno venezolano perpetra un golpe de Estado ante los ojos y la indiferencia del mundo. La izquierda iberoamericana, casi sin excepción, en esto ha sido cómplice de la dictadura venezolana.

La actitud y el discurso en el exterior debieran ser el del ex presidente colombiano Iván Duque, que ha llamado a la comunidad internacional a encarecer y proseguir la persecución judicial contra Nicolás Maduro, así como a aplicarle sanciones severas a su régimen para restaurar la democracia.

También se ha hablado del ofrecimiento de la líder opositora María Corina Machado de ofrecer una amnistía a Maduro, e incluso que el gobierno estadounidense estaría negociando con Maduro su exilio y el perdón de sus crímenes. Algunos se han pronunciado en contra, desde la comodidad de sus despachos o camas, hablando de que se debería formar un contingente de mercenarios o que otros países deberían enviar a sus ejércitos a sacar a Maduro de Miraflores, lo cual no puede tacharse más que de una enorme ingenuidad, algo que nunca sucederá.

Frente a esto, el mensaje de la autocracia venezolana ha sido claro: una dictadura de izquierda no podrá destruirse ni entregará el poder mediante los votos. Con su silencio aquiescente y cobarde, la izquierda de toda coloratura y de prácticamente todos los países de la región nos está advirtiendo lo mismo.

Si en el pasado, las izquierdas latinoamericanas lograron apoyar sin perder viabilidad política, a dictaduras como la castrista, fue porque contaron con pretextos poderosos y narrativas bien contadas, como el supuesto bloqueo estadounidense o los imaginarios logros de la revolución cubana. También pudieron hacerse de la vista gorda con casos de corrupción gigantesca como los de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia o la del sandinismo en Nicaragua, pero difícilmente será el caso en esta ocasión, por la prominencia que ha adquirido el caso venezolano gracias a la lucha opositora, incluso fuera de nuestra región. Y también, en parte, a la descomedida represión y persecución del chavismo contra sus opositores y críticos, frente a la impavidez de la izquierda iberoamericana, ante hechos como estos:

La habilitación de campos de concentración y tortura tras el fraude, para recluir y torturar opositores.
El envío de su aparato criminal y militar a los domicilios de opositores para estigmatizarlos, amedrentarlos, secuestrarlos y desaparecerlos, como fue el caso de María Oropeza.
Estableció una red de informantes que se encargan de divulgar y compartir datos de opositores al fraude criminal.
La persecución y arresto de los testigos electorales solo por informar de los resultados adversos al chavismo.
Al menos 24 muertos y más de 2 mil detenidos en las manifestaciones contra el fraude electoral. Esta última cifra, oficial, sería el más alto número de detenciones en el contexto de protestas que se haya registrado en un tan corto lapso en Venezuela.

Entre los detenidos más de 100 menores de edad, imputándoles cargos de terrorismo y sin posibilidad de defensa.
Amenaza de cárcel a quienes publiquen contenido en su contra por las redes sociales.
Maduro solo ha recibido el reconocimiento de los gobiernos de Cuba, Nicaragua, Bolivia, Honduras y de Rusia, China, Serbia, Irán y Madagascar. Ninguno de ellos una democracia mínimamente ejemplar, más bien autoritarismos vergonzantes muchos de ellos.

Esto es lo que defienden la izquierda continental y los gobiernos de Luiz Inácio Lula Da Silva, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador. Una izquierda en bancarrota moral y política, que tiene que recurrir como aval a un delincuente como Lula da Silva, tal como hizo el presidente francés, o a señalados por vínculos políticos y de complicidad con el narcotráfico como son Petro y López Obrador.

¿Tras de esto, puede jactarse la izquierda de construir el futuro y al Hombre nuevo? Tal vez, su cinismo da para mucho, lo sabemos. Pero pues vaya, cualquier latinoamericano dirá legítimamente: qué futuro y qué novedad tan, pero tan jodidas.

Cuanto peor esté Venezuela, más y más izquierdistas: los Pablo Iglesias, los Juan Carlos Monedero, las Camila Vallejo, las Dolores Córdova, los Íñigo Errejón, los Kicillof, los José Luis Rodríguez Zapatero, las Alexandria Ocasio-Cortez y los Joseph Stiglitz de todo el mundo, intentarán argumentar que Venezuela no construyó el socialismo real. Dirán que Maduro fue simplemente un dictador ultraderechista, y que el chavismo no fue verdadero socialismo.

Pero ya nos sabemos la cantaleta. Por eso hay que recordarles una y otra vez, como ellos fueron los arrebatados garantes y promotores del socialismo del siglo XXI.

Fuente: Panampost

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