RICARDO TORRES CASTRO,
A todas las mujeres / que con su vida / testimonian el amor / por la humanidad
Berak, Croacia, 1999: una mujer llamada Dragica cuenta algo de su vida y su proceso de reconciliación. Invitada a un taller para el ‘empoderamiento’ de las mujeres en un lugar cercano, cuenta ella cómo comenzó: “yo me presenté diciendo: ‘Soy de Berak’. Inmediatamente otra mujer comentó: ‘la aldea donde un croata asesinó a un serbio hace dos meses’. Yo reaccioné inmediatamente de forma agresiva: ‘¿y qué dice de los 50 croatas que fueron asesinados durante la guerra?’ Hoy, esa mujer es una de mis mejores amigas y luchamos juntas por la paz” (Bloch, Corinne).
La escena es muy simpática, ya que nos motiva a identificar cual de las dos es víctima u ofensora. Mi reflexión no es una apologética en torno a la mujer, ni una retórica sobre ellas, sino una inquietud alrededor de las situaciones que muchas de ellas pasan hoy día. La historia de Dragica es la historia de un pueblo. No son solo las situaciones de guerra, es también las de pobreza, exclusión, hambre y sangre. Cuantas historias de mujeres colombianas cuenta la historia de este pueblo que, frente a las duras situaciones de guerra y pobreza, miran hacia el horizonte pariendo la vida, la historia.
En un mundo cargado de diversas perspectivas, la sensibilidad hacia las mujeres se nos ha perdido. ¿Cuánta violencia e injusticia hacia muchas de ellas por cuenta de un estado indiferente e incapaz? ¿Cuánto dolor produce un lenguaje que nos han querido imponer, buscando reivindicación y lo que ha logrado es desintegrarnos? Yo celebro como instituciones, como las Fuerzas Militares y la Policía, han integrado a mujeres dándoles mayor protagonismo y liderazgo.
El pasado 9 de julio se conmemoraba la fiesta de la Virgen de Chiquinquirá. Quienes hemos estado cerca a ese santuario religioso nos confronta, aún en este tiempo.
¿Cómo es posible que muchas de estas mujeres vengan frente al cuadro de la Virgen a reclamar dignidad, a pedir salud, a reclamar sus derechos y a suplicar felicidad, como si se tratara de objetos que deben ser comercializados o milagrosamente transados? ¿Cómo es posible que muchas de estas mujeres no encuentren otra forma de reivindicar su voz sino al frente de un cuadro de otra mujer que como ellas fue desplazada, juzgada y hasta maltratada?
Es que, en este contexto, la religión se convierte en un bálsamo, en un lugar donde la exclusión y la vulnerabilidad se ven reinvindicadas.
Hace poco me encontré con un documento del fallecido D’artagnan, quien presentaba un texto de una escritora palestina Sahar Jalifa. En este texto, afirmaba que nuestro papel de escritores consiste en alzar el velo sobre las realidades, no en consolar. Pero, este no es solo el papel que deben jugar los escritores. Es el papel que todos los ciudadanos debemos asumir para alzar los velos de la injusticia.
Los velos que deseo alzar en esta columna hace parte de los difíciles aconteceres de muchas mujeres. La cruz es la experiencia que las acompaña, se sienten identificadas y desean nunca desprenderse de ella.
Tradicionalmente, la fe cristiana en la salvación, por medio de un salvador, ha estado entrelazada con la fe en la redención del pecado por medio del sufrimiento y de la cruz de Jesús.
Por lo general, nos hemos acostumbrado a idealizar las cualidades del cristianismo con la figura de las víctimas: el amor sacrificado, la aceptación pasiva del sufrimiento, la humildad, la mansedumbre, etc.
Los velos se deben alzar con el objetivo de mantener vivos el conocimiento de la liberación y la visión de la igualdad radical ante los ojos de las mujeres, de los desposeídos y de los que carecen de poder, cuyos sueños democráticos radicales han sido subvertidos. Se trata de promover la dignidad de las personas, en especial, de las mujeres que siguen forjando una sociedad siempre renovada, siempre nueva.
Muchas mujeres de nuestro país nos recuerdan que por la fatiga del parto hemos recibido la gracia de ser algo: ”evoca toda esta sangre que la historia continua a derramar por sus sueños, por sus esperanzas; evoca el sueños de los derechos humanos, el sueño de las identidades culturales y de género que quieren ser reconocidas y que quieren participar en la construcción de otro mundo posible. Estas mujeres evocan la fatiga de los pueblos en el parto de las leyes justas, en la búsqueda de relaciones diferentes con sus propios recursos naturales. No representa ningún poderío o majestad, sino este único poder de hacer nacer algo, de empujar la historia, de no tener miedo a sus dolores de parto”.
Discriminación en empleo, atención de salud inadecuada, violencia doméstica y leyes anticuadas que perjudicaban el progreso de las mujeres son tareas que el nuevo periodo legislativo ojalá tome en serio. Aunque las leyes hoy intenten cobijarlas, no es suficiente.
Las garantías no son las mismas; falta mayor desplazamiento de oportunidades sin importar el género. Reconozco que, a pesar de algunos pasos importantes hacia delante, las mujeres no tienen duda alguna de que aún hay obstáculos y desigualdades, como ocurre en muchas partes del mundo.
Hoy, las mujeres buscan oportunidades para participar plenamente en la vida política, económica y cultural del país. Unos cuantos ministerios y cargos diplomáticos son muestra de ello.
Hace falta.
El país debe educarse y prepararse para que una mujer asuma el liderazgo. Reforzar los derechos de las mujeres no es sólo una obligación moral constante, es también una necesidad ahora que enfrentamos una crisis económica mundial, la expansión del terrorismo y las armas nucleares; conflictos regionales que amenazan a las familias y a las comunidades; y el cambio climático y los peligros que representa para la salud y la seguridad del mundo. Estos desafíos exigen respuestas contundentes, sin que nadie quede excluido.
Hace unos años, veíamos en las noticias el caso de una niña de Afganistán a la que, dirigiéndose a la escuela, un grupo de hombres le tiró ácido a la cara, dañando permanentemente sus ojos, porque se oponían a que ella quisiera educarse. La intención de estos hombres de aterrorizar a la niña y a su familia fracasó. La niña dijo: “mis padres me dijeron que siga yendo a la escuela, aunque traten de matarme”(Eltiempo.com, 13 de marzo de 2008).
El coraje y la determinación de esa niña nos deben servir de inspiración a todos, mujeres y hombres, para seguir trabajando tan arduamente como podamos para asegurar que las niñas y las mujeres gocen de los derechos y oportunidades que se merecen.