La expectativa que generó el desembarco de Sergio Massa en el “superministerio” de Economía, Agricultura y Producción, que se está gestando por estas horas, no tiene que ser leída como una nueva etapa del gobierno de Alberto Fernández. Si algo podía generar un mínimo de expectativas en Argentina era algo que, justamente, indique el final de la gestión de un presidente fallido, que no dio pie con bola en los casi tres años de mandato que tuvo. Más allá del nombre del cargo formal, el presidente real para lo que queda del turno del Frente de Todos será Massa. De aquí en más, Fernández estará más “pintado” que otra cosa.
Aunque se venía evaluando el desembarco del exintendente de Tigre desde hace tiempo, lo que finalmente desencadenó la desintegración final del albertismo fue la salida de Martín Guzmán del ministerio de Economía. Harto de los acosos por parte de Cristina Fernández de Kirchner, el funcionario renunció de la noche a la mañana y le dio el tiro de gracia al presidente que lo mantuvo en el cargo, pero sin poder respaldarlo políticamente dentro de la coalición. Es evidente que Fernández, que consideró la salida como una traición de índole personal, nunca pudo recuperarse del duro golpe. Como si fuera poco, ningún candidato estaba dispuesto a tomar el hierro caliente del ministerio que dejó Guzmán.
Más allá de los problemas conceptuales de Silvina Batakis, que duró unos pocos días en el cargo, la depreciación del peso que se vivió durante su efímera gestión no se le pueden achacar a la flamante directora del Banco Nación (premio consuelo por la humillación de renunciarla en tiempo récord mientras regresaba al país, luego de su visita a Washington). La corrida que quedará asociada a la mini gestión Batakis fue la manifestación de la confianza que brindaba Alberto al mercado luego de la salida de Guzmán.
Si algo podía ponerle un torniquete a la corrida hemorrágica de un gobierno acabado, esto era un cambio radical que no podía generarse en el seno de la administración de la dupla de los Fernández. La llegada del superministro Sergio Massa le otorgó la centralidad a una gestión que no se relanza, sino que comienza de cero. Será un gobierno de un año, que aporta al libro bizarro libro de historia peronista una nueva experiencia: la de la disolución de una gestión fallida, que le pasa el poder real a otro integrante del oficialismo, que hasta el momento se encontraba presidiendo la Cámara de Diputados.
Por lo que se conoce de los personajes de esta historia, es claro que, a diferencia de lo que le pasó a Alberto (que tuvo que discutir todo con CFK desde que asumió), el nuevo superministro ya cerró la negociación con la vicepresidente antes de empezar. Si aceptó la función es porque ya tiene garantizada la independencia que no tuvieron hasta el momento ni el presidente formal ni su exministro de Economía. Ahora habrá que ver lo que hace.
Lo único previsible de esta historia es que, hasta las próximas elecciones, la figura del «presidente» Fernández, será más decorativa que nunca. Si a Massa le salen las cosas más o menos bien y el oficialismo logra terminar el mandato, Alberto debería estar agradecido ante la posibilidad de un final medianamente decoroso.
Fuente: Panampost