Coincidiendo con el quinto aniversario de su huida de España escondido en un maletero, Carles Puigdemont ha publicado en su perfil de Twitter una epístola titulada, Cinco años de exilio, en la que, además de repetir los habituales lugares comunes del golpismo catalanista, el prófugo, que fantasea con ser el 130º Presidente de la Generalidad, afirma que durante este quinquenio de acogida europea, además de forjar una estrecha amistad con el rapero Valtónyc, dice haber recibido la visita de algunos miembros del PSOE, que le han generado «expectativas de un buen trato, vía reforma del Código Penal y un indulto siempre y cuando accediera a comparecer ante el Supremo». En la carta, la revelación de estas visitas viene acompañada por una afirmación más sutil: «Seguro que Pedro Sánchez sabe de qué hablo». O lo que es lo mismo, el PSOE estaría dispuesto a allanar el camino de regreso a España de quien fuera acusado por el Juez Llarena de los delitos de rebelión y malversación.
La maniobra, trasladada a un Puigdemont que se muestra, al menos en sus manifestaciones epistolares, firme en sus secesionistas convicciones, sería análoga a la orquestada a favor de quienes le acompañaron en la proclamación de la efímera –apenas unos segundos- República catalana. Con un PSOE dispuesto a terminar con el delito de sedición y pródigo en la concesión de indultos, el huido, ensombrecido por la férrea alianza que une a Sánchez con los herederos de Companys, exhibe un punto de orgullo que muchos de sus seguidores, los mismos que son capaces de creerse lo del exilio, podrían interpretar como una muestra de altura de miras, como un sacrificio personal en aras de la tan ansiada independencia de Cataluña.
La división denunciada por Puigdemont no ofrece novedad alguna en un ámbito en el que conviven diversas fuerzas políticas únicamente unidas por su odio a España
Como recurso de consumo interno, la carta de Puigdemont puede ser útil al de Amer para retener a cierta porción de secesionistas, que verán en la actitud de ERC una suerte de colaboracionismo con el Estado español. De todos es conocida la pugna existente dentro de las filas lazis, las mismas que, salvando las distancias, ya expusiera Orwell en su Homenaje a Cataluña. La división denunciada por Puigdemont, que cierra su carta con un «continuamos; y tanto que continuamos», no ofrece novedad alguna en un ámbito en el que conviven diversas fuerzas políticas únicamente unidas por su odio a España. Nada nuevo bajo el sol catalanista.
La división entre las fuerzas hispanófobas es, sin duda, lo más deseable para la Nación española, sin embargo, ese «Seguro que Pedro Sánchez sabe de qué hablo» ofrece materia para la inquietud, pues por todos es sabido y asumido que la trayectoria del político madrileño está marcada por el embuste hasta unos extremos tales, que sus mentiras ya ni siquiera le pasan factura, entre otras razones porque su partido ha trabajado denodadamente en la polarización de la sociedad española. Así, los incumplimientos y la entrega a los enemigos de España, apenas pasan factura a una formación, el PSOE, hábil en el manejo de prietas redes clientelares siempre dispuestas a encontrar argumentos –la lucha contra la extrema derecha o contra el franquismo en pleno 2022- para cerrar filas en torno a un líder perfectamente capaz de mercadear con la soberanía de la nación que gobierna.
«Los incumplimientos y la entrega a los enemigos de España apenas pasan factura a una formación siempre dispuesta a encontrar argumentos para cerrar filas en torno a un líder perfectamente capaz de mercadear con la soberanía de la nación»